ALÍ BEY

Los que me conocen bien, saben que en verano yo cuelgo las botas, como si hubiera ganado la Champions, y, en vez de estudiar historia, me dedico a leer novela negra- nunca truculenta- pero sí de mucha investigación policial y/o mucho espía.

Como ya se acerca julio y el verano se nos echa encima, voy a aunar ambas diversiones, la historia y los espías. Iniciando aquí una nueve serie dedicada a tan intrépida profesión.

Espías españoles los ha habido siempre y siempre los habrá, buenos, valientes y eficaces… casi siempre, y aquellos que, aunque fuera brillantemente, espiaron para otro país. Los iremos viendo.

Hoy le dedicaré este espacio a Domingo Badía, alias Alí Bey, al que muchos consideran el mejor espía español de todos los tiempos. Esto de las clasificaciones siempre es discutible.

Domingo Badía y Leblich, nació en Barcelona el 1 de abril de 1767 y murió en Siria en agosto de 1818.

De familia acomodada gracias a su buena posición en la Administración española, pasó su infancia en Almería, donde se aprovisionaba a las tropas españolas destinadas en Ceuta y Melilla, familiarizándose así con el mundo islámico, por su contacto con mercaderes bereberes y con el territorio del norte de áfrica por las travesías que en compañía de su padre realizó a la costa africana.

En 1786, se matriculó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Gran estudioso, amante de los libros y de la lectura, se matriculó también en las Reales Escuelas de Química y Física. Posteriormente, sucedió a su padre como contador de guerra en la costa de Granada. En 1793, fue nombrado administrador de la Real Renta de Tabacos en Córdoba, tras haberse casado el año anterior. En Córdoba se granjeó fama como científico por sus experimentos sobre el peso de la atmósfera y los principios en los que se basa el funcionamiento del barómetro. Comenzó entonces a trabajar en su gran proyecto: la construcción de un globo aerostático que pensaba emplear para llevar a cabo observaciones atmosféricas, lo que le granjeó la mofa de sus vecinos e importantes deudas, que pagó su suegro. Motivo por el cual, pidió el traslado a Puerto Real y de ahí a Madrid, donde, con escaso sueldo y muchas privaciones, siguió adelante; pasando el tiempo que le dejaba el trabajo de librería en librería. Leía en inglés, francés, alemán y algo de árabe, y casi todos los libros estaban dedicados a la explotación de África. Pronto ideó un plan para establecer alianzas políticas y comerciales para España con la explotación del continente africano. Así mismo, pretendía una misión científica: cartográfica, de observaciones geológicas, meteorológicas, botánica… y todo ello con la peculiaridad de que quería viajar sólo y hacerse pasar por árabe durante sus viajes. Ese plan se lo entregó a Godoy en 1801.

A Godoy le interesaba establecer rutas comerciales en el interior de África en lo que con el tiempo sería Marruecos, pero le interesaba aún más las relaciones políticas con el sultán Solimán (1766-1822). Éste había embargado el comercio con España, especialmente grave por la importación de trigo que España traía de Marruecos, y, aún peor, por la presión que el sultán ejercía sobre Ceuta y Melilla. Pero la vida política en Marruecos no era pacífica, pues los rebeldes del sur del territorio se oponían al Sultán. A Godoy se le ocurrió que Badía podía reunirse con ellos y ofrecerles el respaldo militar de España para destronar a Solimán a cambio importantes concesiones comerciales. En sus Memorias, publicadas en 1836, Godoy observó: “Badía era el hombre para el caso. Valiente y arrojado como pocos, disimulado, astuto, de carácter emprendedor, amigo de aventuras, hombre de fantasía y verdadero original, de donde la poesía pudiera haber sacado muchos rasgos para sus héroes fabulosos; hasta sus mismas faltas, la violencia de sus pasiones y la genial intemperancia de su espíritu le hacían apto para aquel designio”.

Aunque, el 7 de agosto, el Rey había decidido aprobar el plan, no fue hasta la primavera de 1802 cuando Badía consiguió el dinero y el pasaporte, para poder emprender el viaje. Se trasladó, primero a París, y de allí a Londres. Entabló contacto con importantes científicos en ambos lugares y, en Inglaterra, logró los instrumentos científicos que le hacían falta para su exploración. Su maletín lleno con útiles para la astronomía no solo encerraba herramientas, cristales de aumento, instrumentos de medición, catalejos…; tenía un doble fondo que albergaba elementos para elevar el espionaje a la categoría de arte. Toda una gama de tintas invisibles circularían entre Badía y España, impresas en minúsculos trozos de papel diseñado a tal efecto. Porque Badía no era un espía al uso, llevaba consigo una misión política y también científica . Sus cuadernos de viaje, en los que recopilaba todos sus descubrimientos científicos, fueron admirados por Napoleón y estudiados en Francia antes que en España, tan olvidadiza con sus genios.

Ya bajo la identidad de Alí Bey llegó a Cádiz en abril de 1803. Cruzó el estrecho y, una vez en Tánger, se presentó como hijo y heredero universal de un príncipe sirio fabulosamente rico, descendiente directo de los califas abasíes ( para qué andarse con minucias, debió pensar), que había tenido que huir de su país por razones políticas. Contaba que, tras recibir una exquisita educación en Inglaterra, Francia e Italia había decidido, como fervoroso musulmán, ir de peregrino a la Meca. El cuento coló, y así se hizo acreedor de la amistad de las más altas instancias de Tánger. En el mes de octubre ya tenía información suficiente para conocer la situación de los rebeldes y provocar una revolución. Entre 1803 y 1805 el coronel Amorós desde Tánger gestionó una ingente información que Badía-Alí Bey le proporcionaba con destino al Gobierno de España.

En ese periodo se produjo el hecho inesperado de que el Sultán visitó la ciudad de Tánger y se quedó impresionado por la sabiduría de Alí Bey, al que comunicó su deseo de que se trasladase con él a su corte, primero en Fez y luego a lo que hoy es en Marrakech. El sultán le regaló dos espléndidas mansiones. Siguió con su actividad subversiva informando constantemente a Godoy, el cual sólo daba noticias vagas a Carlos IV. Cuando, el monarca español supo que se preparaba una sublevación contra un monarca, retiró su apoyo a la expedición – Carlos IV estaba muy impresionado por los sucesos de la Revolución Francesa-.

En estas circunstancias, Alí bey intentó convencer a los rebeldes de que pospusieran su levantamiento. Su situación era enormemente delicada. Por un lado, sabía que el sultán no tardaría en conocer sus auténticas intenciones y, por otro, el sultán, que aún le admiraba y le consideraba amigo, no hacía más que presionarle para que se casara con una mujer se su harén. Además, los rebeldes ya desconfiaban de él. Su única salida era continuar su peregrinaje a la Meca.

Cuando España declaró la guerra a Inglaterra, y Marruecos, a pesar de su fingida neutralidad, ayudaba en secreto a los ingleses, Carlos IV autorizó a Badía a reanudar los planes para una revolución. Demasiado tarde. Enterado Solimán expulsó a Badía de su país.

El español se refugió en Argelia y de ahí a Chipre, donde se enteró del plan británico de derrocar al Bajá de Egipto. Se trasladó a Egipto y logró frustrar el plan inglés. En Alejandría, conoció al escritor francés Chateaubriand, quien le consideró “el turco más inteligente y cortés” que había conocido. Su periplo sufre un cambio de objetivo, sin olvidar su lealtad a España como espía. Ahora se transforma en un analista brillante de historia, costumbres, y viajes. En diciembre de 1806, salió para la Meca, llegando allí el 11 de enero de 1807. Fue el primer europeo en realizar una descripción detallada y exacta de los ritos del peregrinaje. Mientras estaba en Arabia, haciéndose pasar por ferviente musulmán, observó la captura de los lugares santos musulmanes por los antepasados de la actual casa reinante en Arabia, siendo el único testigo europeo de esos eventos. Después de volver al Cairo, pasó tres meses viajando por Palestina y Siria. En Palestina llevó a cabo un estudio de las condiciones de los monjes franciscanos que administraban los santos lugares con fondos del Gobierno español. En Siria descubrió y destruyó una línea secreta que tenían los ingleses para comunicarse con la India. Por el mes de octubre de 1807 estaba de vuelta en Constantinopla.

Tras visitar Tierra Santa, Siria, Turquía y cruzar toda Europa de vuelta hacia París, Badía llegó a Bayona el 9 de mayo de 1808, justo cuando Carlos IV y su hijo Fernando VII habían renunciado a la corona española en favor de Napoleón. Carlos IV recibió a Badía en audiencia y le recomendó ponerse al servicio del nuevo régimen. Para su desgraciaBadía, siempre fiel a los monarcas españoles, hizo caso a Carlos IV. Se puso bajo el mando de Napoleón, al que convenció para que invadiera Marruecos. Fue tal la descripción que hizo del Sultán y del territorio que Napoleón decidió mandar allá al capitán Antoine Burel para investigar la posibilidad de convertirlo en colonia francesa. Fascinado por aquel hombre, Bonaparte le recomendó ante su hermano. Badía volvió entonces a España, donde se reunió con su familia a la que no había vuelto a ver desde 1801. En septiembre de 1809, José Bonaparte le nombró intendente de Segovia, y, en abril del año siguiente, fue nombrado prefecto de Córdoba. Desempeñó ambos cargos con gran distinción, introduciendo muchas reformas en la agricultura, la administración municipal y la educación. En Córdoba creó una Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, que llevó a cabo muchos proyectos de investigación bajo su mecenazgo.

La expulsión de los franceses de España acabó llevándose a Badía al exilio en Francia. En 1814, publicó la primera edición de sus viajes. Lo hizo en francés con el título de “Viajes de Alí Bey por África y Asia”. En su edición incluyó más de un centenar de mapas y láminas. Es una obra de arte en el sentido más amplio de la palabra, no solamente por su elaborada confección, sino por su documentado e ingente contenido. Cientos de exploradores, ya sea profesionales o aficionados, han recorrido sus huellas y los trayectos que lo consagraron como el probablemente más implicado y comprometido de los exploradores de todos los tiempos. Fue traducida al inglés, italiano y alemán. La primera edición en español tuvo que esperar hasta 1836.

En el país galo, ahora bajo el gobierno de Luis XVIII, la vida sonreía al viajero español, que recibió la nacionalidad francesa, fue nombrado mariscal y se hizo un hueco en la vida cultural y social de París. En 1815, y en el marco de la competencia colonial con Gran Bretaña, Badía propuso al gobierno francés peregrinar a La Meca para luego atravesar África de costa a costa. Badía recibió el visto bueno y partió en enero de 1818, haciéndose llamar Alí Abu Othman. En julio estaba en Damasco, donde cayó enfermo de disentería y murió en agosto, con 50 años de edad, cuando su rumbo le llevaba de nuevo a La Meca.

Durante su periodo francés, aunque acomodado, no dejó de ser un extranjero, aceptado y brillante, pero extranjero. Le hubiera gustado volver a España, pero le era imposible por la acusación de afrancesado, a pesar de que su colaboración con los franceses se debió a su deseo de obedecer a Carlos IV. Es lo que tienen los malos gobernantes.

Tuvo que pasar más de un siglo desde su muerte para que en España se le reconociese por su capacidad intelectual, sus análisis científicos, compendio de la ilustración, por su personalidad polifacética, por ser un viajero perspicaz ( el Lawrence de Arabia español, como ha dicho Bernard Durán en El debate),  y por su intrepidez, valentía y osadía como espía al servicio siempre fiel y leal a España.

BIBLIOGRAFÍA

BARBERÁ, Salvador.- “Alí-Bey, Viajes por Marruecos”, Ediciones B, 1997.

DURÁN, Bernard: https://www.eldebate.com/historia/20230916/domingo-badia-lawrence-arabia-espanol_139999.html

MESONERO ROMANOS, R. “ El Príncipe Alí Bey el Abbassi (D. Domingo Badía Leblich)”. En obras completas. Biblioteca de Autores españoles 1967.

RODRÍGUEZ, Javier. “Peregrino a la Meca”. Ed Jaguar. 1998.

RUSPOLI, Enrique. –“Memorias de Godoy: primera edición abreviada de memorias críticas y apologéticas para la historia del reinado del señor D. Carlos IV de Borbón”. La esfera de los libros.2008.

 

 

Batalla de Trafalgar

Hoy vamos a hablar de una derrota. Una de las más dolorosas de nuestra Historia. No es la primera vez que digo que la Historia de cualquier país no puede ser contada sólo desde las hazañas o las victorias, sin las derrotas no comprenderíamos por qué hoy somos lo que somos. La derrota en Trafalgar explica el porqué de nuestra situación actual mucho mejor de lo que pensamos.

El 21 de octubre de 1805, se produjo, en el cabo Trafalgar (Cádiz), el enfrentamiento naval de la flota hispano-francesa contra la flota británica.

Los historiadores la consideran como una de las batallas más importantes de las guerras napoleónicas.

Históricamente, las potencias emergentes europeas, Francia y, sobre todo, Gran Bretaña, buscaban hacerse con el control de las rutas comerciales del Imperio español, ya fuera en Asia y Oceanía, como, sobre todo, América. Esa pugna se desarrolló casi sin tregua entre los siglos XVIII y XIX. La magnifica Armada española, que se había modernizado durante el reinado de Carlos III, se había ido deteriorando por el paso del tiempo y la poca inversión que se produjo desde la llegada al trono de Carlos IV, debido esencialmente al esfuerzo económico militar que realizaron Francia y España en sus campañas terrestres para la conservación y expansión de los territorios de que ya disfrutaban-conservación por parte española, expansión por la francesa-. Lo que dejó nuestras arcas exhaustas. España se había asociado con Francia a través de los llamados pactos de familia, que pocos beneficios nos reportaron.

La rivalidad hispano-francesa contra Gran Bretaña se fraguó poco a poco. Los británicos sabían que su prosperidad provendría del aumento de su comercio y desde hacía tiempo hostigaban a los barcos españoles en las rutas americanas para intentar debilitar a nuestra flota, hacerse con el botín y progresar económicamente. Francia, por su parte, conocía que la fortaleza de su imperio estribaba en controlar el continente y, para eso, Gran Bretaña era un gran obstáculo.

Por tanto, entramos en una época histórica de avance y desarrollo técnico y comercial que generó amplias tensiones políticas entre las principales naciones europeas.

A la España volcada en las reformas durante el gobierno de Carlos III, momento de gran desarrollo y prosperidad, le siguió una España débil durante los gobiernos de Carlos IV. Este reinado se volvió más delicada aún tras la proclamación de la República Francesa.  La monárquica España debe decidir qué política seguir con ambas potencias porque el aliado tradicional francés (pactos de familia) es ahora hostil a nuestra forma de gobierno. Tras un primer intento de alianza con Inglaterra para combatir la Revolución, pasa a hacer equilibrios en política exterior procurando mantenerse neutral en medio de una gran inestabilidad internacional y de conflicto de intereses. Ante la presión revolucionaria y napoleónica, España optó por una alianza contra natura iniciada por el Tratado de San Ildefonso en 1796, y posteriormente con el de Aranjuez.

Inglaterra era fuerte en el mar e inaccesible por tierra. Francia era una fuerte potencia continental con un disciplinado y muy numeroso ejército. Cuando Napoleón pretende invadir Gran Bretaña obliga a España a convertirse en su alidada para evitar una agresión por su frontera sur y, además, porque era consciente de que la debilidad de la flota francesa requería de la Armada española para poder derrotar a Gran Bretaña.

Napoleón que era un gran estratega terrestre, no era un marino. Ideó un plan para invadir Gran Bretaña desde Calais, para eso ordenó una maniobra de distracción frente a la Armada británica, que se dio en distintos episodios a lo largo del Caribe y el Atlántico hasta culminar en Cádiz. La maniobra de distracción no tuvo éxito por cuanto Napoleón no contó ni con el viento, ni con la meteorología en el momento de idearla, ni con la reacción política y diplomática británica que se movilizó para buscar la Tercera coalición con Austria, Nápoles, Suecia y Rusia, ni con la reacción militar inglesa de bloquear diversos puertos franceses y españoles (Brest, Tolón y el Ferrol).

Las flotas francesa y española, bajo el mando del almirante Villeneuve, se reunieron y fondearon en Cádiz en el mes de agosto de 1805. Cádiz quedó bloqueado por una escuadra británica.

Villeneuve, que resultó una calamidad, dio la fatal orden de que el 20 de octubre la flota aliada saliera del refugio de la bahía de Cádiz, para, el 21 de octubre de 1805, enfrentarse a la Armada británica frente al cabo de Trafalgar. La composición de las fuerzas se distribuía así: la flota hispano francesa estaba formada por 33 buques de guerra, 15 españoles y 18 franceses. Contaban con 2.626 piezas de artillería y a bordo iban unos 27.000 hombres. La flota de Gran Bretaña, liderada por el vicealmirante inglés Horacio Nelson, estaba integrada por 27 naves, 2.148 piezas de artillería y 18.000 hombres.

La disposición de las flotas en el combate se asemejó, para mejor comprensión del lector, como si se tratara de un dibujo que representara un arco al que se arrima una flecha. En el arco estaba dispuestas las naves hispano-francesas, la flecha- que, en vez de una, se dispuso en dos columnas- era la flota británica. Esa punta de flecha atravesó la disposición naval hispano francesa, provocando la desorganización de la columna combinada, que quedó dividida en tres partes; el centro y la retaguardia expuestas al fuego enemigo y la vanguardia aislada del resto. Al frente de una de esas líneas de flecha, Nelson situó su propio barco, el Victory, y la segunda comandada por el almirante Collingwood, quien atacó por la retaguardia. Fue una táctica novedosa, muy arriesgada y muy valiente, que le costó la vida a Nelson, pero logró elevarle al olimpo de los marinos.

A pesar de la tenacidad de los marinos franceses y españoles, la superioridad británica en el uso de la artillería (mucho más moderna y eficaz) y de tácticas mejor estudiadas,  permitió a los británicos prevalecer. La Armada inglesa estaba mejor pertrechada, era más moderna y contaba con un más eficaz uso de la munición. Los españoles tenían una tropa, marinería, peor formada, pero con unos mandos mucho mejor adiestrados. Posiblemente, la formación de la los mandos de la Armada española fuera la mejor del mundo, pero de nada valió con el apoyo de una flota, la francesa, que, aunque puso ardor en la batalla, no dispuso del conocimiento táctico necesario. Villeneuve dirigía con suma rigidez y falta de conocimiento naval, lo que llevó a la derrota.

En medio de la feroz batalla, los mandos españoles destacaron por su valentía. Frente a la torpeza táctica de Villeneuve, el teniente general Federico Gravina, jefe de la flota española, mostró un gran arrojo y conocimiento militar a pesar de la adversidad. El brigadier Cosme Damián Churruca, al mando del navío “San Juan Nepomuceno”, no sólo luchó como un valiente, sino que estando mortalmente herido siguió dirigiendo su nave, sin ocuparse de su vida. El brigadier Dionisio Alcalá Galiano, comandante del navío “Bahama”, ferozmente resolutivo, heroico en su lucha hasta la muerte. El capitán de navío Francisco Alsedo, que mandaba el “Montañés”, resultó muerto en combate tras luchar con resolución, firmeza y gran valor.

Trafalgar fue un punto de inflexión en la Historia de la Humanidad y de España. Desde ella nuestra decadencia era  (¿es?) un hecho.

Como consecuencias directas del combate, podemos destacar que:

  • Francia perdió 12 navíos, reportó 2.218 muertos, 1.155 heridos y más de 500 prisioneros. España, por su parte, perdió 10 naves, tuvo 1.022 muertos, 1.383 heridos y unos 2.500 prisioneros. Gran Bretaña no perdió ningún buque, aunque tuvo que lamentar 449 muertos y 1.241 heridos. El vicealmirante Nelson murió por las heridas recibidas y se convirtió en uno de los héroes más importantes de la historia británica.
  • Napoleón no pudo concretar la invasión a Gran Bretaña, por lo que desvió su atención a sus rivales continentales, a las cuales derrotó en Ulm y en Austerlitz.
  • La flota británica quedó intacta y durante 1806 y 1807 protagonizó la conquista de la colonia neerlandesa del Cabo de Buena Esperanza y las llamadas invasiones inglesas del Rio de la Plata. El resultado de la batalla consolidó la supremacía de la marina de guerra británica y el inicio de su gran imperio y dominio de los mares durante todo el siglo XIX y parte del XX.
  • El debilitamiento de la flota española implicó que España no pudiera proteger debidamente sus colonias americanas. Iniciándose posteriormente los procesos de independencia. Asimismo, España perdió poder comercial y militar, lo que le llevó a un estado de debilidad que provocó la invasión napoleónica, y la Guerra de Independencia, donde, curiosamente, el apoyo exterior a España vino de la mano de los británicos. En el fondo nuestro país fue un escenario más del enfrentamiento entre Francia y Gran Bretaña por dominar el mundo.

Esta Batalla es una de las más destacadas en cuanto al conocimiento popular. No solo se recuerda en Londres ( Trafalgar Square- con la comuna dedicada a Nelson), sino también en numerosas ciudades españolas, al ser nuestro país el escenario de la sangrienta lucha. También se ha llevado este episodio al cine y a la literatura, sobresaliendo en este último ámbito “Trafalgar” (1873), la primera novela de los “Episodios Nacionales”, de Benito Pérez Galdós, y “Cabo Trafalgar” (2004), de Arturo Pérez-Reverte. Este talento literario es llamado a detallar lo acontecido allí por la trascendencia de una batalla que desde el principio tenía escrito en su destino que iba a ser una de las más dolorosas, sangrientas e incluso épicas de la historia de España.

“Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento”, escribió Galdós en este Episodio Nacional (no digamos nada cuando los dirigentes carecen de talento).

BIBLIOGRAFÍA.

AGUADO BLEYE, Pedro. “Historia de España” Espasa Calpe. 1956.

JOVER, ZAMORA, José María. “Características de la política exterior de España en el siglo XIX”. Marcial Pons. 1962.

PALACIO ATARD, Vicente. “La España del siglo XIX”. Ed. Espasa- Calpe. 1981.

PÉREZ GALDÓS, Benito. “Episodios nacionales”. Ed Aguilar. 1968.

 

 

LA CRISIS DE SUEZ Y EL FIN DEL IMPERIO BRITÁNICO

Hoy nos situamos ante uno de los acontecimientos que determinaron el fin de una Era. Tan es así que la historiografía contemporánea se divide de manera diferente en USA , en Gran Bretaña o en el resto de Europa en función de la las guerras mundiales, del proceso descolonizador y sus consecuencias.   Pero en todas ellas, el acontecimiento que veremos hoy marca un antes y un después, un hito que modificó el curso de la situación geopolítica del mundo, hablo de la Crisis de Suez en 1956.

Antes de adentrarnos en la crisis debemos analizar sucintamente los antecedentes. La situación del Mundo antes de 1956.

El Imperio británico se había formado en las siguientes fases a decir de la historiografía dominante: 1) Durante los siglos XVII y XVIII cuando estableció las bases del Imperio centrado en América del Norte, la India y la práctica de un comercio, esencialmente triangular que necesitó de otra serie de puestos comerciales, no colonias de asentamiento o de población, que facilitaran esa actividad mercantil. 2) Tras la pérdida de las colonias norteamericanas, la actividad se centra en Asia y áfrica, lo que favorece la diversidad económico-comercial. 3) Entre 1870 y 1914 discurre la época del gran imperialismo británico, pero al tiempo se conceden constituciones a las colonias de poblamiento: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica. 4) Entre 1919 y 1939 se da el paso definitivo y jurídico para pasar del Imperio a la Comunidad Británica (Commonwealth), al promulgarse en 1931 el Estatuto de Westminster. 5) Gran Bretaña dispone de un modelo de descolonización que irá aplicando de manera sucesiva a sus colonias en Asia y África que se van transformando en Estados Independientes dentro de la Comunidad Británica. Este proceso se interrumpe por la II Guerra Mundial (IIGM), pero se precipita rápidamente tras el fin del conflicto.

Parte del Imperio Británico se había visto acrecentado de manera indirecta cuando la Sociedad de Naciones, al término de la Primera Guerra Mundial, se ocupó de regular la situación de los territorios dependientes de las potencias derrotadas (Alemania y Turquía). Tras la IIGM fue la ONU quien asumió esa herencia. La fórmula aplicada fue la de “mandatos o fideicomisos” internacionales. Se supone que bajo tales fórmulas se deberían administrar, proteger y preparar a las antiguas colonias para su independencia.  En el caso que nos ocupa, los antiguos territorios del Imperio Otomano se dividen en diversos mandatos. Los mandatos orientales (territorios árabes) tras el Tratado de San Remo y el Convenio de París, ambos de 1920, quedan bajo la tutela de Gran Bretaña y Francia.

El contexto internacional en el que se desarrolla el nacimiento de los países afroasiáticos como estados independientes es el de la guerra fría, con dos bloques enfrentados. Con una vinculación natural de los nuevos países hacia el mundo occidental del que dependían hasta ese momento y un mundo comunista que se pone a su lado con la intención de posicionarlos haca su lado del poder. Con USA que no fue nunca potencia colonizadora ni descolonizadora, apoyando también la independencia para demostrar quien había ganado la IIGM y para inclinar a esos países hacia su órbita en aplicación de la doctrina Truman.

A partir de 1945, con la constitución de la Liga de los Estados Árabes y con la independencia de Irak, se inicia una sucesión de movimientos en el mismo sentido: en 1946 se independizan Siria y Líbano; en 1948, Israel, y en 1949 nace el Reino de Jordania.

En África por su parte, en las zonas de civilización islámico-árabe bajo mandato británico se asientan: Egipto, Sudán y Líbia.

De entre ellos el que marca el primer hecho revolucionario hacia la independencia es Egipto, si bien, el País del Nilo había experimentado una evolución desde protectorado británico de 1882 a 1922, dotándolo en esta última fecha de cierta autonomía  bajo la autoridad de la monarquía pro británica. Durante la IIGM, Egipto quedó bajo el control militar británico. En la postguerra, tras crearse el Estado de Israel y producirse la primera guerra árabe-israelí (1948), Egipto, perdedor en el conflicto, manifiesta una serie de movimientos internos de descontentos con la monarquía probritánica. Expresión de los disconformes es el grupo de los “hermanos musulmanes y el de los “Oficiales libres”, dirigido por el comandante Nasser. Tal fue la presión sobre la monarquía que ésta se vio en la obligación de denunciar algunos acuerdos con los británicos. No contentos con eso, las fuerzas revolucionarias, en 1952, derrocaron mediante un golpe militar el rey Faruk de Egipto, emergiendo como hombre fuerte el ya coronel Gamal Abdel Nasser que fundó un estado autoritario basado una ideología pseudo socialista y panárabe que le sirvió para liderar los sentimientos antioccidentales del mundo árabe. Sin ser afín al bloque soviético, no dudó en utilizar esta baza para sacar rédito, lo que levantó desde el principio suspicacias en EE.UU. La negativa americana a apoyar con recursos económicos y armamento a Egipto le empujó a una deriva anticolonialista reflejada pocos años después en la conferencia de Bandung (Indonesia, 1955). Bangung dio lugar a una política de exaltación de los nacionalismos y un movimiento internacional de solidaridad entre las antiguas colonias que fueron expresión de una serie de conferencias internacionales de análogo carácter en lo que se conoció como el “Espíritu de Bandung”, que cambió el rumbo de la historia en Oriente Medio,  y cuya consecuencia fue el nacimiento del movimiento de los no alineados, siendo Nasser uno de los promotores del mismo.

El Canal de Suez era vital para la economía mundial dada su ubicación en las grandes rutas de transporte, siendo una pieza importante en el juego geopolítico de la Guerra Fría. La administración Eisenhower había mantenido un delicado equilibrio entre el apoyo a sus socios europeos con intereses en la zona (Reino Unido y Francia), la defensa del Estado de Israel y su política de contención del comunismo en el Mediterráneo, al tiempo que intentaba no ofender a las nuevas naciones árabes surgidas tras la IIGM. En ese contexto, occidente se niega a financiar la construcción de la presa de Assuán, obra emblemática del proyecto desarrollista de Nasser. Ante tal situación, el dirigente egipcio procedió a la nacionalización, a finales de julio de 1956, de la empresa titular de los derechos de explotación del canal de Suez. La Compañía era una empresa británica-francesa conjunta, que había sido propietaria y operadora del Canal de Suez desde su construcción en 1869.

No sólo era una cuestión económica, Suez supondría una fuente ingente de fondos para la maltrecha economía egipcia, sino una forma de reafirmación nacional frente al colonialismo.

La primera reacción de los occidentales fue convocar a una conferencia internacional en Londres, entre el 16 y 23 de agosto de 1956, para intentar coordinar una respuesta contra los díscolos egipcios. A ella fue invitada España, fue la primera conferencia multilateral a la que fue invitada España desde la II República. Los egipcios reclamaron el apoyo español y lo obtuvieron (España siempre con la mente en Gibraltar y el colonialismo británico de nuestro peñón). España se desmarcó de las potencias occidentales y no se adhirió a la declaración final que consideraba un atentado contra la independencia de Egipto. España reclamaba que Las Naciones Unidas se hicieran cargo de la situación. Aquella postura española y la amistad que se fraguó entre Franco y Nasser, llevó al egipcio a regalar a España el Templo de Debod, que hoy podemos contemplar en Madrid.

Sin embargo, la conferencia no doblegó a los egipcios y así, a espaldas de EE.UU., que le había manifestado a Nasser que no permitirían una aventura militar “colonial”, Gran Bretaña respondió ordenando la “Operación Mosquetero”, una operación coordinada con Francia e Israel para recuperar la Zona del Canal. Las acciones se iniciaron el 29 de octubre de 1956 cuando los israelíes atacaron las posiciones egipcias, con Londres y París presionando a Nasser para que se retirara del Canal. A lo que el egipcio se negó. En noviembre de 1956, después de vencer a la Fuerza Aérea Egipcia, las fuerzas británicas y francesas ocuparon Port Said y otros puntos estratégicos en el extremo norte del canal. En una campaña, que vio uno de los últimos lanzamientos operativos en paracaídas de las fuerzas aerotransportadas británicas y el primer uso de helicópteros para transportar tropas de asalto, se estableció una fuerte presencia militar anglo-francesa. Mientras tanto, las fuerzas israelíes ocuparon el Sinaí, una región desértica escasamente poblada en Egipto, deteniendo su avance a solo 10 millas del lado este del canal. Sin embargo, en todo el mundo los desembarcos fueron vistos como un acto de agresión por parte de las antiguas potencias coloniales.

El 4 de noviembre, las Naciones Unidas amenazaron a Gran Bretaña con sanciones si había bajas civiles por los bombardeos aéreos británicos de objetivos en Egipto. Esto condujo al pánico económico en la primera semana de noviembre de 1956 y la pérdida de decenas de millones de libras de las reservas del país. Gran Bretaña se enfrentó a tener que devaluar su moneda. Muy molesto porque las operaciones militares habían comenzado sin su conocimiento, el presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, presionó al Fondo Monetario Internacional para que negara a Gran Bretaña cualquier asistencia financiera. Con pocas opciones, el primer ministro británico Anthony Eden aceptó a regañadientes un alto el fuego propuesto por la ONU. En virtud de la Resolución 1001 del 7 de noviembre de 1956, las Naciones Unidas desplegaron una fuerza de emergencia (UNEF) de personal de mantenimiento de la paz en Egipto para detener el conflicto. En poquísimos días Gran Bretaña, y Eden personalmente, habían quedado humillados.

Las Naciones Unidas concedieron a Egipto la propiedad y la soberanía del Canal de Suez y en abril de 1957 se volvió a abrir a la navegación.

El resultado del conflicto destacó el estado en declive de Gran Bretaña y confirmó su situación como una potencia mundial de «segundo nivel». Internamente, causó una enorme repercusión política y una crisis económica en Gran Bretaña. Internacionalmente, complicó aún más la política de Oriente Medio, amenazando las relaciones diplomáticas de Gran Bretaña con las naciones de la Commonwealth; sólo Australia apoyó a la antigua metrópoli y Pakistán amenazó con abandonar la Comunidad.

Así mismo, afectó a la buena sintonía tradicional entre USA y Reino Unido. Eisenhower consideró a Suez como una distracción innecesaria de la brutal represión que los soviéticos estaban llevando a cabo, el mismo año, de la revolución en Hungría. El líder soviético Kruschov se dirigió al “imperialismo británico”, amenazando con atacar Londres con cohetes, además de enviar tropas a Egipto, lo que podría haber arrastrado a la OTAN al conflicto.

Mientras tanto, los israelíes cambiaban de bando. Se ponían al lado de los norteamericanos.

El egipcio Nasser se convertía en el héroe del mundo árabe y figura esencial para esos movimientos que hemos señalado de los no alineados y del panarabismo

Como había temido Eisenhower, la crisis de Suez aumentó la influencia soviética sobre Egipto. Colocó a la Unión Soviética como el amigo natural de las naciones árabes. Envalentonó a los nacionalistas árabes e incitó al presidente egipcio Nasser a ayudar a los grupos rebeldes que buscaban la independencia en los territorios británicos de Oriente Medio.

Aquel acontecimiento, en definitiva, marcó el fin del Imperio Británico, la incipiente entrada de España en el concierto internacional, marcó otros movimientos descolonizadores y la expansión de la guerra fría, y la posición de EE.UU como gran potencia e Imperio occidental. Es decir, cambió el mundo.

BIBLIOGRAFIA

Grimal, Henry. – “Historia de las descolonizaciones del Siglo XX”. Ed IEPALA. 1989

MARTÍNEZ CARRERAS, José Urbano. – “África Joven”. Ed Planeta. 1975.

MIEGE. J.L.- “Expansión Europea y descolonización de 1870 a nuestros días”. Ed Labor. 1975

OLIVER, R. y ATMORE, A.- “África desde 1800”. Ed Aguirre. 1977.

ESPAÑOLES EN LA GUERRA DE VIETNAM

Los acontecimientos que vamos a narrar suceden durante la guerra de Vietnam. Por eso haremos, en primer lugar, una sucinta referencia a esa guerra.

Hasta 1939, la región de Indochina era una colonia francesa. En 1940, el territorio se dividió, parte quedó bajo el dominio japonés y parte bajo la Francia de Vichy. En 1941, los comunistas y nacionalistas liderados por Ho Chi Minh, comenzaron una revuelta contra la ocupación. No fue el único caso, en otras zonas de Indochina se levantaron guerrillas nacionalistas. La oposición de Francia provoca el inicio de la guerra de indochina (1946-1954).

La derrota de los franceses en la batalla de Dien Bien Phu, en 1954, determinó la reunión de la Conferencia de paz de Ginebra, que estableció la retirada francesa del territorio de Indochina, la independencia de Laos y Camboya, la división de Vietnam en dos Estados separados por el paralelo 17: Vietnam del Sur, con capital en Saigón, presidida por el emperador Bao Dai y prooccidental; y Vietnam del Norte, con capital en Hanoi, liderada por Ho Chi Minh y comunista. Además, acordaron celebrar, en 1958, un referéndum en los dos Vietnam para decidir la reunificación del país o la separación definitiva de los dos Estados. Este referéndum nunca se llevó a cabo por oposición de Vietnam del sur. 

El Frente Nacional de Liberación de Vietnam, también conocido como Vietcong, que actuaba como fuerza guerrillera apoyada por el gobierno del Vietnam del norte se propuso destituir al gobierno del Sur y lograr la unificación de ambos países. Esto alteraba los planes de EE.UU ( Doctrina Truman, sobre la contención de la expansión mundial del comunismo). Así que, recordando al Maine en Cuba, los americanos utilizaron el incidente del golfo de Tonkin, en 1964, cuando lanchas patrulleras de Vietnam del Norte se enfrentaron a un destructor estadounidense que se había internado en aguas que los comunistas reclamaban como propias, para intervenir en la guerra a favor del sur. Vietnam del Norte, por su parte, fue apoyada por China, Cuba y la Unión Soviética, que enviaron armas y asesores militares.

Se inicia así uno de los conflictos más destacados de la Guerra Fría: la guerra de Vietnam (1964 a 1976). Si bien, USA se retira del conflicto en 1973.

En ese contexto, en 1965, el presidente de los EE.UU, Lyndon B. Johnson, solicita ayuda a sus aliados. En lo que se llamó por parte americana, «una política de unión de Banderas”, de manera que la lucha pareciera la de un bloque compacto contra el comunismo. Una de las peticiones la realiza a España. El gobierno de nuestro País luchaba por ser reconocido en el ámbito internacional. USA ya nos había dado un fuerte espaldarazo con los acuerdos para instalar bases militares tras la visita de Eisenhower. Por ello Johnson suponía que esto y la lucha contra el comunismo era suficiente para que Franco enviara tropas a Vietnam.

Franco, que ya tenía experiencia en dar largas cambadas y marear a los pedigüeños- lo había hecho con Hitler en el encuentro de Hendaya-,no se amedrentó ante la petición americana. Envía al presidente Johnson una carta de respuesta a la que previamente le remitió el americano solicitando ayuda que es todo un ejemplo de premonición política y militar.

Dejo el enlace en el que se puede leer completa la carta, cosa que recomiendo por su interés. https://www.abc.es/historia/abci-consejo-franco-lyndon-johnson-obvio-para-saliera-vietnam-y-costo-guerra-201810220116_noticia.html

En resumen, Franco le anunciaba que aquella guerra la iba a perder EE.UU, porque la guerra de guerrillas en aquella selva iba a dar una gran ventaja a los vietnamitas que con pocos hombres bloquearían la acción del ejército americano; que estaba infravalorando a Ho Chi Minh y al valor del patriotismo. Además, le significaba que en caso de pobreza el comunismo era más atractivo a ojos del pobre que el capitalismo, aunque en la práctica no fuera un buen sistema, y, por tanto, si América quería preservar Vietnam del Sur y el sudeste asiático debía ir por los derroteros del convencimiento y no de las armas.

Algunas ideas aprendidas de nuestra Historia, debía tener Franco en mente cuando escribió la carta, aunque nada diga en ella, puesto que España ya había peleado en aquel territorio vietnamita. Así en 1858, cuando aquello era conocido como la Conchinchina, se mandó una expedición de castigo contra el emperador Tuc-Duc como consecuencia de la matanza de religiosos católicos que estaba teniendo lugar en el Imperio de Annam. Era Francia la primera que se erige en defensora de los católicos, pero solicitó ayuda a España, que se mostró aliada suya como nación católica y defensora de la cristiandad desde sus orígenes y, sobre todo, porque en el Pacífico, en los últimos coletazos de nuestro Imperio, aún poseíamos las Filipinas y las Carolinas.

https://algodehistoria.home.blog/2021/05/14/la-perdida-de-filipinas-los-ultimos-de-filipinas/

https://algodehistoria.home.blog/2021/03/05/el-incidente-de-las-carolinas/

En la Conchinchina lucharon 1.500 españoles y como agradecimiento, Francia cedió un terreno de 4.000 metros cuadrados en plena ciudad de Saigón: el parque Bach Tung Diep, en la actual ciudad de Ho Chi Minh (Saigón), que fue de soberanía española hasta 1922.[1]

La segunda ocasión que se nos presenta de luchar en Vietnam es esta que traemos hoy a colación. En Vietnam una de carencias occidentales eran los servicios sanitarios, por ello, la Oficina de Asistencia Militar del Mundo Libre, evidentemente, bajo auspicio americano, realizó una petición de ayuda médica. Así que Franco vio la opción de enviar a un equipo de médicos militares para esquivar la petición americana de aportar tropas. Se trató de la primera acción humanitaria del ejercito español. De las que hemos tenido muchas posteriormente.

Aquel primer destacamento lo compusieron 12 hombres (cuatro médicos, siete enfermeros y un intendente logístico) y a lo largo de su estancia en Vietnam entre 1966 y 1971 involucró a 50 militares españoles.

Aquel primer destacamento fue conocido como los “doce de la fama”- en recuerdo de la conquista de Pizarro y sus trece de la fama-, que demostraron un comportamiento heroico y humanitario atendiendo tanto a americanos como a la población local. Esta actuación en favor de los nativos vietnamitas no se había realizado con anterioridad, lo que llamó la atención y fue especialmente valorado por el vietcong.

Se establecieron en el delta del Mekong, en la comarca de Go Cong, y allí bregaron durante cinco años para reflotar y gestionar un deteriorado e insuficiente hospital civil, que servía ahora de hospital militar de los occidentales. En aquella tarea, proporcionaron cuidados médicos a la población civil de la región, habitada por unas 20.000 personas entre las que había campesinos y refugiados, pero, también, guerrilleros del Vietcong, y, por supuesto, soldados americanos.

Se enfrentaron a condiciones tan penosas como peligrosas, y en las que al principio eran mirados con recelo por las dos partes, para terminar siendo admirados por todos, americanos, guerrilleros vietnamitas y población civil.

A su llegada, los mandos americanos les pronosticaron que perderían la vida la mitad de ellos, en función de las estadísticas que tenían, dado que los médicos eran especialmente perseguidos por los vietnamitas. De hecho, en la misma zona, se asentó un destacamento de médicos alemanes que fueron todos muertos.

Cuando llegaron se encontraron con que en el hospital más de 400 pacientes se hacinaban en las 150 camas existentes. La labor que les esperaba era ingente existían problemas por el calor y la humedad, les llegaban continuamente en helicóptero americanos heridos en el frente. La población civil sufría un porcentaje elevadísimo de tuberculosis crónicas, casos que no parecían merecer la pena desde el punto de vista americano, pero que los españoles atendieron, curaron o mejoraron. Fueron innumerables los enfermos de paludismo, disentería y hepatitis que fueron atendidos, civiles heridos por las minas. Las medicinas no llegaban, en muchas ocasiones robadas por el vietcong, aunque sus guerrilleros también fueron tratados en el hospital español.

Los propios españoles sufrieron innumerables ataques, tanto en el hospital como en los desplazamientos a los muchos poblados que rodeaban la ciudad, debido a la cercanía del cuartel general del Estado Mayor Sudvietnamita. A pesar de que resultaron heridos en diferentes momentos, ninguno abandonó la misión.

Se cuentan hechos heroicos como el realizado por uno de nuestros doctores que, ante la falta de material que tenían, logró operar a un vietnamita mientras le hacía la transfusión de su propia sangre.

En el bando local, era tal la admiración despertada que, en un cruce de caminos una patrilla de guerrilla del Vietcong paró a un destacamento occidental, les apuntaron con sus armas, les iban a obligar a bajar del coche para fusilarlos, cuando uno de los guerrilleros reconoció a uno de los médicos y gritó “người Tây Ban Nha”, es decir, “español”. Los vietnamitas se apartaron y les permitieron pasar con todo tipo de reverencias. En otra ocasión, tras la Ofensiva del Tet y haber sido bombardeados por el Vietcong, los vietnamitas pidieron perdón a nuestros militares – médicos por el bombardeo pues, según dijeron, la labor que estaban realizando merecía todo el respeto y admiración.

La misión española se prolongó hasta 1971. Hay que señalar que, en contra de la premonición americana, todos los integrantes del destacamento español regresaron sanos y salvos a casa.

Los militares españoles fueron condecorados por el ejercito norteamericano y los vietnamitas dieron nombre a un puente en su honor:  el puente Tây Ban Nha. Esto es: el puente “España”. Donde no han recibido el reconocimiento debido, ha sido en nuestro País. No sé cuando vamos a reconocer la tarea de nuestros héroes y en esto da igual el Gobierno de 1971 que cualquiera de los actuales. Como le dijo el entonces teniente Antonio Velázquez, general retirado y fallecido hace poco, al periodista de El Liberal, Javier Santamarta: “España nos dijo que fuéramos, y fuimos. Hicimos nuestro trabajo. Y cuando España nos dijo de volver, volvimos. Ya está”.  Eso es sentido del honor y del deber.

¿Para cuándo una película o una serie? No será por falta de películas sobre Vietnam, pero ninguna hecha por los españoles y sobre los españoles en aquella guerra. El cine español tan aficionado a contarnos eternamente la misma guerra bien podría ocuparse, al menos una vez, de esta.

Sí se han escrito novelas y libros de historia al respecto. Quizá una de las más reconocidas sea la novela de Emilio González Romero El puente de Go Cong, que obtuvo el Premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares. O el testimonio de Ramón Gutiérrez de Terán fue el militar que más tiempo permaneció en aquel conflicto y cuya historia sirve de base al libro de López-Covarrubias

BIBLIOGRAFÍA

LÓPEZ-COVARRUBIAS, Andrés. –Good Morning Go Cong. Una historia de españoles en la guerra de Vietnam”. Ed Rialp. 2022

Crónica de Javier SANTAMARTA: https://www.elliberal.com/autor/javier-santamarta/

[1] Javier Santamarta.- El Liberal.