¡QUÉ DÉCADA LA DE AQUEL RÉGIMEN!

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El 2 de julio se cumplirán cincuenta y cinco años del primer concierto de los Beatles en España. El 2 de julio de 1965, en las Ventas, primero, y al día siguiente, en la Monumental de Barcelona, se celebraron los dos únicos conciertos de la banda británica en España. Aquellos conciertos no contaban con el visto bueno del Régimen que no facilitó su celebración, pero no los impidió. En las ventas, había más policías que asistentes, ayudados también por el elevado precio de las entradas. En Barcelona, el ambiente más cosmopolita de la ciudad, la menor presencia policial y el antecedente calmado de la noche anterior en la capital,  permitieron el casi lleno de la plaza de toros. Hay que ver lo que va de ayer a hoy. Si analizamos el cambio que han dado ambas ciudades, y el ambiente taurino de la Barcelona actual. Allí llegaron los de Liverpool ataviados con monteras de torero y tricornios de la Guardia Civil.

¿Pero como era aquella España que visitaron los Beatles? Nos centraremos en la España de los 60. Sólo de los 60.

Aquella fue una década de un gran cambio para España, la causa del llamado “milagro español”, la gran transformación, fue primero de índole económico y la palanca que lo activó: el Plan de Estabilización de 1959. Aunque el Plan de Estabilización suponía un cambio económico, en su interior, recogía un cambio político: se pasaba de la influencia de los falangistas a la de los tecnócratas, muchos de ellos del Opus Dei y, socialmente, dio lugar a una de las mayores transformaciones de un país en la era contemporánea.

España ya no suspiraba por el ayer. En el ayer no parecía que nuestros problemas estuvieran resueltos, sino, al contrario, era el presente y el futuro que el prometía esperanza.

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Hasta aquel año España sumaba casi tres décadas de estancamiento.  Desde la gran depresión, pasando por la República y el primer franquismo que favoreció un modelo intervencionista con resabios autárquicos en el que el Estado era el eje de la actividad económica. Los controles de precios, la creación de empresas públicas, el cierre al comercio internacional, las cartillas de racionamiento, los planes sectoriales… eran el resultado de estos planteamientos y consiguieron unos resultados nefastos. Con el “Stop and Go” de los tecnócratas la situación empezó a cambiar.

Así, se flexibilizó y se estableció una política comercial abierta a las importaciones y las exportaciones. La política monetaria también dio un vuelco, caminando hacia la convertibilidad de la peseta y hacia el final de los controles de precios. El marco regulatorio también fue alterado, con ánimo de brindar más garantías a la inversión. El gasto público fue congelado y el gigantesco aparato empresarial del Estado empezó a pasar a manos privadas. Fue el preludio de los planes de desarrollo, de la industrialización, del desarrollo urbano, del incremento de la población debido a las mejoras económicas y del aumento del nivel de vida, lo que permitió a los españoles empezar a disfrutar de ciertas comodidades, dejando atrás la miseria de la posguerra y las estrecheces de la década de los 50. El mayor poder adquisitivo dio acceso a los electrodomésticos, el coche, el tocadiscos y la televisión…en definitiva a la aparición de la sociedad de bienestar. Figuras como Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio o Laureano López Rodó fueron claves para el giro aperturista.

Dos fueron los factores esenciales de aquel cambio económico:

1.-La emigración. Aunque resulte paradójico fue el impulso económico español el que dio lugar a la mayor salida de españoles desde mediados de los años 50. El Régimen intenta regular la salida buscando al tiempo una cierta protección del emigrante. Así en 1956, España se adhiere a acuerdos internacionales sobre inmigración y se crea el Instituto Español de Emigración. La Ley de Ordenación de la Emigración de 1960 asiste a la amplia emigración de los 60, dirigida sobre todo a la Europa occidental. En 1971, se amplía la acción protectora del Estado.

El movimiento migratorio vino determinado por la necesidad de acoplar los excesos de población española, con una mano de obra poco cualificada, hacia el exterior, dándose la circunstancia de que, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y el desarrollo económico, centro Europa demandaba mano de obra poco cualificada. Los españoles no viajaron a Rusia como los Beatles, pero sí a la Republica Federal Alemana, Suiza y Francia, destinos que vinieron facilitados por la colaboración oficial tanto en España como en los países de destino.

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Se calcula que salieron a esos países dos millones de españoles, que fueron esenciales para el despegue económico, y no sólo porque aligeraron los excesos del mercado laboral, sino que mejoraron las arcas del Estado por el envío de sus remesas monetarias, el aporte de divisas.

Los españoles trabajaban muy duro, de sol a sol, pero obtenían unos salarios considerablemente más altos que los que obtenían, cuando los tenían, en España. Muchos de ellos volvieron tiempo después en unas condiciones mucho mejores de las que disponían al irse.

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Las agregadurías y embajadas españolas contribuyeron a crear, a semejanza de los “Hogares” para emigrantes en Iberoamérica”,  las “Casas de España” en cada país, convirtiéndose en centros de referencia jurídica, cultural y lúdica. Además, durante el franquismo, aquellas casas permitían controlar a los emigrantes para que no formaran grupos de resistencia contra el Régimen. Hoy en día, esas Casas de España con la finalidad primera, siguen existiendo en muchos sitios.

Los movimientos de población no se produjeron sólo hacia fuera de nuestras fronteras, sino que se dio una redistribución interna desde las zonas más pobres a las que iniciaban su desarrollo ( Cataluña, País Vasco, Madrid). El campo se vació y las ciudades crecieron a la luz de una incipiente industrialización que creó una serie de elementos socialmente destacables como veremos y un desequilibrio regional que aún padecemos.

2.- El turismo.  La llegada de turistas ante un “Spain is different”  que caló como eslogan y a la construcción de grandes infraestructuras como los paradores de turismo, permitieron que todas las costas, especialmente las mediterráneas experimentaron un auge asombroso, proliferaron los hoteles, crecieron las casas de apartamentos; los pequeños pueblos pesqueros se convirtieron en zonas urbanas, que sentaron las bases de las grandes obras hoteleras que disfrutamos hoy en día, encuadradas entre las mejores del mundo. A eso se unía que nuestros servicios eran más baratos que en otros entornos y el clima y amabilidad de trato, excepcional.

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Ya venía el sol para devolver las sonrisas a los blanquecinos rostros de nuestros vecinos del norte europeo y también de los españoles, que, por primera vez, instalados en la clase media podían veranear.

Es verdad que aquel desarrollo económico no se vio recompensado con la entrada en el Mercado Común, a pesar de los esfuerzos del ministro Alberto Ullastres, que, sin embargo, logró un acuerdo preferencial en 1969, que también ayudó en mejorar algo más nuestras finanzas.

Políticamente, los tecnócratas buscaban la apertura del Régimen a través de la modernización de las estructuras y del desarrollo.

En 1963,  se aprobó la Ley de Bases de la Seguridad Social que unificó los diversos sistemas de previsión y protección pública y amplió los mecanismos de cobertura social con cargo al Estado. En 1970, la cobertura de la seguridad social alcanzó al 80 % de la población.

EL segundo objetivo del programa político de los Tecnócratas fue completar la institucionalización del Régimen. En 1966 se aprobaba la Ley Orgánica del Estado, que sería la última y más importante de las leyes fundamentales que haría las veces de constitución del Régimen y permitió modificar las anteriores, no tanto en su esencia, como en la búsqueda de unas formas más suaves. Esta ley definía mejor las competencias del Jefe del Estado y del Gobierno y reforzó el papel de las Cortes al ser designadas como el “órgano superior de participación del pueblo español en las tareas del Estado”. Su estructura se modificó ligeramente para incorporar a los procuradores en Cortes por el tercio de familia que se elegirían por elección “democrático-orgánica”. Para dotarla de una legitimidad “popular” la Ley Orgánica del Estado fue sometida a referéndum.

La llegada de los tecnócratas provocó cambios en otros sectores, así los falangistas buscaron en la nueva clase obrera, que nació a raíz de la industrialización, una cantera de apoyos por medio de un movimiento sindical que culminó en las elecciones de enlaces sindicales de1966. Pero estas elecciones no lograron lo que el ministro Solís Ruiz quería: el reforzamiento de falange, puesto que, preveía la creación de cierto asociacionismo que se tropezó con el sector más intransigente e inmovilista del Régimen que veía con preocupación cualquier movimiento asociativo por miedo a crear partidos políticos. Además, en aquellas elecciones no todos los electos eran falangistas, sino que muchos de ellos eran miembros clandestinos de Comisiones Obreras que se infiltraron en el asociacionismo obrero de aquella forma.

Los mayores éxitos logrados por los aperturistas se basaron en dos leyes: La Ley de Prensa e Imprenta de 1966 promovida por Manuel Fraga quien, además de haber ideado los Paradores Nacionales y ser el más importante impulsor del turismo, consiguió con esta ley que los periódicos eligieran a su director y que tres revistas nacidas en 1963 lograron abrir un camino a cierta libertad de pensamiento y crítica: Atlántida, Revista de Occidente y Cuadernos para el diálogo. Sin embargo, la apertura no se dio en las radios ni en la televisión.

Los inmovilistas lograron aprobar en abril de 1968 la Ley de Secretos oficiales que prohibía a la prensa hablar de aquellos temas que se declaraban materia reservada. Con todo, la Ley de prensa logró acabar con el estado de excepción en el que vivía el periodismo español y logró mayor nivel de debate, “ intercambio de pareceres” que lo denominó el franquismo, lo que dio entrada a ciertas opiniones de la oposición al Régimen. Es decir, dentro de las noticias que dejaba tratar el Régimen, la Ley de prensa consiguió mejorarlas:

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La otra reforma exitosa fue la representada por la Ley de libertad religiosa de junio de 1967 promovida por Fernando María Castiella, ministro de Exteriores. La ley, coherente con las nuevas orientaciones del Concilio Vaticano II,  abría la posibilidad del culto a los protestantes, judíos y musulmanes, que, en pequeño número, residían en España.

Al tiempo, unido al cambio legislativo, se produce un cambio generacional en la jerarquía religiosa que se manifiesta también en la concepción de los seminarios, en la puesta en marcha de las conferencias episcopales y en la adopción de las reformas en las formas litúrgicas.

En el fondo, la reforma económica y la apertura creciente al exterior, implican una debilitación de la antigua disciplina socio-política. Y empezaron a aparecer movimientos de oposición al Régimen. Chicos malos para aquellos tiempos.

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Algunos ya los hemos ido nombrando, desde la izquierda, el único grupo que internamente existió como auténtica oposición al franquismo fue Comisiones Obreras y el primer desafío al Régimen la huelga minera convocada en Asturias en 1962. Evidentemente, actuaban en la clandestinidad, lo que no impidió que se infiltraran en las estructuras oficiales tras 1966, como vimos.

Un segundo frente del que tuvo que ocuparse el Régimen fueron las protestas estudiantiles en la Universidad que se extendieron a lo largo de la década. Es curioso que uno de los primeros elementos institucionales desmontados en aquella época fuera el S.E.U. Las mayores alteraciones se dieron en la época del ministro Lora Tamayo y convergieron en la reforma de la Ley de educación de Villar Palasi. En la misma se buscaba conciliar la apertura de los nuevos tiempos con el reconocimiento de nuestras glorias pasadas, nunca se menospreció nuestro pasado ni lo que fuimos, siempre dentro de la órbita del Régimen, pero incluso así, se respetaba y afianzaban nuestras grandes obras, literatos, arte, descubrimientos…

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Pero fue el movimiento católico el que más desconcierto causó en el Régimen, quizá por considerarlos sectores afines. El primer conflicto surgió entre los sacerdotes vascos en 1961, de carácter nacionalista y bajo cuyas faldas nació el grupo terrorista ETA. Condenable entonces y ahora. El movimiento nacionalista también tuvo sus manifestaciones en Cataluña en torno al Palau de la Música. Pero la oposición católica no se identificó, en su inmensa mayoría, con aquel grupúsculo terrorista ni nacionalista, sino que buscaba dotar a España de auténticos valores cristianos, esencialmente, la libertad, y sobre todo una clara separación entre la Iglesia y el Estado, de acuerdo con las nuevas directrices del Concilio. A lo largo de la década unos cien sacerdotes y religiosos fueron encarcelados. En este entorno se encuadran movimientos propios de la democracia-cristiana heredera de la CEDA o de Joaquín Ruiz Giménez, ex ministro de educación y que en 1964 fundó Cuadernos para el diálogo.

El acto de mayor repercusión de cuantos se celebraron por los grupos de oposición tuvo lugar en junio de 1962 con motivo de la celebración en Múnich del IV Congreso del Movimiento Europeo, al que asistieron opositores al franquismo tanto del interior como del exilio, y que pretendían la instauración de una democracia liberal. Internamente, el franquismo lo bautizó como el “Contubernio de Múnich”. El resultado fue el exilio y el confinamiento o destierro de sus asistentes y un palo más en la rueda de las negociaciones de entrada en la Comunidad Económica Europea.

Quizá el aspecto más importante de los movimientos de oposición fue la de hacer ver al Régimen que hacía falta un sucesor.

La «candidatura» que defendían Carrero y los tecnócratas, desde finales de los años 50, era la del hijo de don Juan de Borbón, el príncipe Juan Carlos, que desde 1948 estaba bajo la “tutela” de Franco. A la “Operación Príncipe” se oponía un sector del falangismo contrario a la dinastía de los Borbones que prefería que Franco nombrara como sucesor a un regente. Solís encabezaba este grupo. Finalmente, fue en 1969 cuando Franco anunció a Don Juan Carlos su intención nombrarle sucesor a “título de rey” y le pidió que aceptara o rechazara el ofrecimiento «allí, en seguida» y sin consultar a su padre (jefe de la casa de Borbón), el príncipe decidió anteponer la recuperación de la institución monárquica al principio de legitimidad dinástica y aceptó. El 22 de julio de 1969, Franco propuso a las Cortes el nombramiento de don Juan Carlos como “príncipe de España” y no de Asturias como era la tradición borbónica. Se votó en Cortes. La votación, nominal y pública por petición expresa del Franco, arrojó 491 votos afirmativos, 19 negativos y 9 abstenciones.

Como puede apreciarse todos los aspectos de la década están íntimamente relacionados y su repercusión en el ámbito social y cultural fue evidente.

La llegada de turistas, hizo más por poner a España en el mapa del mundo que otras medidas, con ellos llegaron ideas novedosas que cambiaron la forma de vida y de pensamiento. El turismo extranjero, por su parte, mostraba también otro estilo de vida más libre y atractivo. Asimismo, a través de las series americanas y la publicidad, la televisión irrumpió en la vida cotidiana, desempeñando un papel importante en la configuración de un nuevo modelo de vida que llevará al abandono progresivo entre las jóvenes generaciones del estilo de vida tradicional.

La música Pop, también contribuyó a cambiar las costumbres.

La propia presencia de los Beatles constituyó un símbolo de libertad que, por medio de una música nueva y rupturista, el rock expresaba, la rebeldía juvenil que se daba en toda Europa ( recordemos mayo del 68 en Francia). Aquella rebeldía,  en España se mostraba más sibilina, menos revolucionaria en apariencia, sin embargo, en la práctica, aquel grito novedoso que supusieron los británicos fue el símbolo de todo un cambio generacional, que sin parecerlo adquiría caracteres de autentico cambio político, mucho más que el francés.

España se movía.

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Las estancias en campamentos de verano, cursos internacionales, estancias lingüísticas y trabajos como “au pair” para las chicas y camareros o trabajos ocasionales para los chicos fueron múltiples ocasiones que se presentaron para salir al extranjero. Esta apertura alimente el ya visto inconformismo estudiantil manifestado sobre todo en las universidades.

Consecuencia de aquellos cambios sociales y educativos, se produjo el inicio de la emancipación de las mujeres. La transformación no vino sólo como miembros de una sociedad en transformación, sino por el hecho de poder acceder a estudios superiores con normalidad, en igualdad de condiciones que el hombre, cosa que en España hasta los años 60 no era posible Con las limitaciones económicas de todo español del momento, pero no otras (en el curso 1966-67, las mujeres tenían un grado de alfabetización del 91,2%. Constituían el 40% de los alumnos de bachillerato y el 30% de los estudiantes universitarios, siendo el 51% de la población total). Fundamentalmente, se debió al cambio legislativo de 1961, la ley estableció los derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer. Esta ley suponía un gran avance respecto a la legislación anterior ya que reconocía a las mujeres el derecho de realizar funciones administrativas y políticas, de participar en oposiciones, de acceder a todos los niveles de enseñanza. La ley abría también la puerta a todas las profesiones que hasta entonces estaban prohibidas, menos la militar y la magistratura, a excepción de los tribunales de menores y aquellas profesiones demasiado duras para la condición física femenina (minería, construcción…). También desaparecía de la reglamentación laboral el despido forzoso por contraer matrimonio. Paralelamente, la eclosión de la música pop y la introducción de las modas extranjeras entre los jóvenes contribuirán a la modernización de la juventud y a difundir una imagen nueva de la “chica moderna”. Si el papel tradicional de la mujer en España era el de esposa-madre-ama de casa mientras que el marido era el cabeza de familia, a lo largo de la década se van multiplicando las manifestaciones que cuestionan la subordinación de la mujer al varón.  Por otro lado, esta concepción del rol de la mujer como madre y esposa no sólo se daba en España, sino que era habitual, con las características culturales diferenciadoras propias, en otros países europeos como Reino Unido o Francia. La incorporación progresiva de la mujer al mundo laboral , la posibilidad de obtener una remuneración propia daba autonomía a la mujer

Aunque con la ley de 1961 se daba un gran paso adelante en la equiparación jurídica del hombre y de la mujer (soltera o viuda), se mantenía la subordinación de la mujer casada a su marido a través de una serie de importantes limitaciones legales, como la necesidad de tener el permiso del marido para hacerse el pasaporte, firmar un contrato o abrir una cuenta corriente.

En España la moda ye-ye se impuso a través de revistas, películas y moda. La manera de vestirse y el peinado se convirtieron en señas de identidad de la juventud. A través de la moda se expresaba también el deseo de emancipación femenina. Junto con la minifalda, el bikini,  ampliamente extendido en Europa e introducido en las playas españolas por las turistas extranjeras, fue el generador de auténticas guerras caseras en la España de aquellos años. La batalla de los pantalones fue otro paso más en el deseo de emancipación de la mujer y de la reivindicación de igualdad con el hombre en la sociedad. A finales de los 60 se impuso el vaquero, convirtiéndose en la prenda universal de los jóvenes, tanto ellos como ellas. El peinado fue otra forma de reivindicación: el pelo corto para las chicas y las melenas para los chicos

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Los cambios legales no son suficientes, en ninguna sociedad, para dar un vuelco a la misma, se requieren otros ingredientes, que la España de los 60 aportó por las mejoras económicas, la elevación del nivel de vida, la llegada de turistas, la música pop, las cantantes ye-ye, el mundo de las fans, las revistas de música, el cine… contribuyeron a preparar el terreno de los cambios más radicales que vendrían después.

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