Muy pocas personas saben que Asturias declaró su independencia de España en pleno siglo XX y así estuvo durante dos meses, que es más que los 8 segundos de Puigdemont o las 10 horas de Companys y menos que el cantón de Cartagena. Pero en cantidad de ridículo estuvimos a la altura de todos ellos.
Es verdad que, en dar la lata, otros nos han ganado, pero algunos de mis paisanos no decaen en el empeño de igualar a sus compatriotas de otras regiones y, 84 años después de los hechos que vamos a contar hoy, piden la oficialidad del asturiano (L’Asturianu) en la Plaza de la Catedral de Oviedo – nótese que ya no dicen Bable, lo cual daría para otra entrada-. Dice Jorge Bustos en su magnífico libro “Asombro y desencanto” que “madurar es ir despojándose de nacionalismo”, pues se ve que en Asturias hemos iniciado un proceso de regresión a la infancia. O que una parte del laborioso pueblo asturiano ha optado por dejar de trabajar para intentar vivir del cuento nacionalista a costa de todos los españoles, como hacen en otras regiones españolas; y así, en vez de emprender y hacer subir a una región cada día más despoblada y en decadencia, se dedican a mal hablar y mal escribir el castellano, fabulando que es otra lengua.
La Historia de Asturias es una Historia de grandeza, unidad de España y valentía ( por ejemplo: https://algodehistoria.home.blog/2020/03/06/el-reino-de-asturias-o-la-victoria-de-espana/ ). Sin embargo, de vez en cuando nos comportamos de forma grotesca. Hoy me voy a referir a aquel momento, en plena Guerra Civil, en que nos declaramos independientes de la República. El episodio es de traca; de traca dinamitera, dado el lugar.
Debemos situarnos en 1937. El frente norte estaba aislado del resto del frente republicano. Aunque hablamos de frente norte, la verdad es que cada uno (Vizcaya, Guipúzcoa, Cantabria y Asturias) iba por su cuenta sin coordinación salvo, como señalaba Largo caballero, cuando tenían que pedir dinero a la República.
El primero en caer fue el País Vasco (ya lo contamos en https://algodehistoria.home.blog/2019/11/29/traidores-el-pacto-de-santona/ ) y tras él, Cantabria. Asturias estaba rodeada por los nacionales tanto por el mar como por una brecha interna en la que se situaba Oviedo. Quedaba en manos republicanas parte de la cuña costera, parte de la zona minera y también parte de León que se unió a este proceso secesionista.
Figura destacada en todo este asunto fue la de Belarmino Tomás, minero, nacido en Aguilar de Campos, en Valladolid, de ascendencia gijonesa, pero criado Sama de Langreo que siempre fue un revolucionario, un “revoltosu”. Se inició en política de la mano del padre del socialismo asturiano, Manuel Llaneza. Participó en la huelga de 1917, para acabar siendo una de las puntas de lanza de la Revolución del 34, tras la que fue detenido por los disturbios ocasionados. El Frente Popular lo liberó de la cárcel y le puso al frente de sus instituciones en Asturias durante la guerra. Muchos han querido ver en Belarmino a un héroe defensor de los más desfavorecidos que lucho siempre por ellos y que no tuvo más remedio que declarar la soberanía asturiana por el abandono en el que la República tenía al frente norte. Pero esa visión romántica que viene propiciada por el libro escrito por uno de sus nietos, no se sostiene por mucha ideología y mucho amor filial con la que se mire su historia. Sobre todo, porque por mal que estuvieran los suministros desde el bando republicano (partido en dos por la presencia intermedia de los nacionales) y por mucha presión que ejercieran los nacionales, nada obligaba a decretar la independencia y a dictar las leyes que veremos hizo.
Tras el Alzamiento del 18 de julio de 1936, Belarmino es nombrado presidente del Comité del Frente Popular en Sama de Langreo y posteriormente, Gobernador General de Asturias y, desde diciembre del 36, presidente del Consejo Interprovincial de Asturias y León, la autoridad regional en la que estaban representados partidos de izquierda como PSOE, Partido Comunista e Izquierda Republicana, además de sindicatos como SOMA-UGT, CNT o FAI. El 24 de agosto de 1937, deciden declarar la independencia de Asturias y parte de León del Gobierno de Madrid, presidido entonces por Juan Negrín. “Una República asturiana independiente”, decían en la declaración. Es decir, se trató de una escisión dentro del bando republicano. El Consejo pasó a llamarse Consejo Soberano de Asturias y León y estableció en Gijón su capital. Aquel movimiento contó con casi todas las organizaciones presentes en el Consejo, mostrándose contrario al mismo el partido comunista; los socialistas protestaron, pero se unieron.
En la declaración de independencia se dictó que “quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo”
El talante de Belarmino se muestra en el discurso que pronunció al inicio de esta independencia
(…) Ni en la trinchera ni en la ciudad, ni en el taller ni en el campo, ni en el hogar ni en la calle, toleraremos la más leve actitud divergente ni la más leve palabra disconforme. No habrá ni siquiera petición que consideremos respetuosa. Nadie tiene nada que pedir. Nadie tiene sino obedecer y callar”[1]
Lo primero que hicieron fue crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de “ministerios”, todos dirigidos por los miembros de los mencionados partidos y sindicatos de izquierdas. Estaban los departamentos de Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.
La noticia enfadó tanto a los dirigentes de la República que lo denominaron “cantonalismo” y lo denunciaron a la Sociedad de Naciones; de hecho, aunque no tuvieron contacto directo en los dos meses que duró la aventura, en las comunicaciones entre ambos sectores ( el asturiano y gobierno de la República), los insultos y la acusación de traición era el tono habitual de la conversación, sobre todo cuando Azaña llamó a Belarmino a Valencia, donde radicaba el gobierno de la República, pero el presidente asturiano no acudió. El ministro de Defensa, Indalecio Prieto, no los podía soportar. Tal y como escribió Manuel Azaña: «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». El mismo Azaña en sus “Memorias de Guerra” definió a Belarmino como personaje ambicioso, fanfarrón y funesto gobernante. Añadiría: «Belarmino Tomás y su desmesurada ambición de mando… las fanfarronadas sobre el triunfo fácil y la dirección de las operaciones han sido funestas…eso que han llamado “Gobiernín Soberano”… la formación de ese Gobierno extravagante y su conducta… no se ha visto causa más justa servida más torpemente, ni buena voluntad más tan fervorosa como la de los combatientes auténticos, peor aprovechada».
Una de las primeras órdenes que dio el nuevo Gobierno separado fue prohibir terminantemente la salida de cualquier persona del territorio asturiano, ni siquiera cuando arreciaban los bombardeos. Esta decisión creó problemas internacionales al no dejar que salieran de Asturias los extranjeros. Así, el Gobierno de la República recibió una queja de los Estados Unidos después de que los americanos enviaran un barco a recoger a sus nacionales al puerto de Gijón y no les permitieran embarcar. El Gobierno de Negrín se tuvo que disculpar a pesar de que el Consejo Soberano, simplemente, no obedecían a nadie. Muestra de la rebeldía astur, fue la gestión directa del escaso arsenal de armas, las provisiones y alimentos de la población y el acomodo de los refugiados vascos y santanderinos, sin permitir injerencia del gobierno republicano.
“Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de muerte, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.”[2]
Como se consideraban una nación independiente crearon su propio sistema de correos, emitieron moneda y sellos. Los billetes fueron conocidos como los “belarminos” y ambos- moneda y sellos- son muy cotizados en el mundo filatélico.
Pero los belarminos no fueron la única moneda en circulación, también emitieron pesetas en cartón. Realmente, toda la moneda “acuñada” (los belarminos y la de cartón) se podría considerar como un gran engaño, pues el Gobiernín obligaba a la gente a entregar las pesetas de curso ordinario a cambio de aquellos papelitos que carecían de valor monetario.
En su organización de la vida diaria, Tomás estableció un sistema dictatorial. Cerró todos los establecimientos hosteleros, salvo hoteles, hasta nueva orden. “Estableció el toque de queda a las 22.00 horas y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso” [ se requería un pase nominal expedido por autoridad civil o militar]. Implantó la censura sobre cualquier tipo de publicación y comunicó que aplicaría la pena de muerte sobre cualquier espía. “Y, por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su “sorpresa y disgusto”. [3] Cumplió su amenaza y mandó ejecutar a 115 presos políticos. Desde entonces pasó a ser apodado en la región como “la bestia”. Mote que se extendió cuando puso a decenas de mujeres y hombres en un barco prisión en el puerto de “El Musel” de Gijón como escudos humanos para defender la flota de la “republicanina”.
Azaña dice del aquel gobierno lo siguiente:
“(…) Del Gobiernín Prada dice pestes. El más señalado era Belarmino Tomás, enteramente sometido a la CNT. La política que se seguía allí servía para fabricar fascistas. En Gijón, incautándose del pequeño comercio, de las pequeñas propiedades…, han logrado hacerse odiosos. Encarcelaba a niños de 8 años porque sus padres eran fascistas y a muchachas de 16 o 18 años, sobre todo si eran guapas”[4]
Uno de los grandes errores de estrategia que se le achacan a Tomás fue despreciar la amenaza interior que suponía la quinta columna dentro del territorio asturiano. Fue advertido por el Gobierno republicano y no hizo caso. Aquello fue la causa de la caía de Gijón. En vez de eso, cuando la resistencia va cediendo, él se envalentonaba gritando “la semana que viene tomamos café en Oviedo”. Plaza mítica que pretendían someter, como si de otro Alcázar se tratara.
Otro de sus errores, cuenta Menéndez García, es arrancarle el mando militar al general Gámir, jefe supremo del Ejército del Norte, para otorgárselo al coronel Prada, que «fue retrocediendo arrollado por la superioridad numérica y moral de los adversarios». Muchos de sus soldados perecen tratando de conquistar alguna bandera o ametralladora enemiga, por las que el Consejo Soberano de Asturias ofrece 4.000 y 2.000 pesetas respectivamente. Como se ve, todo por la patria.
Las fuerzas del Gobierno asturiano decrecen y al llegar el mes de octubre se ven acorraladas por los nacionales, que entran en Gijón el 20 de octubre de 1937. El coronel Prada que había propuesto concentrar las tropas en los puertos de Gijón, Candás y Avilés para resistir mejor, recibe la orden dada por el Gobiernín de aguantar la ofensiva nacional. Sin embargo, al ver que Belarmino y su gobierno emprenden la huida en un barco inglés (como había hecho el PNV en el País Vasco meses antes) decide embarcarse también y dejar a la población republicana asturiana desamparada a su suerte. Tomás se dirige por mar hacia zona republicana, donde a lo largo de la Guerra Civil ejerce varios cargos. Esto es realmente sorprendente, pues en vez de ser juzgado por traición, tal como era considerado por todos los dirigentes republicanos, le aceptan de nuevo en sus filas. La victoria nacional le pone en camino hacia el exilio en México, en cuya capital fallece en 1950, con 58 años.
Sin embargo, aunque algunos señalan que vivió en la más absoluta honradez en México ejerciendo de representante de una fábrica de alpargatas, no son menos los que sospechan que su vida no estuvo tan apretada en lo económico, pues hay dos sucesos poco claros ocurridos bajo su gobierno: en el 36, cuando fue nombrado Gobernador, se produce el saqueo del castillo de Blimea en el que se encontraban obras y muebles de valor artístico incalculable; y durante el Gobiernín se ordenó bajo la amenaza de pena de muerte la confiscación de todo el oro y joyas existentes en sus dominios. De ese tesoro nunca más se supo.
En todo caso, cabe decir de Belarmino Tomás que era una perla en sí mismo.
BIBLIOGRAFÍA
AZAÑA, Manuel. “Memorias políticas y de Guerra”. Ed Crítica. 1978.
MENENDEZ GARCIA, Juan José. “Belarmino Tomás soberano de Asturias”. Biblioteca Julio Somoza. Temas de Investigación Asturiana, nº 24. Silverio Cañada editor. 2000
MOA, Pío. “El derrumbe de la Segunda República y la Guerra Civil” Ediciones Encuentro. 2001
VIANA Israel. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República”. https://www.abc.es/historia/abci-socialista-declaro-independencia-asturias-plena-guerra-civil-y-desafio-republica-202003262309_noticia.html
ROJO PINILLA, Jesús. “Grandes Traidores a España”. Ed. El gran Capitán. 2017
[1] Jesús Rojo Pinilla. Grandes Traidores a España.
[2] Israel Viana. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República
[3] Israel Viana. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República
[4] Manuel Azaña. “Memorias políticas y de guerra”.