ERRORES DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA

Valga este hilo para mostrar mis condolencias a todas las familias que han perdido a un ser querido por el coronavirus y muy especialmente a la del profesor Seco Serrano,  cuyos libros de historia han cautivado y cultivado a muchas generaciones de españoles, entre las que me encuentro.

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Decía Napoleón en los comentarios a “El Príncipe” de Maquiavelo que, hay que conocer la Historia para no volver a cometer los mismos errores. En el caso que nos ocupa, los errores de la 2ª República. Ese régimen político tan idealizado por algunos, tan denostado por otros. Hoy realizo un análisis somero, de grandes causas. No puedo abarcar en un hilo este asunto en profundidad; grandes historiadores han escrito varios volúmenes sobre esto.

Intentaré seguir un cierto orden cronológico.

Primero. La república no llegó legalmente, provino de un Golpe de Estado.

El golpe fue doble, provino de la izquierda, pero, sobre todo, de la derecha, la monárquica y la republicana. Apenas se fueron conociendo los resultados de los comicios municipales en la noche del 12 al 13 de abril, donde los monárquicos habían ganado las elecciones, los republicanos se apresuraron a señalarse victoriosos. Pero fue Maura, hombre de derechas,  el que previendo que los monárquicos, que ya habían desasistido al Rey al comenzar la transición post Primo de Rivera, no presentarían resistencia, se presentó en el Ministerio de Gobernación con Azaña ( representante de la izquierda) y proclamó la República.

Efectivamente, los monárquicos no se defendieron; ni el General Sanjurjo, ni Romanones, ni Berenguer ni otros muchos hicieron nada por defender el régimen monárquico. Realmente, fue el Gobierno, no los republicanos, los que dieron carácter plebiscitario a aquellas elecciones municipales que habían ganado. Fueron los monárquicos los que regalaron el poder a los republicanos comandados en el golpe de Estado por Maura. Ya aquí aparece la figura brillante en la forma, pero discutible en el fondo de Alcalá-Zamora, hombre inteligente, hecho a sí mismo, que fue doblemente ministro de Alfonso XIII y al que traicionó, siendo uno de los impulsores de la República. La república llegó, pues, por iniciativa y dirección derechista, aunque la mayor parte de sus fuerzas tuviera carácter izquierdista.

Segundo. La constitución.Tener una constitución, no significa tener una democracia. Aquella República nació como señala Javier Tusell “como democracia poco democrática”.  Si una democracia se basa en el respeto a los derechos humanos, la libertad, la propiedad y la separación de poderes, aquella nunca los cumplió. Decían sus propagandistas que la república había venido para traernos la justicia social, que nos faltaba; la libertad, que ignorábamos. Esto de la libertad era un punto esencialísimo en la propaganda del régimen del 31. Porque no se puede olvidar que su mantra casi al modo de obsesión, como un acto de fe, era su defensa de la libertad de que se había adolecido en los últimos tiempos de la monarquía; más concretamente en los años de la Dictadura, desde 1923 a 1930, año en el que cae el Gobierno del General Primo de Rivera, y desde 1930, en el que sube Berenguer, hasta 1931. Si había, por tanto, alguna promesa inscrita en los programas de la República, esta era la de devolver al pueblo español aquella libertad de la que se le había privado durante ese llamado septenario indigno y, sin embargo, su reacción resultó contraria a su pregón porque uno de sus mayores errores fue nacer como reacción contra lo anterior, como venganza contra lo existente, como último coletazo violento de una Restauración inacabada y fracasada. La República no actuaban pensando en el futuro sino para contestar y vengarse del pasado. Con ese rencor sólo se podían cometer atrocidades.

En esa posición de venganza, la República, desde su inicio, y con la redacción de la Constitución, más, se manifiesta como una imposición de la izquierda sobre la derecha. Los problemas no vinieron por las derechas ni por las izquierdas moderadas sino por unas izquierdas radicalizadas y unos nacionalismos utópicos y mesiánicos, que no tenían forzosamente por qué imponerse, pero que los errores moderados, hicieron que se impusieran.

Tercero. Los gobiernos de Azaña. El primer bienio. La revolución desde arriba como Azaña y otros pregonaban, fue, como tantas veces un fracaso. La radicalidad acontece por asumir las masas el control de la calle, por acometer las masas unas acciones políticas sin control, sin tino, sin capacidad de reflexión sobre su actitud. Es precisamente esa activación política de las masas una de las características y uno de los errores de aquella República.

Uno de los grandes problemas que derivaron en la radicalidad de la República la planteó el partido socialista, por ser el partido más fuerte y mejor organizado de la izquierda ( obtuvo 120 diputados en las primeras elecciones). Tenía mayor experiencia porque había colaborado ya con la dictadura de Primo de Rivera, no es que compartiera sus postulados, sino que actuó movido por el posibilismo y siempre mostrándose muy moderado en aquellos años.  Pero, instaurada la República, el PSOE se radicalizó. No en su totalidad, sino que quedó dividido en dos grandes alas y un tercero que basculó la tendencia. Mientras Julián Besteiro se manifestó siempre como moderado, y por ello fue arrinconado por un Largo Caballero, cuyo modelo era la URSS de Stalin y la dictadura del proletariado. Este sector fue el predominante y más cuando el tercero en discordia- Prieto-, que podía haber equilibrado la situación apoyando a Besteiro, se inclinó por Largo Caballero. Con esa ideología participó en el primer bienio. El radicalismo lo compartían anarquistas y nacionalistas. Los otros dos graves problemas de la izquierda, en la República y en la guerra. Azaña y otros miembros de la izquierda creían que dirigían y controlaban al partido socialista y no fue así. Si tal circunstancia se vio clara en todo momento, más aún durante el segundo bienio, cuando las derechas alcanzaron el poder, porque en contra de una opinión generalizada, los republicanos no eran todos de izquierdas. De hecho, el partido republicano con mayor número de seguidores era el Radical, de Lerroux (125 diputados en las primeras elecciones) que adoptó una política moderada y en la práctica derechista. Varios de sus principales políticos serán asesinados por el Frente Popular, y el propio Lerroux y, muchos de sus seguidores, apoyarán a los nacionales.

Entre los graves errores del primer bienio hay que destacar la reforma del ejercito y la reforma de la Iglesia. Nunca pactadas, ejerciendo el gobierno un continuo “trágala” que trajo todo tipo de disgustos.

La reforma del ejército provocó tal malestar que está en la base del intento de golpe de Estado de Sanjurjo en el 32, el cual tendrá consecuencias lamentables a su vez, pues desunió al ejercito que se mostraba como una pieza frente a la reforma nefasta y que determinó alguno de las reticencias en la actuación en julio del 36. La segunda reforma, la de la Iglesia, sentó las bases del aumento de las manifestaciones anticlericales, un clásico en España, y fomentó la quema de iglesias, y, en última instancia, de una persecución a los católicos cercana al genocidio.

La tercera reforma destacada, la agraria, no supo atender las necesidades del campo, uno de los problemas continuos de la República, tanto por el descontento de la gente como por la crisis económica que no supo atajar. En este sentido aquel bienio tuvo algunos aciertos, como la reforma fiscal emprendida por Indalecio Prieto, que logró controlar la evasión de capitales y luchó por estabilizar la peseta, aunque no tuviera carácter definitivo, ideó un vasto plan para canalizar las obras públicas y rentabilizar los recursos estancados en las cuentas bancarias y en las cajas de ahorro. Pero, en cambio, no pudo realizar una estructuración de la política económica. Con todo, lo que perjudicó más a la economía fue la baja productividad nacida de las continuas reivindicaciones sociales que, en parte, provenían de una política deflacionista que aumentó el malestar social, al incrementarse el paro.

A eso hay que unir otras fuentes de malestar, como la depuración de los funcionarios poco afines, la sublevación anarquista de inicios del 33 y sobre todo, la difícil personalidad de Azaña, intelectual brillante, gran orador en el Parlamento, pero absolutamente incompetente en la comunicación social. Cayó sistemáticamente en la agresividad contra sus contrincantes políticos y contra todo aquel que le llevara la contraria, despreciaba a todos, movido por una soberbia infinita. Con el tiempo cosechó con creces el sectarismo que sembró. Entre sus enemigos se situó D. Niceto Alcalá- Zamora, Presidente de la República. Un orador casi tan brillante como Azaña, trabajador y tenaz, pero un completo petulante, de maneras caciquiles, que aspiraba a lo mismo que Azaña: a mandar por encima de cualquier otra consideración.

Cuarto. No se dejó gobernar al ganador de las elecciones del 33. Durante, el segundo bienio, tras las elecciones de 1933, los moderados llegan al poder. Las masas están cada vez más polarizadas, el anarquismo, la radicalidad y violencia son el signo de aquellos años. La izquierda llama a este periodo ”bienio negro”, pero en él mejoró la economía, el sistema financiero y se incrementó el presupuesto, especialmente, en la enseñanza. Los apoyos parlamentarios del gobierno (los partidos de derechas con sus máximos responsables Lerroux, por el partido Radical, y Gil Robles, por la C.E.D.A.) defendieron la legalidad y derrotaron la insurrección revolucionaria de izquierdistas, muy destacada en Asturias, y en Cataluña ( por los nacionalistas) en octubre de 1934.

El nacionalismo, primero el catalán que ilumina al vasco y alimenta, más lejanamente, al gallego, fue otra de las lacras de aquella República. Por más que Azaña, Salvador de Madariaga y otros dirigentes de  derechas e izquierdas fueran profundamente españoles y vieran con espanto la evolución de lo que ellos creían sectores moderados de catalanismo hacia tendencias cada vez más nacionalistas, sin ser capaces de embridar a esa “bestia” que se inició en los tiempos de la restauración y aún padecemos.

Dos grandes problemas se encontró aquel bienio:

Uno, las algaradas de la izquierda; la radicalidad de las calles; la falta de tolerancia para aceptar la derrota; el intento de golpe de Estado por parte de Azaña para impedir el gobierno de la derecha, la insurrección violentísima del 34, “insurrección [que]se hizo con el propósito textual de comenzar una guerra civil. [1]

 Aquellos acontecimientos dejaron entrar en la vida española a otro protagonista: el miedo. El miedo se apoderó de los moderados que nunca supieron reaccionar adecuadamente. Por eso, Salvador de Madariaga denunció la “actitud rebelde y anticonstitucional del socialismo”.

Dos. La división de la derecha, azuzada desde sus propias filas, sobre todo, desde la presidencia de la República por Alcalá -Zamora, hombre, también de derechas, pero absolutamente incapaz de entender los grandes problemas, sólo preocupado por pequeñeces, que siempre conducían a su ego y a mantenerse en el poder. Así, hostigó a Lerroux y Gil-Robles para dividirlos. Fue el instigador oculto, de la acusación de corrupción por el “estraperlo” que injustamente acabó con la carrera política de Lerroux. Provocó incansablemente a Gil-Robles para que no entrara en el Gobierno.

Hay unanimidad en la historiografía en apreciar que el posibilismo de Gil Robles (el famoso “gobernar desde fuera del poder” como elemento de pacificación cuando había ganado las elecciones de manera rotunda) pudo contribuir eficazmente al afianzamiento de la República, y, si se le hubiera dejado gobernar tras la revolución del 34, la República hubiera tenido alguna opción de perdurar. Pero la intransigencia socialista fue el factor decisivo en el fracaso del régimen. Pero no sólo del socialismo. Alcalá-Zamora, como Presidente de la República, aportó grandes dosis de culpabilidad a aquel fracaso; su actitud intrigante contribuyó a desestabilizar el régimen; interpuso a su fiel escudero Portela para realizar todo tipo de maniobras, cayendo en la más absoluta ilegalidad contra Gil-Robles lo que le llevó a un enjuiciamiento en la Comisión permanente de las Cortes. Precisamente, para evitar esa Comisión, convocó elecciones, las fatídicas elecciones del 1936.

Quinto. No hubo elecciones democráticas en el 36. El Frente Popular perdió aquellas elecciones, aún cuando desde el 34 había ejercicio tal violencia contra las derechas que el resultado nunca hubiera sido aceptable, la verdad es que ni así las ganaron. Tuvieron que violentar el recuento para aparentar una victoria.

Sobre el recuento, Alcalá- Zamora señala el día 24: «Manuel Becerra (…) conocedor como último ministro de Justicia y Trabajo de los datos que debían escrutarse, calculó un 50% menos de actas, cuya adjudicación se ha variado bajo la acción combinada del miedo y la crisis». Azaña es explícito sobre las condiciones del escrutinio: «Los gobernadores de Portela habían huido casi todos. Nadie mandaba en ninguna parte y empezaron los motines». La segunda vuelta no fue presidida ya por Portela, como era legal, sino por el propio Azaña. Una escandalosa y posterior revisión de actas a cargo de los vencedores, erigidos en juez y parte, despojó todavía de más escaños a la derecha. Las cifras de las votaciones nunca fueron publicadas.

Con esos principios Azaña quería gobernar; llevar a cabo su «programa de demoliciones», como lo llamaba, en alianza con los sindicatos y el PSOE, a quienes considera al mismo tiempo «bárbaros». Alcalá-Zamora vota a Azaña, en vez de defender la legalidad. Sus intenciones se fundamentaban en que, si ganaba la derecha, le destituirían como Presidente por sus numerosas irregularidades y abusos; cosa que, en cambio, no podía esperar de las izquierdas, pues si estas obtenían el poder sería precisamente gracias a él. Justicia histórica es comprobar que, Azaña y el resto de la izquierda destituyeron a Alcalá-Zamora. Se valieron de una maniobra política basada en considerar las Cortes Constituyentes como primeras Cortes disueltas, una disposición constitucional señalaba que, en caso de disolverse las Cortes dos veces, la presidencia de la República debía ser votada de nuevo. Don Niceto no compartía ese criterio, pero estaba en minoría. Alcalá no pudo hacer nada para impedir la nueva votación y su destitución. Se atrevió con los suyos, pero nunca con los de las izquierdas, ni en el 36 ni en el 31 con la quema de los conventos ni, en medio, durante el segundo bienio, como hemos visto. Siempre fue un traidor a la legalidad en favor de su propio interés.

Sexto. La clase política.Tras lo visto y si se quiere ampliar, leyendo las memorias de Azaña o de Alcalá-Zamora, analizando, en conjunto, la clase política de aquel momento fue una calamidad. Se concluye que no sólo, como señaló Maura, la República carecía de republicanos, es que careció de estadistas, en cualquier estrato político. Se impuso en sus dirigentes un vacío político que nos llevó al desastre.

BIBLIOGRAFÍA

JAVIER TUSELL. La Segunda República en Madrid. Ed. Tecnos. 1970

MANUEL TUÑÓN DE LARA. La Segunda República. Ed. Siglo XXI. 1976

PÍO MOA. Nueva Historia de España. Ed. La esfera de los libros. 2010.

PÍO MOA. 1934.Comienza la Guerra Civil. Ed Altera.2004.

Ricardo de la Cierva. Historia Básica de la España actual. Ed. Planeta. 1974

UBIETO, REGLÁ, JOVER Y SECO. Introducción a la Historia de España. Ed. Teide. 1983

[1]Pio Moa: 1934.Comienza la Guerra civil.