Cuando Asturias proclamó su independencia

Muy pocas personas saben que Asturias declaró su independencia de España en pleno siglo XX y así estuvo durante dos meses, que es más que los 8 segundos de Puigdemont o las 10 horas de Companys y menos que el cantón de Cartagena. Pero en cantidad de ridículo estuvimos a la altura de todos ellos.

Es verdad que, en dar la lata, otros nos han ganado, pero algunos de mis paisanos no decaen en el empeño de igualar a sus compatriotas de otras regiones y, 84 años después de los hechos que vamos a contar hoy, piden la oficialidad del asturiano (L’Asturianu) en la Plaza de la Catedral de Oviedo – nótese que ya no dicen Bable, lo cual daría para otra entrada-. Dice Jorge Bustos en su magnífico libro “Asombro y desencanto” que “madurar es ir despojándose de nacionalismo”, pues se ve que en Asturias hemos iniciado un proceso de regresión a la infancia. O que una parte del laborioso pueblo asturiano ha optado por dejar de trabajar para intentar vivir del cuento nacionalista a costa de todos los españoles, como hacen en otras regiones españolas; y así, en vez de emprender y hacer subir a una región cada día más despoblada y en decadencia, se dedican a mal hablar y mal escribir el castellano, fabulando que es otra lengua.

La Historia de Asturias es una Historia de grandeza, unidad de España y valentía ( por ejemplo: https://algodehistoria.home.blog/2020/03/06/el-reino-de-asturias-o-la-victoria-de-espana/ ). Sin embargo, de vez en cuando nos comportamos de forma grotesca. Hoy me voy a referir a aquel momento, en plena Guerra Civil, en que nos declaramos independientes de la República. El episodio es de traca; de traca dinamitera, dado el lugar.

Debemos situarnos en 1937. El frente norte estaba aislado del resto del frente republicano. Aunque hablamos de frente norte, la verdad es que cada uno (Vizcaya, Guipúzcoa, Cantabria y Asturias) iba por su cuenta sin coordinación salvo, como señalaba Largo caballero, cuando tenían que pedir dinero a la República.

El primero en caer fue el País Vasco (ya lo contamos en https://algodehistoria.home.blog/2019/11/29/traidores-el-pacto-de-santona/ ) y tras él, Cantabria. Asturias estaba rodeada por los nacionales tanto por el mar como por una brecha interna en la que se situaba Oviedo. Quedaba en manos republicanas parte de la cuña costera, parte de la zona minera y también parte de León que se unió a este proceso secesionista.

Figura destacada en todo este asunto fue la de Belarmino Tomás, minero, nacido en Aguilar de Campos, en Valladolid, de ascendencia gijonesa, pero criado Sama de Langreo que siempre fue un revolucionario,  un “revoltosu”. Se inició en política de la mano del padre del socialismo asturiano, Manuel Llaneza. Participó en la huelga de 1917, para acabar siendo una de las puntas de lanza de la Revolución del 34, tras la que fue detenido por los disturbios ocasionados. El Frente Popular lo liberó de la cárcel y le puso al frente de sus instituciones en Asturias durante la guerra. Muchos han querido ver en Belarmino a un héroe defensor de los más desfavorecidos que lucho siempre por ellos y que no tuvo más remedio que declarar la soberanía asturiana por el abandono en el que la República tenía al frente norte. Pero esa visión romántica que viene propiciada por el libro escrito por uno de sus nietos, no se sostiene por mucha ideología y mucho amor filial con la que se mire su historia. Sobre todo, porque por mal que estuvieran los suministros desde el bando republicano (partido en dos por la presencia intermedia de los nacionales) y por mucha presión que ejercieran los nacionales, nada obligaba a decretar la independencia y a dictar las leyes que veremos hizo.

Tras el Alzamiento del 18 de julio de 1936, Belarmino es nombrado presidente del Comité del Frente Popular en Sama de Langreo y posteriormente, Gobernador General de Asturias y, desde diciembre del 36, presidente del Consejo Interprovincial de Asturias y León, la autoridad regional en la que estaban representados partidos de izquierda como PSOE, Partido Comunista e Izquierda Republicana, además de sindicatos como SOMA-UGT, CNT o FAI. El 24 de agosto de 1937, deciden declarar la independencia de Asturias y parte de León del Gobierno de Madrid, presidido entonces por Juan Negrín. “Una República asturiana independiente”, decían en la declaración. Es decir, se trató de una escisión dentro del bando republicano. El Consejo pasó a llamarse Consejo Soberano de Asturias y León y estableció en Gijón su capital. Aquel movimiento contó con casi todas las organizaciones presentes en el Consejo, mostrándose contrario al mismo el partido comunista; los socialistas protestaron, pero se unieron.

En la declaración de independencia se dictó que “quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo”

El talante de Belarmino se muestra en el discurso que pronunció al inicio de esta independencia

(…) Ni en la trinchera ni en la ciudad, ni en el taller ni en el campo, ni en el hogar ni en la calle, toleraremos la más leve actitud divergente ni la más leve palabra disconforme. No habrá ni siquiera petición que consideremos respetuosa. Nadie tiene nada que pedir. Nadie tiene sino obedecer y callar”[1]

Lo primero que hicieron fue crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de “ministerios”, todos dirigidos por los miembros de los mencionados partidos y sindicatos de izquierdas. Estaban los departamentos de Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.

La noticia enfadó tanto a los dirigentes de la República que lo denominaron “cantonalismo” y lo denunciaron a la Sociedad de Naciones; de hecho, aunque no tuvieron contacto directo en los dos meses que duró la aventura, en las comunicaciones entre ambos sectores ( el asturiano y gobierno de la República), los insultos y la acusación de traición era el tono habitual de la conversación, sobre todo cuando Azaña llamó a Belarmino a Valencia, donde radicaba el gobierno de la República, pero el presidente asturiano no acudió. El ministro de Defensa, Indalecio Prieto, no los podía soportar. Tal y como escribió Manuel Azaña: «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». El mismo Azaña en sus “Memorias de Guerra” definió a Belarmino como personaje ambicioso, fanfarrón y funesto gobernante. Añadiría: «Belarmino Tomás y su desmesurada ambición de mando… las fanfarronadas sobre el triunfo fácil y la dirección de las operaciones han sido funestas…eso que han llamado “Gobiernín Soberano”… la formación de ese Gobierno extravagante y su conducta… no se ha visto causa más justa servida más torpemente, ni buena voluntad más tan fervorosa como la de los combatientes auténticos, peor aprovechada».

Una de las primeras órdenes que dio el nuevo Gobierno separado fue prohibir terminantemente la salida de cualquier persona del territorio asturiano, ni siquiera cuando arreciaban los bombardeos. Esta decisión creó problemas internacionales al no dejar que salieran de Asturias los extranjeros. Así, el Gobierno de la República recibió una queja de los Estados Unidos después de que los americanos enviaran un barco a recoger a sus nacionales al puerto de Gijón y no les permitieran embarcar. El Gobierno de Negrín se tuvo que disculpar a pesar de que el Consejo Soberano, simplemente, no obedecían a nadie. Muestra de la rebeldía astur, fue la gestión directa del escaso arsenal de armas, las provisiones y alimentos de la población y el acomodo de los refugiados vascos y santanderinos, sin permitir injerencia del gobierno republicano.

Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de muerte, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.”[2]

Como se consideraban una nación independiente crearon su propio sistema de correos, emitieron moneda y sellos. Los billetes fueron conocidos como los “belarminos” y ambos- moneda y sellos- son muy cotizados en el mundo filatélico.

Pero los belarminos no fueron la única moneda en circulación, también emitieron pesetas en cartón. Realmente, toda la moneda “acuñada” (los belarminos y la de cartón) se podría considerar como un gran engaño, pues el Gobiernín obligaba a la gente a entregar las pesetas de curso ordinario a cambio de aquellos papelitos que carecían de valor monetario.

En su organización de la vida diaria, Tomás estableció un sistema dictatorial. Cerró todos los establecimientos hosteleros, salvo hoteles, hasta nueva orden. “Estableció el toque de queda a las 22.00 horas y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso” [ se requería un pase nominal expedido por autoridad civil o militar]. Implantó la censura sobre cualquier tipo de publicación y comunicó que aplicaría la pena de muerte sobre cualquier espía. “Y, por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su “sorpresa y disgusto”. [3] Cumplió su amenaza y mandó ejecutar a 115 presos políticos. Desde entonces pasó a ser apodado en la región como “la bestia”. Mote que se extendió cuando puso a decenas de mujeres y hombres en un barco prisión en el puerto de “El Musel” de Gijón como escudos humanos para defender la flota de la “republicanina”.

Azaña dice del aquel gobierno lo siguiente:

“(…) Del Gobiernín Prada dice pestes. El más señalado era Belarmino Tomás, enteramente sometido a la CNT. La política que se seguía allí servía para fabricar fascistas. En Gijón, incautándose del pequeño comercio, de las pequeñas propiedades…, han logrado hacerse odiosos. Encarcelaba a niños de 8 años porque sus padres eran fascistas y a muchachas de 16 o 18 años, sobre todo si eran guapas”[4]

Uno de los grandes errores de estrategia que se le achacan a Tomás fue despreciar la amenaza interior que suponía la quinta columna dentro del territorio asturiano. Fue advertido por el Gobierno republicano y no hizo caso. Aquello fue la causa de la caía de Gijón. En vez de eso, cuando la resistencia va cediendo, él se envalentonaba gritando “la semana que viene tomamos café en Oviedo”. Plaza mítica que pretendían someter, como si de otro Alcázar se tratara.

Otro de sus errores, cuenta Menéndez García, es arrancarle el mando militar al general Gámir, jefe supremo del Ejército del Norte, para otorgárselo al coronel Prada, que «fue retrocediendo arrollado por la superioridad numérica y moral de los adversarios». Muchos de sus soldados perecen tratando de conquistar alguna bandera o ametralladora enemiga, por las que el Consejo Soberano de Asturias ofrece 4.000 y 2.000 pesetas respectivamente. Como se ve, todo por la patria.

Las fuerzas del Gobierno asturiano decrecen y al llegar el mes de octubre se ven acorraladas por los nacionales, que entran en Gijón el 20 de octubre de 1937. El coronel Prada que había propuesto concentrar las tropas en los puertos de Gijón, Candás y Avilés para resistir mejor, recibe la orden dada por el Gobiernín de aguantar la ofensiva nacional. Sin embargo, al ver que Belarmino y su gobierno emprenden la huida en un barco inglés (como había hecho el PNV en el País Vasco meses antes) decide embarcarse también y dejar a la población republicana asturiana desamparada a su suerte. Tomás se dirige por mar hacia zona republicana, donde a lo largo de la Guerra Civil ejerce varios cargos. Esto es realmente sorprendente, pues en vez de ser juzgado por traición, tal como era considerado por todos los dirigentes republicanos, le aceptan de nuevo en sus filas. La victoria nacional le pone en camino hacia el exilio en México, en cuya capital fallece en 1950, con 58 años.

Sin embargo, aunque algunos señalan que vivió en la más absoluta honradez en México ejerciendo de representante de una fábrica de alpargatas, no son menos los que sospechan que su vida no estuvo tan apretada en lo económico, pues hay dos sucesos poco claros ocurridos bajo su gobierno: en el 36, cuando fue nombrado Gobernador, se produce el saqueo del castillo de Blimea en el que se encontraban obras y muebles de valor artístico incalculable; y durante el Gobiernín se ordenó bajo la amenaza de pena de muerte la confiscación de todo el oro y joyas existentes en sus dominios. De ese tesoro nunca más se supo.

En todo caso, cabe decir de Belarmino Tomás que era una perla en sí mismo.

BIBLIOGRAFÍA

AZAÑA, Manuel. “Memorias políticas y de Guerra”. Ed Crítica. 1978.

MENENDEZ GARCIA, Juan José. “Belarmino Tomás soberano de Asturias”. Biblioteca Julio Somoza. Temas de Investigación Asturiana, nº 24. Silverio Cañada editor. 2000

MOA, Pío. “El derrumbe de la Segunda República y la Guerra Civil” Ediciones Encuentro. 2001

VIANA Israel. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República”. https://www.abc.es/historia/abci-socialista-declaro-independencia-asturias-plena-guerra-civil-y-desafio-republica-202003262309_noticia.html

ROJO PINILLA, Jesús. “Grandes Traidores a España”. Ed. El gran Capitán. 2017

[1] Jesús Rojo Pinilla. Grandes Traidores a España.

[2] Israel Viana. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República

[3] Israel Viana. ABC “El socialista que declaró la independencia de Asturias en plena Guerra Civil y desafió a la República

[4] Manuel Azaña. “Memorias políticas y de guerra”.

EL EXPOLIO DEL PATRIMONIO ESPAÑOL DURANTE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA: EL ARTE Y LA CULTURA

Del expolio que se cometió durante la República y la Guerra Civil en relación al Patrimonio español., todo el mundo recuerda el robo del Banco de España , pero el tema tiene una mayor extensión. El tema presenta, por un lado, un aspecto relativo al arte y la cultura en general y otro que tiene como nexo de unión el oro.  No son hechos radicalmente separables, aunque pudiera parecerlo, pero por razones de espacio los comentaremos en dos entradas diferenciadas.

Empezaremos por la merma del patrimonio artístico y cultural, el mayor número de estudios interesantes al respecto, sin ánimo de propaganda, con datos contrastables empiezan a aparecer a finales de los años 90 del Siglo XX. Uno de los más destacados es El expolio de la República, de Francisco Olaya Morales del año 2004. Publicado en la editorial anarquista Nossa y Jara. Sin que sea el único libro destacable, como veremos.

En una visión rápida de nuestra Historia podríamos decir que España ha sufrido tres grandes episodios de destrucción del arte y la cultura. El primero fue el perpetrado por los franceses durante la Guerra de Independencia, el segundo, por la Desamortización de Mendizábal y el tercero, por el Frente Popular.

Desde las primeras semanas de la República, ardieron miles de Iglesias en toda España en uno de los ataques a la libertad religiosa más espeluznantes de la historia de la Humanidad. Lo que hubo en España fue un auténtico genocidio contra los católicos que afectó igualmente al arte sacro y de manera colateral a otro tipo de instituciones o centros culturales.

Aquellos incendios supusieron la pérdida de miles de retablos de gran valor artístico: románicos, góticos, barrocos…los órganos, algunos con varios siglos de existencia; las campanas que, como elemento de orfebrería también era de gran valor, fueron objeto de inexplicable inquina; multitud de pinturas, esculturas, orfebrería sagrada, reliquias y joyas fueron destruidas. Vamos a poner dos ejemplos, por no extendernos en exceso. En Barcelona, uno de los lugares más afectados, se quemaron 500 iglesias, incluida la Catedral o la Basílica de Montserrat, se profanó la tumba de Gaudí y se rompieron las maquetas de la Sagrada Familia. Es común, en la documentación hallada sobre aquellos episodios, citar como autores de aquello hechos a anarquistas (la documentación de ambos bandos así lo hace, pero también hay profusión de datos que implican a militantes del Partido Comunista, de la UGT o del POUM).

En el segundo ejemplo, nos centraremos en la Revolución del 34 en Asturias. En la noche del 11 al 12 de octubre de 1934, entraron los republicanos por el fondo sureste de la Catedral, quemaron la sillería del coro -de incalculable valor, recuperada sólo en parte décadas después, llenaron la capilla de Santa Leocadia, situada bajo la Cámara Santa, de cajas de dinamita y volaron el conjunto. Con ello destrozaron una maravillosa Iglesia ramirense, robaron joyas y atentaron contra uno de los elementos más valiosos de orden histórico artístico y espiritual no ya de España sino de Europa, el Santo Sudario, una de las dos reliquias más importantes de la cristiandad y que se salvó de milagro. En una carta escrita tras el atentado por el deán Arboleya, figura capital del catolicismo progresista de la época, dice: “una de las obras de arte más preciosas, la Caja de las Calcedonias, del año mil, quedó intacta sobre los escombros, mientras ayer descubrimos con la emoción más intensa la Cruz de los Ángeles, a pocos centímetros sobre el suelo de la cripta, bajo varios metros de escombros pesadísimos. Y está muy poco deteriorada. El Arca Santa sale en pedazos lamentables; la Cruz de la Victoria no apareció aún”. A pesar de todo, fue milagroso que el destrozo no fuera aún mayor. Muchas de las gemas que adornaban las cruces y el Arca, desaparecieron. Las actuales son producto de los artesanos restauradores.

Los mayores expolios se dieron en todo orden de cosas a partir del Decreto de Azaña del 6 octubre de 1936, que firmó tras haberle engañado Negrín. Palacios, Instituciones, Catedrales como la de Toledo vieron desaparecer para siempre algunos de sus tesoros más preciados. Custodias, mantos como el de las ochenta mil perlas de la Virgen del Sagrario de la catedral de Toledo, piezas de gran valor del Museo Arqueológico, cuadros de gran valor de colecciones particulares, fueron incautados con el fin de proteger los bienes culturales ante el avance de los «nacionales» , aquella protección llevó a que ardieran bibliotecas, trabajos de investigación, además de escuelas y edificios, pinturas y esculturas de enorme valor. Por ejemplo, siguiendo en Oviedo, los republicanos dinamitaron la Universidad y se perdió su biblioteca. En Portugalete, incendiaron el palacio Salazar, que albergaba otra espléndida biblioteca y colecciones de arte valiosísimas. Bibliotecas como la franciscana de Sarriá, con cien mil volúmenes, o la de Guadamur, una de las mayores de Europa conservadas en castillos, quedaron destruidas, y fueron pasto de las llamas otras muchas con decenas de miles de libros, a menudo únicos, conservados de siglos atrás.

Aquel destrozo de obras de arte fue puesto de manifiesto en las Cortes por Calvo Sotelo: “Esculturas de Salzillo, magníficos retablos de Juan de Juanes, lienzos de Tiziano, tallas policromadas, obras que han sido declaradas monumentos nacionales, como la iglesia de Santa María de Elche, han ardido en medio del abandono, cuando no de la protección cómplice del gobierno”. Los diputados de izquierda recibieron sus denuncias con chirigotas y frases como “¡Para la falta que hacían…!

Muchas de las obras encontradas en las iglesias y conventos o palacios fueron sacadas de España con cierta facilidad por ser de pequeño tamaño fáciles de transportar, muchas, robadas, otras en manos de sus propietarios, pero en ambos casos ilegalmente vendidas por estar catalogadas como patrimonio español. El expolio se debió a que existieron auténticas redes de delincuentes dedicadas al robo y salida ilegal de obras de arte, dirigidas por conocidos “mercaderes del arte”, tanto españoles como extranjeros, que contaban en muchos casos con la colaboración de miembros de algunos partidos o sindicatos o incluso de diplomáticos y autoridades.

Un estudio realizado por la Universidad Complutense[1], afirma que muchos de aquellos “marchantes eran de nacionalidad holandesa”. No fueron ni los únicos y ni los más destacados. El principal destino de aquel desastre era Francia y especialmente París, centro mundial del mercado de obras de arte. Además, esta exportación ilegal se extendía hacía América y a otros países europeos además de la mencionada Holanda –especialmente Suiza, Inglaterra, Bélgica o Alemania-. Si bien es cierto que hubo tímidos intentos por parte del gobierno español de evitar ese tráfico de obras, las respuestas de los gobiernos europeos carecieron de solvencia, ninguno de ellos quiso ofrecer garantía alguna para paralizar aquella sangría.  Conocida era la “tienda” sita en París, en la Rue Bonaparte, “una tienda de antigüedades en la que se venden especialmente objetos religiosos procedentes de las iglesias españolas”. También era bien conocido un tal Raimundo Ruiz, que gozaba de un “buen mercado de antigüedades“ en Nueva York. Este individuo de tendencia nacionalista obtuvo las obras de catalanes y vascos y también de republicanos asentados en Francia. Realmente el tal Ruiz era una mezcla de contrabandista y estafador. Estos mercachifles o comerciantes sin escrúpulos fueron, sin ninguna duda, los principales responsables de las pérdidas patrimoniales.

Aquel mínimo interés en recuperar lo expoliado por parte del gobierno, hizo que republicanos ilustres como Azaña o Salvador de Madariaga, llegaran a afirmar que aquello fue algo muy organizado y sistemático conocido por las autoridades.

Así, Azaña describió la acción del gobierno en esta materia como: «política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta».  Marañón, padre espiritual de la república, afirmó: «¡Qué gentes! Todo es en ellos latrocinio, locura, estupidez. Han hecho, hasta el final, una revolución en nombre de Caco y de caca»; «Bestial infamia de esta gentuza inmunda»; «Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?».

Evidentemente, no todos actuaron igual; desde los dos bandos hubo intentos de recuperar lo perdido, como señaló el director general de Bellas Artes, Puig de la Bellacasa, a raíz de una exposición realizada sobre la recuperación de las obras perdidas durante la Guerra [alabando a] “personas de los dos bandos que entre el 36 y el 39 defendieron el patrimonio histórico unidos por su pasión por el arte”.

En el bando republicano, ya durante el Frente Popular, se creó la Junta del Tesoro Artístico, con sede central y subsedes provinciales, trabajó, en general, de manera técnicamente muy aceptable y con un espíritu dedicado y desinteresado. Otra cosa es el carácter político del trabajo, un verdadero crimen contra la herencia artística e histórica de España, como decía Salvador de Madariaga, otro ilustre republicano. El problema de las implicaciones políticas fue el gran error de los republicanos en este asunto, no sólo de los que actuaban de buena fe sino de los que no lo hicieron así.

Una de las políticas de la república fue idear movimientos de “salvación”, es decir, sacar obras de sus museos o bibliotecas y ponerlas a recaudo fuera de España para su preservación. Por ejemplo, muchas obras museísticas vascas fueron enviadas a Francia; las catalanas, a Suiza, y algunas se quedaron a buen recaudo en España. Los problemas vinieron cuando la supuesta salvación se convirtió en robo descarado sin que la Junta pudiera hacer nada, bien porque eran los partidos los que actuaban bien porque era personajes ilustres de la República los que los llevaban a cabo o bien porque eran los ministros los que lo hacían, especialmente Negrín.

Recordemos las palabras de uno de los técnicos, Ángel Ferrant, en 1938: “Se siguen destruyendo cosas. Principalmente nos apresuramos a recoger todo lo que corre riesgo de que lo quemen cuando vengan los fríos. Sabemos por experiencia la cantidad de buenas imágenes y retablos que, sin poderlo evitar, corrieron esa suerte el año pasado. Es de lo más desolador enterarse constantemente de la desaparición de piezas importantes”.

Conviene, por tanto, distinguir entre la labor entregada de los técnicos que intentaron salvar lo salvable, y los dirigentes políticos que dirigieron la operación y aprovecharon el desinterés y angustia de los profesionales para apoderarse de un inmenso tesoro artístico e histórico. Es conocida la labor de la subsede madrileña de Junta Central del Tesoro Artístico en la que figuraba gente tan ilustre como Enrique Lafuente Ferrari, Diego Angulo, Gómez Moreno o Buero Vallejo, empeñados en convencer a los incontrolados de que el arte, aunque fuera religioso, era arte y patrimonio de todos, o de intentar convencer a las autoridades de que los cuadros del Prado debían permanecer en Madrid

Los cuadros del Prado, son un acontecimiento destacado de aquella “salvación”, pero no fueron los únicos. Veamos algunos ejemplos:

  • El 28 de junio de 1937, en barco, salían, desde Barcelona hacia Marsella , 33 cajas que contenían, según la mercancía declarada, “medias de seda artificial”, con destino a Francia, a la empresa “Intercambios Comerciales, S.A.”. Pero las averiguaciones posteriores demostrarían que el contenido de las cajas era otro; un agente republicano en misión especial comprobaría al acudir al depósito de la aduana de Marsella que al abrir varias de las cajas “en su interior hay lienzos y cobres pintados, vajillas y objetos de plata, cristos y otras varias cosas de ornamento para el culto católico, no pudiendo precisar exactamente el contenido de todas ellas por no haber sido posible abrirlas todas”. El agente republicano, que consideraba “preciso llevar todas las gestiones en el más absoluto secreto”, se puso en contacto con el Vicecónsul de la República en Marsella, Antonio Fernández, para comunicarle su hallazgo. El temor del agente estribaba no sólo en que se pudieran enterar las autoridades de la aduana –e interviniesen las cajas dada la falsedad de la declaración de la mercancía–, sino también que llegara a oídos de “ciertos elementos de la F.A.I. para los cuales no hay secretos en ese consulado”. Los republicanos siempre acusaron a los anarquistas de este “salvamento”. El objetivo del agente era evitar que se malograse con ello el rescate de las cajas. En aquella ocasión, el Gobierno de la República decidió actuar por vía judicial y diplomática para recuperar las 33 cajas de Marsella. El Fiscal General de la República recomendaba presentar una querella ante el Juzgado de Instrucción de Barcelona “por delitos de falsedad, robo y estafa” contra los responsables del cargamento. Realizado esto, había que exigir a Francia por vía diplomática la entrega de las cajas. Lo cierto es que las 33 cajas de Marsella fueron finalmente rescatadas y enviadas a la embajada de España en París seis meses después, en marzo de 1939. El que llevó a cabo la gestión definitiva fue Timoteo Pérez Rubio, presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico, que viajó desde Ginebra –donde se encontraban las obras evacuadas por la Junta en proceso de inventario–para hacerse cargo, entre otras, de estas obras. Por mediación de Jacques Jaujard, Director de los Museos Nacionales y de la Escuela del Louvre, consiguió que bajo amparo diplomático las cajas fueran remitidas para “amueblar dicha embajada”, en un momento en el que la España de Franco ya había sido reconocida por Francia. Finalmente, acabada la guerra, las cajas pasarían a manos de los representantes del Gobierno español y regresarían a España a mediados de octubre de 1940.
  • Hablaremos de un segundo “salvamento”, el acontecido en el palacio de Zabálburu. Se trataba de un edificio madrileño con una de las mejores colecciones de libros antiguos del mundo, que fue requisado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, impulsada por Bergamín. Al palacio fueron a vivir Alberti y su mujer, y en él daban fiestas de disfraces, comedias, etc., en plena guerra y penuria de la población. Es conocida la anécdota de poeta y honradísima persona, Miguel Hernández, que, recién llegado del frente, comentó en una de esas fiestas: “Veo aquí a mucha puta y mucho hijo de puta”, recibiendo una fuerte bofetada de María Teresa León, que juzgó inapropiada la observación del poeta. El hecho de servir el palacio de Zabálburu como sede de la Alianza, salvó su biblioteca del destino de otras muchas. Ello tuvo un coste, sin embargo. Al terminar la guerra pudo comprobarse que habían desaparecido 90 libros antiguos de valor inestimable, escogidos con pericia evidente, así como la colección de monedas de oro, objetos de plata, etc.
  • Podríamos hablar de otro salvamento, el de el Museo Arqueológico, por el republicano Wenceslao Roces, subsecretario de Instrucción Pública, acompañado de milicianos armados. Pero como se trata de un asunto muy relacionado con el oro, lo dejaremos para la segunda entrega.

Por eso en este tercer ejemplo vamos a narrar uno de los acontecimientos “salvadores” más controvertidos: el de los cuadros del Museo del Prado. Para su análisis nos basaremos en el libro de José Calvo Poyato (por cierto, hermano de la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo), el historiador Calvo Poyato en su libro “El milagro del Prado” considera que el hecho de que los cuadros puedan estar hoy a salvo en el Museo del Prado y no destrozados o perdidos es algo milagroso, tal y como fueron tratados. El Gobierno de la República ordenó el traslado de las obras del museo, junto con otras que habían sido incautadas. Se distribuyeron por varios lugares de la ciudad de Valencia entre ellos las Torres de Serrano y el Colegio del Patriarca.

Posteriormente, entre los años 1937 al 1938, estas piezas fueron trasladas a Barcelona, en primer lugar, más tarde al Castillo de Peralada y a unas minas en el Ampurdán. En febrero de 1939 viajaron hacia Ginebra, y allí fueron custodiadas por el Comité Internacional de Expertos para el Inventario de las Obras de Arte Españolas. Fueron expuestas en la Sociedad de Naciones de la misma ciudad, hasta que fueron devueltas a España el 7 de septiembre de 1939.

Los cuadros fueron sacados del Museo cuando se acercaban las tropas nacionales a Madrid, las dos razones que se dieron para ello fueron que había que “salvar” esos tesoros de los bombardeos y del frío madrileño. Excusas, dice Calvo Poyato: «fue una decisión política; cuando se tomó no había caída una sola bomba sobre el Prado».  No había la menor razón para llevarse de allí las pinturas, como demostró el subdirector del museo y director de facto ante la ausencia de Picasso, que era el director titular, Sánchez Cantón, y como demostró la propia conducta del Gobierno frentepopulista, que siguió sirviéndose del edificio para almacenar, a lo largo de toda la guerra, innumerables piezas artísticas y otros valores para llevarlos luego a Valencia y Barcelona.

Había, además, otra razón para evitar el traslado: los lienzos podían, en último extremo, guardarse en el Banco de España. Es preciso recordar las palabras de Salvador de Madariaga: “El cacareado salvamento de los cuadros del Prado, lejos de ser tal salvamento, fue uno de los mayores crímenes que contra la cultura española se han cometido jamás. Madrid poseía precisamente la mejor cámara subterránea quizá entonces del mundo para la protección de tesoros artísticos, recién terminada con arreglo a la técnica más moderna. A los técnicos ingleses que visitaron España entonces se les enseñó un par de cuadros del Greco enmohecidos por la humedad para hacerles creer que esta cámara subterránea no era suficiente. A la sazón presidente de la Oficina Internacional de Museos de la Sociedad de Naciones, pude estudiar documentación suficiente para asegurar aquí que los cuadros del Museo del Prado no debieron haber salido nunca de Madrid, y que no hubieran salido de no haber predominado en el Gobierno de entonces la pasión política más miserable sobre el respeto a la cultura y al arte”.
Por tanto, sacarlos de Madrid para salvarlos de los bombardeos no era cierto, de hecho, apenas hubo bombardeos entorno al Museo y la Biblioteca Nacional, primero los nacionales siempre preservaron edificios significativos, salvo que estuvieran en ellos instaladas instituciones republicanas, como ocurrió con el Palacio de Liria.La segunda razón, sobre el frío, es aún más inaceptable, ni que los inviernos de Madrid, antes, en medio y después de la guerra no fueran igualmente fríos.

Calvo Poyato recuerda que las normas internacionales sobre patrimonio artístico, recomendaban dejar los cuadros en su sitio y en sótanos, que es donde estaban los del Prado, una vez que éste se cerró al público. En vez de eso, se los sacó «sometiéndolos a un riesgo en buena medida innecesario«. Los técnicos del Museo así se lo dejaron escrito a las autoridades, “era una barbaridad” escribió el subdirector del Museo. Ante la presión de los técnicos se hizo cargo del Museo, de facto, María Teresa León quien formaba parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y sin más autoridad que su decidido carácter los cuadros salieron con una protección mínima- Cuenta Calvo-

Ejemplos de las barbaridades del traslado pueden ser los siguientes: “Al llegar al puente de Arganda sobre el Jarama, un cuadro de las dimensiones de Las meninas tropezaba con los arcos superiores; de modo que hubo que bajarlo del camión y llevarlo a mano hasta cruzar el puente. En otra ocasión, Los fusilamientos del tres de mayo sufrió destrozos importantes al caerle encima un balcón y estuvo a punto de perderse” cuenta el autor de el milagro del Prado. No fueron los únicos desastres otro ejemplo es el del Cristo de Velázquez cayendo barranco abajo al salir del Ampurdán camino de Francia. El autor recuerda, asimismo, como eran las carreteras durante la guerra, bombardeadas, sin mantenimiento, llenas de baches y socavones. Los camiones no podían superar los 15 km hora por miedo a volcar y para no destrozar las ruedas entre bache y bache. En cada uno de ellos, los cuadros, instalados sin la protección adecuada iban dando botes durante los más de 400km que separan Madrid de Valencia.

Afortunadamente, frente a la actitud de los políticos -que a Calvo Poyato le parece poco prudente cuando menos- estuvo la responsabilidad de los técnicos. Así, el pintor Timoteo Pérez Rubio, uno de los personajes más destacados de esta historia, se ocupó de que, una vez llegados a Valencia, los cuadros se alojaran en lugares seguros, y fueran restaurados. Si bien, posteriormente fueron trasladados a Barcelona, Gerona, Francia y Suiza. Realmente es milagroso que aún tengamos cuadros en el Prado. El traslado a Barcelona se debió a la orden de que los cuadros del Prado y otros tesoros museísticos, debían estar con el gobierno. Calvo Poyato llama la atención sobre otro hecho significativo en esos días finales: por un decreto del gobierno los asuntos del patrimonio artístico nacional pasaron a depender del Ministerio de Hacienda. «Eso tiene un tufo», dice, «de que se les quería dar valor económico por encima del valor artístico». Tras Barcelona al Ampurdán donde los cuadros y otros tesoros de El Prado fueron “instalados” en polvorines que podían ser objetivo militar y si no fueron volados fue porque los servicios de inteligencia franquista, conocían su ubicación y evitaron los bombardeos. Realmente es milagroso que aún tengamos cuadros en el Prado.

Azaña, en aquellos años, expresó toda la angustia de la situación al decir que sentía la presencia de unas obras maestras que, en conjunto, eran más importantes que cualquier otra cosa, que la República y la Monarquía juntas.

Aquel cambio de competencias de Cultura a Hacienda abre todo tipo de conjeturas, que no se pueden demostrar, al menos mientras no se permita estudiar los archivos rusos, de que la República quería canjear aquellos cuadros por armas, como hizo con parte del oro. Los cuadros eran inmensamente conocidos, no se podían vender, pero si se podían dar a los rusos de Stalin a cambio de refuerzos armamentístico y apoyo logístico, incluso de protección para los dirigentes republicanos. Así lo sospecha Calvo, Pío Moa y otros muchos historiadores.

El hecho es que, milagrosamente, quizá porque veían que la guerra no tenía remedio para el bando republicano, por el tesón de alguno de sus dirigentes, de los técnicos, de algunos intelectuales y las dificultades del momento histórico, con la II Guerra Mundial en puertas cuando trasladar los cuadros a Rusia hubiera sido condenado en la Sociedad de Naciones, o por lo que fuera, el resultado fue que durante la última etapa de la Republica, el Gobierno se esforzó por preservar física y jurídicamente los cuadros, de ahí el traslado a París , primero, y a Ginebra, después, siendo custodiados en la sede de la Sociedad de Naciones hasta su regreso a España.

[1] CONTRIBUCIÓN AL ESTUDIO DE LA SALIDA DELICTIVA DE OBRAS DE ARTE AL EXTRANJERO DURANTE LA GUERRA CIVIL  Arturo Colorado Castellary

ERRORES DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Valga este hilo para mostrar mis condolencias a todas las familias que han perdido a un ser querido por el coronavirus y muy especialmente a la del profesor Seco Serrano,  cuyos libros de historia han cautivado y cultivado a muchas generaciones de españoles, entre las que me encuentro.

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Decía Napoleón en los comentarios a “El Príncipe” de Maquiavelo que, hay que conocer la Historia para no volver a cometer los mismos errores. En el caso que nos ocupa, los errores de la 2ª República. Ese régimen político tan idealizado por algunos, tan denostado por otros. Hoy realizo un análisis somero, de grandes causas. No puedo abarcar en un hilo este asunto en profundidad; grandes historiadores han escrito varios volúmenes sobre esto.

Intentaré seguir un cierto orden cronológico.

Primero. La república no llegó legalmente, provino de un Golpe de Estado.

El golpe fue doble, provino de la izquierda, pero, sobre todo, de la derecha, la monárquica y la republicana. Apenas se fueron conociendo los resultados de los comicios municipales en la noche del 12 al 13 de abril, donde los monárquicos habían ganado las elecciones, los republicanos se apresuraron a señalarse victoriosos. Pero fue Maura, hombre de derechas,  el que previendo que los monárquicos, que ya habían desasistido al Rey al comenzar la transición post Primo de Rivera, no presentarían resistencia, se presentó en el Ministerio de Gobernación con Azaña ( representante de la izquierda) y proclamó la República.

Efectivamente, los monárquicos no se defendieron; ni el General Sanjurjo, ni Romanones, ni Berenguer ni otros muchos hicieron nada por defender el régimen monárquico. Realmente, fue el Gobierno, no los republicanos, los que dieron carácter plebiscitario a aquellas elecciones municipales que habían ganado. Fueron los monárquicos los que regalaron el poder a los republicanos comandados en el golpe de Estado por Maura. Ya aquí aparece la figura brillante en la forma, pero discutible en el fondo de Alcalá-Zamora, hombre inteligente, hecho a sí mismo, que fue doblemente ministro de Alfonso XIII y al que traicionó, siendo uno de los impulsores de la República. La república llegó, pues, por iniciativa y dirección derechista, aunque la mayor parte de sus fuerzas tuviera carácter izquierdista.

Segundo. La constitución.Tener una constitución, no significa tener una democracia. Aquella República nació como señala Javier Tusell “como democracia poco democrática”.  Si una democracia se basa en el respeto a los derechos humanos, la libertad, la propiedad y la separación de poderes, aquella nunca los cumplió. Decían sus propagandistas que la república había venido para traernos la justicia social, que nos faltaba; la libertad, que ignorábamos. Esto de la libertad era un punto esencialísimo en la propaganda del régimen del 31. Porque no se puede olvidar que su mantra casi al modo de obsesión, como un acto de fe, era su defensa de la libertad de que se había adolecido en los últimos tiempos de la monarquía; más concretamente en los años de la Dictadura, desde 1923 a 1930, año en el que cae el Gobierno del General Primo de Rivera, y desde 1930, en el que sube Berenguer, hasta 1931. Si había, por tanto, alguna promesa inscrita en los programas de la República, esta era la de devolver al pueblo español aquella libertad de la que se le había privado durante ese llamado septenario indigno y, sin embargo, su reacción resultó contraria a su pregón porque uno de sus mayores errores fue nacer como reacción contra lo anterior, como venganza contra lo existente, como último coletazo violento de una Restauración inacabada y fracasada. La República no actuaban pensando en el futuro sino para contestar y vengarse del pasado. Con ese rencor sólo se podían cometer atrocidades.

En esa posición de venganza, la República, desde su inicio, y con la redacción de la Constitución, más, se manifiesta como una imposición de la izquierda sobre la derecha. Los problemas no vinieron por las derechas ni por las izquierdas moderadas sino por unas izquierdas radicalizadas y unos nacionalismos utópicos y mesiánicos, que no tenían forzosamente por qué imponerse, pero que los errores moderados, hicieron que se impusieran.

Tercero. Los gobiernos de Azaña. El primer bienio. La revolución desde arriba como Azaña y otros pregonaban, fue, como tantas veces un fracaso. La radicalidad acontece por asumir las masas el control de la calle, por acometer las masas unas acciones políticas sin control, sin tino, sin capacidad de reflexión sobre su actitud. Es precisamente esa activación política de las masas una de las características y uno de los errores de aquella República.

Uno de los grandes problemas que derivaron en la radicalidad de la República la planteó el partido socialista, por ser el partido más fuerte y mejor organizado de la izquierda ( obtuvo 120 diputados en las primeras elecciones). Tenía mayor experiencia porque había colaborado ya con la dictadura de Primo de Rivera, no es que compartiera sus postulados, sino que actuó movido por el posibilismo y siempre mostrándose muy moderado en aquellos años.  Pero, instaurada la República, el PSOE se radicalizó. No en su totalidad, sino que quedó dividido en dos grandes alas y un tercero que basculó la tendencia. Mientras Julián Besteiro se manifestó siempre como moderado, y por ello fue arrinconado por un Largo Caballero, cuyo modelo era la URSS de Stalin y la dictadura del proletariado. Este sector fue el predominante y más cuando el tercero en discordia- Prieto-, que podía haber equilibrado la situación apoyando a Besteiro, se inclinó por Largo Caballero. Con esa ideología participó en el primer bienio. El radicalismo lo compartían anarquistas y nacionalistas. Los otros dos graves problemas de la izquierda, en la República y en la guerra. Azaña y otros miembros de la izquierda creían que dirigían y controlaban al partido socialista y no fue así. Si tal circunstancia se vio clara en todo momento, más aún durante el segundo bienio, cuando las derechas alcanzaron el poder, porque en contra de una opinión generalizada, los republicanos no eran todos de izquierdas. De hecho, el partido republicano con mayor número de seguidores era el Radical, de Lerroux (125 diputados en las primeras elecciones) que adoptó una política moderada y en la práctica derechista. Varios de sus principales políticos serán asesinados por el Frente Popular, y el propio Lerroux y, muchos de sus seguidores, apoyarán a los nacionales.

Entre los graves errores del primer bienio hay que destacar la reforma del ejercito y la reforma de la Iglesia. Nunca pactadas, ejerciendo el gobierno un continuo “trágala” que trajo todo tipo de disgustos.

La reforma del ejército provocó tal malestar que está en la base del intento de golpe de Estado de Sanjurjo en el 32, el cual tendrá consecuencias lamentables a su vez, pues desunió al ejercito que se mostraba como una pieza frente a la reforma nefasta y que determinó alguno de las reticencias en la actuación en julio del 36. La segunda reforma, la de la Iglesia, sentó las bases del aumento de las manifestaciones anticlericales, un clásico en España, y fomentó la quema de iglesias, y, en última instancia, de una persecución a los católicos cercana al genocidio.

La tercera reforma destacada, la agraria, no supo atender las necesidades del campo, uno de los problemas continuos de la República, tanto por el descontento de la gente como por la crisis económica que no supo atajar. En este sentido aquel bienio tuvo algunos aciertos, como la reforma fiscal emprendida por Indalecio Prieto, que logró controlar la evasión de capitales y luchó por estabilizar la peseta, aunque no tuviera carácter definitivo, ideó un vasto plan para canalizar las obras públicas y rentabilizar los recursos estancados en las cuentas bancarias y en las cajas de ahorro. Pero, en cambio, no pudo realizar una estructuración de la política económica. Con todo, lo que perjudicó más a la economía fue la baja productividad nacida de las continuas reivindicaciones sociales que, en parte, provenían de una política deflacionista que aumentó el malestar social, al incrementarse el paro.

A eso hay que unir otras fuentes de malestar, como la depuración de los funcionarios poco afines, la sublevación anarquista de inicios del 33 y sobre todo, la difícil personalidad de Azaña, intelectual brillante, gran orador en el Parlamento, pero absolutamente incompetente en la comunicación social. Cayó sistemáticamente en la agresividad contra sus contrincantes políticos y contra todo aquel que le llevara la contraria, despreciaba a todos, movido por una soberbia infinita. Con el tiempo cosechó con creces el sectarismo que sembró. Entre sus enemigos se situó D. Niceto Alcalá- Zamora, Presidente de la República. Un orador casi tan brillante como Azaña, trabajador y tenaz, pero un completo petulante, de maneras caciquiles, que aspiraba a lo mismo que Azaña: a mandar por encima de cualquier otra consideración.

Cuarto. No se dejó gobernar al ganador de las elecciones del 33. Durante, el segundo bienio, tras las elecciones de 1933, los moderados llegan al poder. Las masas están cada vez más polarizadas, el anarquismo, la radicalidad y violencia son el signo de aquellos años. La izquierda llama a este periodo ”bienio negro”, pero en él mejoró la economía, el sistema financiero y se incrementó el presupuesto, especialmente, en la enseñanza. Los apoyos parlamentarios del gobierno (los partidos de derechas con sus máximos responsables Lerroux, por el partido Radical, y Gil Robles, por la C.E.D.A.) defendieron la legalidad y derrotaron la insurrección revolucionaria de izquierdistas, muy destacada en Asturias, y en Cataluña ( por los nacionalistas) en octubre de 1934.

El nacionalismo, primero el catalán que ilumina al vasco y alimenta, más lejanamente, al gallego, fue otra de las lacras de aquella República. Por más que Azaña, Salvador de Madariaga y otros dirigentes de  derechas e izquierdas fueran profundamente españoles y vieran con espanto la evolución de lo que ellos creían sectores moderados de catalanismo hacia tendencias cada vez más nacionalistas, sin ser capaces de embridar a esa “bestia” que se inició en los tiempos de la restauración y aún padecemos.

Dos grandes problemas se encontró aquel bienio:

Uno, las algaradas de la izquierda; la radicalidad de las calles; la falta de tolerancia para aceptar la derrota; el intento de golpe de Estado por parte de Azaña para impedir el gobierno de la derecha, la insurrección violentísima del 34, “insurrección [que]se hizo con el propósito textual de comenzar una guerra civil. [1]

 Aquellos acontecimientos dejaron entrar en la vida española a otro protagonista: el miedo. El miedo se apoderó de los moderados que nunca supieron reaccionar adecuadamente. Por eso, Salvador de Madariaga denunció la “actitud rebelde y anticonstitucional del socialismo”.

Dos. La división de la derecha, azuzada desde sus propias filas, sobre todo, desde la presidencia de la República por Alcalá -Zamora, hombre, también de derechas, pero absolutamente incapaz de entender los grandes problemas, sólo preocupado por pequeñeces, que siempre conducían a su ego y a mantenerse en el poder. Así, hostigó a Lerroux y Gil-Robles para dividirlos. Fue el instigador oculto, de la acusación de corrupción por el “estraperlo” que injustamente acabó con la carrera política de Lerroux. Provocó incansablemente a Gil-Robles para que no entrara en el Gobierno.

Hay unanimidad en la historiografía en apreciar que el posibilismo de Gil Robles (el famoso “gobernar desde fuera del poder” como elemento de pacificación cuando había ganado las elecciones de manera rotunda) pudo contribuir eficazmente al afianzamiento de la República, y, si se le hubiera dejado gobernar tras la revolución del 34, la República hubiera tenido alguna opción de perdurar. Pero la intransigencia socialista fue el factor decisivo en el fracaso del régimen. Pero no sólo del socialismo. Alcalá-Zamora, como Presidente de la República, aportó grandes dosis de culpabilidad a aquel fracaso; su actitud intrigante contribuyó a desestabilizar el régimen; interpuso a su fiel escudero Portela para realizar todo tipo de maniobras, cayendo en la más absoluta ilegalidad contra Gil-Robles lo que le llevó a un enjuiciamiento en la Comisión permanente de las Cortes. Precisamente, para evitar esa Comisión, convocó elecciones, las fatídicas elecciones del 1936.

Quinto. No hubo elecciones democráticas en el 36. El Frente Popular perdió aquellas elecciones, aún cuando desde el 34 había ejercicio tal violencia contra las derechas que el resultado nunca hubiera sido aceptable, la verdad es que ni así las ganaron. Tuvieron que violentar el recuento para aparentar una victoria.

Sobre el recuento, Alcalá- Zamora señala el día 24: «Manuel Becerra (…) conocedor como último ministro de Justicia y Trabajo de los datos que debían escrutarse, calculó un 50% menos de actas, cuya adjudicación se ha variado bajo la acción combinada del miedo y la crisis». Azaña es explícito sobre las condiciones del escrutinio: «Los gobernadores de Portela habían huido casi todos. Nadie mandaba en ninguna parte y empezaron los motines». La segunda vuelta no fue presidida ya por Portela, como era legal, sino por el propio Azaña. Una escandalosa y posterior revisión de actas a cargo de los vencedores, erigidos en juez y parte, despojó todavía de más escaños a la derecha. Las cifras de las votaciones nunca fueron publicadas.

Con esos principios Azaña quería gobernar; llevar a cabo su «programa de demoliciones», como lo llamaba, en alianza con los sindicatos y el PSOE, a quienes considera al mismo tiempo «bárbaros». Alcalá-Zamora vota a Azaña, en vez de defender la legalidad. Sus intenciones se fundamentaban en que, si ganaba la derecha, le destituirían como Presidente por sus numerosas irregularidades y abusos; cosa que, en cambio, no podía esperar de las izquierdas, pues si estas obtenían el poder sería precisamente gracias a él. Justicia histórica es comprobar que, Azaña y el resto de la izquierda destituyeron a Alcalá-Zamora. Se valieron de una maniobra política basada en considerar las Cortes Constituyentes como primeras Cortes disueltas, una disposición constitucional señalaba que, en caso de disolverse las Cortes dos veces, la presidencia de la República debía ser votada de nuevo. Don Niceto no compartía ese criterio, pero estaba en minoría. Alcalá no pudo hacer nada para impedir la nueva votación y su destitución. Se atrevió con los suyos, pero nunca con los de las izquierdas, ni en el 36 ni en el 31 con la quema de los conventos ni, en medio, durante el segundo bienio, como hemos visto. Siempre fue un traidor a la legalidad en favor de su propio interés.

Sexto. La clase política.Tras lo visto y si se quiere ampliar, leyendo las memorias de Azaña o de Alcalá-Zamora, analizando, en conjunto, la clase política de aquel momento fue una calamidad. Se concluye que no sólo, como señaló Maura, la República carecía de republicanos, es que careció de estadistas, en cualquier estrato político. Se impuso en sus dirigentes un vacío político que nos llevó al desastre.

BIBLIOGRAFÍA

JAVIER TUSELL. La Segunda República en Madrid. Ed. Tecnos. 1970

MANUEL TUÑÓN DE LARA. La Segunda República. Ed. Siglo XXI. 1976

PÍO MOA. Nueva Historia de España. Ed. La esfera de los libros. 2010.

PÍO MOA. 1934.Comienza la Guerra Civil. Ed Altera.2004.

Ricardo de la Cierva. Historia Básica de la España actual. Ed. Planeta. 1974

UBIETO, REGLÁ, JOVER Y SECO. Introducción a la Historia de España. Ed. Teide. 1983

[1]Pio Moa: 1934.Comienza la Guerra civil.