La Gloriosa

El 30 de septiembre de 1868, Isabel II salía de España para no volver. La culpable de su exilio: la llamada Revolución Gloriosa

El republicanismo revolucionario europeo al estilo de Mazzini culminó en las revoluciones de 1848. Se trataba de un proceso revolucionario romántico, que creía posible alcanzar todos los ideales. Vista la experiencia general en Europa, el romanticismo procuró ser apartado por la mayoría para acceder a posiciones más prácticas y realistas.

Pero aquel movimiento romántico tuvo una coda en España. Nuestros revolucionarios del S. XIX creían posible un movimiento radical que de golpe acabara con todas las instituciones del Estado, corruptas e inútiles, a su entender, y que de él emergiera un nuevo orden ideal. A esto se le conoce como el “mesianismo del caos”. España lo padeció en el S.XIX, en el XX y no sé si algunos no seguirán en él.

Aquella revolución sumaba un posicionamiento fuertemente ideológico con una materialización militar al estar apoyada en hombres fuertes del ejército como Prim o Serrano

Prim denuncia en el manifiesto del 18 de septiembre de 1868: “el ahínco de la inmoralidad… convirtiendo la Administración en granjería”. En el famoso “España con honra” del día 19, Serrano y los demás firmantes recriminan que “ la Administración y la Hacienda son [pasto] de la inmoralidad y del agio”. Se trata pues de una revolución purificadora de España. Purificadora de los hombres y de la mujer ( reina Isabel II) que la gobiernan.

Isabel había sido proclamada reina a los 3 años, aunque no reinaría con pleno derecho hasta los 13. Estuvo siempre en manos de sus cortesanos -primero los de su madre, luego los de su marido y finalmente los suyos propios-, que intentaron moldearla a su conveniencia. En una entrevista que le hizo Benito Pérez Galdós para el diario El Liberal, cuando la reina estaba en el exilio, confesó haber hecho muchas cosas mal, pero no ser la única culpable del mal gobierno. La reina depuesta se lamentaba de que nadie quiso enseñarle nunca a gobernar si no era en su propio provecho. A Isabel II un diputado la definió como “la reina de los tristes destinos”; Galdós,   impresionado favorablemente por la ex reina en aquella entrevista, retomó aquel epíteto y lo inmortalizó, al tiempo que volvió de París con una opinión mucho más benevolente hacia la pobre Isabel, que la que había tenido hasta entonces.

Los errores de aquellos gobiernos quisieron ser lavados por una revolución en principio con un objetivo pacífico y un alcance inicial impreciso.

La táctica seguida se basó en:

  1. La conspiración previa, formado por un frente subversivo de amplio espectro político

Ya en 1866, varios políticos liberales y progresistas, incitados por el general Prim, descontentos con la situación nacional, se reunieron en la ciudad belga de Ostende para trazar un plan que derrocara al gobierno y permitiera tomar medidas urgentes ante la grave crisis que se avecinaba. Se firmó un acuerdo, el 16 de agosto de 1866, entre miembros del partido progresista y miembros del Partido demócrata, cuya finalidad era derribar la monarquía de Isabel II.  Este pacto, al que, a principios de 1868, se sumó la Unión Liberal (tras el fallecimiento de O’Donnell que rechazaba el movimiento subversivo)  fue el germen de “ La Gloriosa”.  Precisamente la incorporación de la Unión Liberal, que aportaba el mayor número de militares, fue decisiva para el triunfo de la revolución.

Conscientes de la necesidad de reunir el máximo apoyo posible, el acuerdo fue escueto y ambiguo. Hablaba de “destruir lo existente en las altas esferas del poder” y de nombrar “una asamblea constituyente, bajo la dirección de un Gobierno provisorio, la cual decidiría la suerte del país.

Prueba de la amalgama de grupos que se reunió contra Isabel II y la poca cohesión interna que existía entre ellos, fue el hecho de que los republicanos, molestos por lo que consideraban su exigua representación en Ostende, organizan otro centro revolucionario en París. La confrontación se cerró con la ratificación de las clausulas de Ostende en el pacto de Bruselas de 30 de junio de 1867.

       2. El pronunciamiento militar complementado por una revuelta popular.

Ambas acciones [conspiración y ayuda militar] ya habían actuado al unísono en diversas revueltas callejeras desde 1854, o en los intentos de sublevación capitaneados o apoyados en la sombra por Prim, como el de Villarejo de Salvanés el 3 de enero de 1866 o el del Cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866 , y en el citado acuerdo de Ostende de agosto de 1866.

Pero la auténtica sublevación militar se produjo en 1868 en la que por primera vez el ejército fue secundado por la marina.

La historiografía se divide al intentar calcular la importancia de la participación popular en la revolución. Tuñón de Lara la magnifica y pone como ejemplo el reparto de armas en Cádiz, o en Sevilla, Córdoba, Huelva, Alcoy y Béjar; pero otros autores, como Hennessy señalan que  “ solamente después que triunfó la revolución se convirtieron las masas en algo digno de consideración”.

A partir del triunfo de la Revolución, se inicia lo que será conocido como el Sexenio Democrático (1868-1874) que intentará crear en España un nuevo sistema de gobierno.

Aquella revolución se concentra en el derrocamiento de Isabel II y en el establecimiento del sufragio universal (masculino) y la exaltación de los principios del liberalismo radical, pero no tenían un programa social concreto. Aunque durante el sexenio revolucionario se tomaron algunas medidas sociales precursoras de la legislación social: Informaciones parlamentarias sobre la situación de la clase obrera; exenciones tributarias a las cooperativas obreras, o la Ley de 24 de julio de 1873 sobre protección del trabajo infantil, no se atiende realmente a los problemas de la población. Esta desatención social en el ideario de la Revolución llevó a conflictos posteriores donde las masas obreras alentaron contra la revolución política en busca de una revolución social.

De hecho, la extracción social de los revolucionarios se situaba en las clases medias ilustradas, profesionales liberales, movidos por el idealismo y no por la realidad cotidiana. Las clases populares sin instrucción fueron protagonistas en un número poco importante.

En todo caso, la diversidad era la nota común de los revolucionarios (incluso hubo un intento de incorporar a los carlistas que cortó el general Cabrera, pues no estaban de acuerdo con el sufragio universal) de ahí la poca cohesión interior con la que actúan. Pero tenían dos principios básicos comunes: la soberanía popular expresada en el sufragio universal; y los derechos individuales que eran imprescriptibles y por ello ilegislables e irrenunciables.

Además de los partidos oficiales y legales, existían organizaciones clandestinas de matices republicanos y socialistas, sociedades secretas más proclives a la violencia que a un acuerdo auténticamente democrático.

A todo este conglomerado se unió el duque de Montpensier, cuñado de la reina, para aportar a la causa a modo de financiación 3 millones de reales y así derrocar a su cuñada, con la pretensión de hacerse él con la Corona. No fue el único que aportó dinero. También lo hicieron las juntas revolucionarias y la burguesía catalana, los industriales resentidos con el favoritismo de la Corte. Aunque será esta misma burguesía catalana la que, años después, en vista de que una de las consecuencias de la revolución fue el cantonalismo y el caos, hicieron lo posible por financiar la Restauración monárquica.

Antes de llegar a aquel final, debemos atender a lo que fueron los detonantes inmediatos de la Revolución. Aunque la historiografía tampoco se pone de acuerdo. Vicens habla de una importante crisis económica, pues se había estimulado la ampliación de la red ferroviaria de España. Los grandes empresarios del país y las sociedades de crédito, así como muchos políticos y militares, invirtieron en las compañías de ferrocarriles con la expectativa de obtener grandes beneficios. Pero lejos de ello, aquellas inversiones llevaron a la ruina a muchos inversores. Lo que generó un efecto dominó: las principales industrias del país quedaron paralizadas por la falta de liquidez, lo que dejó sin trabajo a decenas de miles de personas.

A ello se sumó una crisis alimentaria: las cosechas habían sido malas, con todo, buena parte se destinó a la exportación para intentar reducir el déficit del Estado: esto provocó un rápido aumento de los precios de los alimentos y el inicio de revueltas populares. Esta situación hizo tomar medidas radicales al gobierno del general Narváez, bloqueando la actividad de las Cortes. Precisamente otro sector de la historiografía centra los orígenes de la Revolución en estas razones políticas, cuasi dictatoriales. Normalmente, todo influye.

La revolución se inicia en Cádiz el 19 de septiembre y se resuelve en pocos días en Madrid. La reina, que estaba de vacaciones, se instala en San Sebastián. El propio día 19 el gobierno de González Bravo, que había sucedido a Narváez tras la muerte de éste el 23 de abril de 1868, dimite. El día 28 se libra la llamada Batalla de Alcolea, que como el propio general Martínez Campos define fue “un encuentro no una batalla; como un trueno sin tormenta; como un chispazo sin corriente”. Pero tuvo la suficiente entidad como para que en una reunión de generales en el Ministerio de la Guerra se optara por deponer la lucha. No hubo oposición y, aunque Isabel II quiso volver a Madrid, sus consejeros la disuadieron. Cruzó la frontera francesa el día 30 de septiembre.

La Revolución había triunfado, pero quedaba organizar el triunfo.

A medida que la revolución se extendía por cada provincia se constituyeron las Juntas revolucionarias. creándose también en Madrid la Junta Suprema de Gobierno. Cuya presidencia recayó en el general Serrano. Sin embargo, las juntas revolucionarias provinciales no se disolvieron y por ello se puede decir que la Revolución vivió en una permanente crisis revolucionaria. Los demócratas que habían quedado fuera de la Junta Suprema, mantenían así en las provinciales unos núcleos de poder paralelos. En esas juntas provinciales se instalaron también los milicianos llamados “voluntarios de la libertad”. Eran el brazo armado de la revolución.

Esta dualidad llevó a que en cada Junta se aprobaran leyes diferentes, sólo a modo de ejemplo, la Junta de Zaragoza aprobó el matrimonio civil o la libertad de trabajo que en el resto de España no se daban. Y en Sevilla y Málaga, la clara separación de Iglesia y Estado, y en la de Madrid se estableció la extinción de las comunidades religiosas. El gobierno declara la expulsión de los jesuitas, por cuarta vez en la historia de España.

El tema eclesiástico y religioso iba a plantearse en términos pasionales, sobre todo en el sur de España, con la consiguiente quema de templos y persecución de creyentes. El obispo de Jaén se quejó: “ hablan de libertad de cultos, y es libertad de agresión”. De esas agresiones sabían mucho los Voluntarios de la Libertad. Se genera así, además de un problema de poder, un problema de orden público.

Prim en un decreto de 17 de octubre disolvió la organización de los voluntarios y posteriormente exigió también la disolución de las Juntas. Para lograrlo, trasvasó a miembros de las Juntas a puestos de la Administración provincial, local y nacional. De este modo y sin más dificultades, las Juntas fueron desapareciendo. Prim fue así emergiendo como hombre fuerte del momento.

Pero había otro problema que dilucidar, la cuestión del Régimen. Monarquía o República. Unionistas y progresistas era monárquicos y los demócratas vivían en una dualidad de criterios.

Se sucedieron en Madrid los días 15 y 22 de noviembre manifestaciones- celebradas con recorrido inverso- desde la Plaza de Oriente al Obelisco del Dos de mayo, la de los monárquicos, y desde el Obelisco a la Plaza de Oriente la de los republicanos, pero nada se dilucidó.

El Gobierno en el preámbulo del decreto de convocatoria de las Cortes Constituyentes había señalado que prefería la monarquía. El 6 de diciembre de 1868, se convocaron elecciones a las Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino de los mayores de 25 años, con un censo cercano a los 4 millones de electores. Las nuevas Cortes se constituyeron el 11 de febrero de 1869.

Se inicia así la discusión de la nueva Constitución cuyos puntos de importante debate fueron la cuestión religiosa y el tipo de régimen.

En el primer asunto se declara al Estado como confesional; se obliga a mantener el culto y a los ministros de la religión católica, y a garantizar el ejercicio público y privado de cualquier culto.

En el art 33, se aborda el segundo aspecto espinoso la cuestión del régimen. La redacción final decía: “La forma de gobierno de la Nación española es la Monarquía”. Hasta llegar a este punto los monárquicos tuvieron que discutir con los republicanos que se presentaron divididos en dos: los federalistas de Pi y Margall y de Castelar y los Unionistas de García Ruiz y de Sánchez Ruano. El artículo 33 fue aprobado por 214 votos a favor y 71 en contra.

EL Rey se concebía como un “ poder constituido, moderador e inspector de los demás poderes y titular del ejecutivo que ejercen sus ministros”. También compartía el poder legislativo con las Cortes, a las cuales tenía la facultad de suspender sólo una vez en cada legislatura.

En los artículos 77 y 78 se decía que la Monarquía tendrá “carácter hereditario en la dinastía que sea llamada a la posesión de la Corona”.

 Y ahí surgió otro de los problemas. Se quería una dinastía democrática y cómo señaló el general Serrano, que ocupó el cargo de regente en ausencia de un monarca: “¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!” Finalmente, a instancias de Prim, las Cortes decidieron en 1870 ofrecer la corona a la dinastía de Saboya, a Amadeo, el segundogénito del rey italiano Víctor Manuel II.

Asesinado su valedor, Prim,  la situación de Amadeo en España se puso muy cuesta arriba. Tampoco es que él ayudara mucho. Llegó con un perfil liberal que parecía satisfacer un punto medio entre los deseos de las diversas facciones que habían instigado la revuelta. Sin embargo, resultó ser todo lo contrario: logró unirlas, pero sólo contra él y, harto de la imposibilidad de reinar en un país dividido en constantes luchas de poder, abdicó al cabo de dos años. Dando paso a la desbarajustada I República.

Realmente aquella revolución tuvo de Gloriosa el nombre, llegó por el “mesianismo del caos” y acabó enfangando a España en un caos mayor. Pero esa ya es otra parte de la Historia

BIBLIOGRAFÍA

HENNESSY, C.A.M.-“ La República Federal en España. Pi y Margall y el movimiento republicano federal 1868-1874”. Ed. Los libros de la Catarata. 2010.

PALACIO ATARD, V.-“La España del siglo XIX. 1808-1898”. Ed. Espasa- Calpe. 1981.

TUÑÓN DE LARA, M.- “El problema del poder en el sexenio 1868-1974”. Ed. Siglo XXI. 1976.

VICENS VIVES, J.- “ Historia social y económica de España y América”. Ed. Teide 1959.

LAS HAMBRUNAS EN IRLANDA

Irlanda tras la caída del Imperio Romano fue una mezcla de estados gobernados por tribus locales de carácter cristiano- Celtas cristianos-, con abadías que enseñaban latín y producían literatura tan memorable como el “Libro de kells” (el libro –considerado la pieza principal del cristianismo celta y del arte hiberno-sajón- por las miniaturas con las que está decorado. Y a pesar de estar inconcluso, uno de los más suntuosos manuscritos ilustrados que han llegado a nuestros días desde la Edad Media). Aquellos reinos- tribales, evidentemente- se vieron invadidos por los vikingos. Los escandinavos consiguieron asentarse no sin luchar en algunas zonas costeras y allí mezclarse con la población local. Esos asentamientos convivieron no sin tensiones con los habitantes nativos de la Irlanda celta. Tras numerosos enfrentamientos, los nativos lograron el dominio del País y convertir la isla en un mosaico de clanes y tribus organizadas en torno a cuatro provincias históricas que competían continuamente por el dominio del territorio y los recursos: Leinster; Connacht; Munster, y Úlster.

Poco después se produce la invasión normanda, lo mismo que había ocurrido en Inglaterra, sólo que en Inglaterra ya estaban asimilados y temían que los nuevos normandos crearan un grupo rival que les invadiera desde Irlanda. En consecuencia, Enrique II de Inglaterra decidió invadir Irlanda. Así nacieron ocho siglos de dominación inglesa de la isla de Irlanda. La isla esmeralda gozó de cierta autonomía hasta que Enrique VIII, en 1536, decidió someter a Irlanda para que su subordinación a la Corona inglesa fuera no sólo teórica sino real. Es decir, tanto de iure como de facto. Los ingleses tardaron más de un siglo en lograr ese sometimiento jurídico e institucional y, sin embargo, los irlandeses nunca estuvieron del todo conformes. Las hostilidades fueron continuas y más cuando los ingleses, escoceses y galeses se sometieron al protestantismo mientras Irlanda siguió fiel a la Iglesia romana. Esta diferencia religiosa marcó los 400 años siguientes de relación y sometimiento. Los irlandeses asociaron la religión a una forma de rebeldía frente al opresor inglés. Oliver Cromwell, en el siglo XVII, ordenó la confiscación de tierras y otros bienes de los irlandeses que pasaron a manos de colonos ingleses. Aquella situación dio lugar a una política conocida como de «plantaciones», que consistía en despojar a los católicos irlandeses de grandes extensiones de tierras para entregárselas a los colonos ingleses y también a presbiterianos escoceses. Esa política iba acompañada de una despótica imposición del idioma y las costumbres inglesas. Esta política continuó durante los siglos siguientes.

Fue en 1800, cuando el Parlamento irlandés firmó el Acta de la Unión que creó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.

Esta política determinó lo que en la historia de Gran Bretaña se conoce como la “cuestión de Irlanda”. Este problema presentaba diversas vertientes: histórica, que se remonta a las revoluciones del S. XVII; religiosa, por el manifiesto deseo de los católicos irlandeses de emanciparse de la Iglesia anglicana; social, pues la situación de los renteros y su dependencia de los propietarios ingleses era insostenible e inhumana; política, por la exigencia de conseguir la derogación del Acta de la Unión de 1800, que permita otorgar a Irlanda un Parlamento en Dublín y, sobre todo, la reclamación del Home Rule ( estatuto de autonomía para Irlanda).

Desde el siglo XVIII, la mayoría de los habitantes de Irlanda eran campesinos católicos, y, por esta condición, pobres y sin capacidad política, pues esta sólo estaba admitida para los protestantes. De hecho, muchos irlandeses se convirtieron al protestantismo para evitar las sanciones económicas y políticas. Sin embargo, hubo un creciente despertar católico, que se vio favorecido por el hecho de que el sector protestante estaba dividido entre los presbiterianos del Úlster y los anglicanos que dominaban la política de Dublín, dueños de la mayor parte de las tierras de cultivo.

En un pequeño inciso diré que uno de los múltiples periodos de “cambio climático” que ha sufrido de manera natural la historia de la Tierra, sin que se hiciera política de ellos, coincide con la época que estamos narrando. Así, se sabe que del siglo X al XIV se vivió un periodo de subida extraordinaria de temperaturas dando lugar a una era altamente calurosa que fue seguida de un larguísimo periodo- del   siglo XV al XIX- de enfriamiento, con periodos de descenso aún mayor de las temperaturas que se manifestaron, por ejemplo, de 1650 a 1715, de 1740 a 1770,  de 1814 a 1850. A estos periodos de más baja temperatura se los denominó con carácter genérico Pequeña Edad de Hielo, aunque algunos de ellos tuvieran un nombre propio.

Fue precisamente en uno de los periodos de bajada de temperaturas, especialmente importante en el hemisferio norte y, sobre todo, en el norte de hemisferio cuando se produjo un periodo de malas cosechas en Irlanda, dando lugar a las hambrunas de 1740 y 1741, en las que murieron cerca de medio millón de personas y más de 150.000 irlandeses emigraron a las 13 Colonias americanas, que cerca andaban de la independencia. Además, las trabas al comercio irlandés, incluso para exportar a la isla de Gran Bretaña aumentaron el descontento de tal manera que la clase política anglo-irlandesa empezó a identificarse más con Irlanda que con Inglaterra. Andando el siglo y por la discriminación que sufrían,  los irlandeses se vieron identificados con los ideales de la Revolución Francesa.

En torno a 1829, los irlandeses obtuvieron el reconocimiento de algunos derechos políticos dentro de Irlanda, pero los problemas económicos continuaban por las trabas inglesas y por los problemas acontecidos durante las guerras napoleónicas.

No se habían recuperado de sus efectos cuando, en 1845, un moho conocido como Phytophthora infestans (o P. infestans) provocó una plaga destructiva de las plantas que se propagó rápidamente por toda Irlanda. La plaga arruinó hasta la mitad de la cosecha de patatas aquel año y alrededor de las tres cuartas partes de la cosecha durante los siguientes siete años.

Antes de la llegada de los ingleses, y antes de que fueran forzados a mantener una dieta exclusivamente a base de patatas, la alimentación tradicional irlandesa se basaba en cereales, carne, lácteos, verdura y frutas, pero después tanto los cereales como el ganado salían diariamente de los puertos irlandeses hacia Inglaterra en grandes cantidades. De esa forma, Inglaterra se hizo con decenas de millones de cabezas de ganado de los productores irlandeses, y toneladas ingentes de harina, grano, carne, aves y productos lácteos, mientras, los campesinos irlandeses se abastecían única y exclusivamente de patatas y de leche. 

Cuando el frío y las bacterias terminaron con el único alimento que se podían permitir los irlandeses, las autoridades inglesas en Irlanda siguieron exportando grandes cantidades de alimentos, principalmente a Gran Bretaña. En casos como el ganado y la mantequilla, la historiografía sugiere que las exportaciones desde Irlanda aumentaron durante la hambruna de la patata, favoreciendo a los terratenientes ingleses. Cuando las cosechas comenzaron a fallar, los líderes irlandeses en Dublín solicitaron a la Reina Victoria y al Parlamento que actuaran e, inicialmente, lo hicieron, derogando las llamadas «Leyes del Maíz» y sus aranceles sobre el grano, causantes de la subida de los precios del  maíz y del trigo hasta hacerlos prohibitivos para los campesinos irlandeses. Además, la reina Victoria envió a la isla una ayuda de 2.000 libras, pero en cambio no permitió que el sultán otomano enviara 10.000 libras de ayuda a Irlanda, y tampoco aceptó que atracara el barco Sorciére remitido por los Estados Unidos y cargado con toneladas de alimentos. Aquella situación tan dramática se convirtió en tragedia cuando al hambre se añadió el frío y los desahucios de miles de familias que no podían pagar los alquileres a los arrendatarios ingleses. Se impuso un toque de queda para evitar una sublevación. Cualquier conato de protesta callejera era castigado con penas de hasta tres años de cárcel o quince de destierro. De esa manera, miles de personas que quedaron a la intemperie, fueron encarceladas o desterradas. Los ingleses enviaron 200.000 soldados para mantener la situación bajo control y evitar el levantamiento de la población.

No hay que olvidar que el Subsecretario de Tesoro y encargado de socorrer la hambruna, como radical evangelista que era, consideraba que “el juicio de Dios envió la calamidad para dar una lección a los irlandeses”.

La crisis y la mala gestión inglesa tuvieron un impacto catastrófico en Irlanda y en su población, provocando la muerte de aproximadamente un millón de irlandeses por inanición o enfermedades asociadas a la falta de alimento, y al menos otro millón se vio obligado a abandonar su tierra natal como emigrantes o refugiados, casi todos se dirigieron a EE.UU., Gran Bretaña o Australia.

Con una población significativamente reducida de 2 a 3 millones y un aumento de las importaciones de alimentos después de 1850, la hambruna irlandesa de la patata finalmente terminó alrededor de 1852. Pero para aquellos que se quedaron atrás en una Irlanda diezmada, se encendió un aprecio renovado por la independencia irlandesa del dominio británico. De hecho, estos acontecimientos condicionaron la política británica y sus elecciones en los años posteriores. La cuestión de Irlanda dio lugar a la puesta en marcha de diversas políticas que calmaran los ánimos primero de los liberales de Gladstone y luego de los conservadores de Disraeli. Todas fracasaron.  Gladstone, de nuevo en el poder, no vio más solución que otorgar la autonomía a Irlanda en 1886, aumentada en 1892. La Crisis pasa al S. XX sin haberse solventado. Entre 1918 y 1923 se produjo la guerra de independencia de Irlanda.

El papel exacto del gobierno británico en la hambruna y sus secuelas está a debate todavía hoy. Si ignoró la difícil situación de los pobres de Irlanda por malicia o si su inacción colectiva y su respuesta inadecuada se pueden atribuir a la incompetencia es algo que sigue en cuestión. De todos modos, no conviene olvidar la idiosincrasia de la época, sus creencias y sus costumbres a la hora de analizar los acontecimientos.

En 1997, Tony Blair, siendo primer ministro británico, emitió una declaración ofreciendo una disculpa formal a Irlanda por el manejo de la crisis por parte del gobierno del Reino Unido a mediados del S.XIX, en un acto revisionista, tan en boga en estos días.

En los últimos años, se han erigido monumentos a las víctimas de la hambruna en aquellas ciudades a las que los irlandeses emigraron como ocurre en Boston, Nueva York, Filadelfia y Phoenix en los Estados Unidos, y Montreal y Toronto en Canadá, al igual que varias ciudades de Irlanda, Australia y Gran Bretaña.

Además, el equipo de fútbol del Glasgow Celtic, que fue fundado por inmigrantes irlandeses, llegados a la ciudad escocesa como resultado de los efectos de la hambruna de la patata, incluyeron, en 2017, un parche conmemorativo en su uniforme, para honrar a las víctimas de la “Gran Hambre”.

Tengo que decir, que a mí las disculpas que se hacen un siglo más tarde, cuando los condicionantes históricos son otros, en el caso de Blair, además, posiblemente obligado por los problemas de Irlanda del Norte, que también tienen su origen de aquella “invasión protestante” de los territorios del Úlster como forma de sometimiento (https://algodehistoria.home.blog/2021/04/16/ulster-23-anos-de-los-acuerdos-de-viernes-santo/ ), me parecen una forma de anacronismo, de presentismo, nada loable.

Los hechos históricos son los que son, tiene las consecuencias que tienen y, un siglo después, no tienen arreglo para los que los sufrieron; si se hubieran pedido disculpas poco después de acontecidos, tendrían razón de ser y lógica. Los condicionantes humanos, políticos y culturales determinan la posición de las naciones en sus actuaciones internas e internacionales.  Un siglo más tarde no se impide el millón de inmigrantes, ni el millón de muertos. Un prolongado tiempo después no se ganan las guerras que se perdieron, ni se disculpa lo que pasó. Entre otras cosas porque cabría plantearse si aquella forma de actuar no era la manifestación de un sustrato interno que sigue vigente. ¿Acaso los anglicanos no siguen vendo con malos ojos a los católicos en Gran Bretaña? ¿Acaso los británicos no se sienten superiores a los irlandeses- y posiblemente al resto del mundo-? No hace falta pedir perdón. Sólo hay que poder contestar no a esas preguntas.

Ahora, simplemente, cabe arreglar las consecuencias de lo hecho con la dignidad de no caer en el anacronismo histórico, o, como decía Napoleón aprender de la historia para no volver a cometer los mismos errores. En ese sentido, los monumentos, si valen para recordar la Historia e incitar a su estudio, sean bienvenidos. Pero siempre como conocimiento y reconocimiento, no como revisionismo histórico.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

MACAULAY TREVELYAN, George. “Historia social de Inglaterra”. Ed. Fondo de Cultura Económica. 1946

 O’BEIRNE RANELAGH, John. “Historia de Irlanda”. Ed. Akal. 2014

ROGER DE LAURIA O ROGER DE LLÚRIA

Hoy vamos a hablar de uno de nuestros más grandes marinos, y digo nuestro, aunque nació en Italia (en Scalea ( Calabria) en 1245), porque defendió la posición de la Corona de Aragón con sobresaliente factura.

Era hijo de Riccardo di Lauria y de una dama de la Corte de Constanza de Sicilia llamada Bella d’Amici. Cuando Constanza se casó con Pedro de Aragón, infante y heredero de la Corona de Aragón, en 1262, Roger se traslada junto a su familia en el séquito que acompañó a la futura reina a Aragón (en una pequeña digresión diré,  como curiosidad, que Constanza de Sicilia o Constanza de Suabia, fue reina de Aragón de 1276 a 1302, fecha de su fallecimiento en Barcelona, y fue reina de Sicilia de 1282 a 1302. Es venerada como beata por la Iglesia Católica, y su fiesta se celebra el 17 de julio)​.

Roger de Llúria se educó en la Corte aragonesa, donde fue armado caballero en 1273. Acompañó al todavía infante Pedro en sus viajes de armas a Toledo o contra la sublevación de los moros en Valencia entre 1275 y 1277. Allí, durante un breve periodo, fue procurador del reino de Valencia. También acompañó a Pedro en sus expediciones a Túnez, para someter al sublevado rey Abu-Ishaq, y a Sicilia en 1282. En esta travesía demostró su destreza en la navegación por lo que a su vuelta a Aragón fue nombrado almirante de la flota. Destinado a la defensa del reino de Sicilia, que, en 1282, tras el episodio conocido como Vísperas Sicilianas, había sido incorporado a la Corona aragonesa en virtud de los derechos de la reina Constanza y en contra de las pretensiones del angevino Carlos I, rey de Nápoles.  En el mismo año de su nombramiento, Roger de Llúria derrotó en el puerto de Malta a una escuadra angevina formada por galeras provenzales, lo que supuso el dominio sobre las islas mediterráneas de Gozzo y Malta, permitió penetrar en el puerto de Nápoles y la conquista de las islas de Capri e Ischia; y algunas zonas de Calabria, tras la victoria en 1284, sobre la flota  del futuro rey de Nápoles Carlos II, a quién hizo prisionero. Aprovechando la victoria, provocó sublevaciones populares a favor de Pedro III en la región napolitana de Basilicata y dirigió sus naves hacia las costas tunecinas, donde a mediados de septiembre de aquel 1284 conquistó la isla de Gelves. También se apoderó de la isla de Jerba y al año siguiente de las Kerkenah, dependientes entonces de Túnez y de las que volveremos a hablar.

Mientras tanto el Papa Martín IV (1281-1285), perjudicado por la expansión aragonesa en el ámbito mediterráneo, había excomulgado a Pedro III de Aragón y predicado la cruzada contra él (1283).Tal era el enfado papal que puso bajo concesión y protección del Delfín de Francia los reinos pontificios. Por esa alianza franco-vaticana, un ejército, muy superior en número al que podía reunir el rey de Aragón, consiguió franquear los collados pirenaicos y llegar hasta Gerona, que fue asediada, mientras que una poderosa flota ocupaba el litoral hasta Blanes y aseguraba el abastecimiento del ejército francés desde las costas catalanas. La flota española se encontraba en Sicilia y Pedro el Grande sólo disponía de diez galeras, con todo, logró una importante victoria en las islas Formigues ( en la costa gerundense enfrente de Rosas), que permitió elevar los ánimos hispanos hasta que en agosto llegó desde Sicilia a las costas catalanas Roger de Llúria con el grueso de su flota. Al Papa le apoyaba también Jaime II de Mallorca, hermano de Pedro III que en 1279 había sido desposeído por éste del gobierno de la isla balear. Franceses y mallorquines habían concebido un ataque total por tierra y por mar. En septiembre de 1285, Roger de Llúria derrotó a la armada francesa en la costa gerundense y, un mes después, al ejército de tierra conjunto en la batalla del Coll de Panissars (entre La Junquera, Gerona, y Le Perthus, Francia), lo que supuso la derrota definitiva del rey Felipe el Atrevido, de Francia. Por su actuación, Roger de Llúria recibió el señorío de Gelves.

Poco después, Roger de Lauria participó junto al infante Alfonso en la expedición contra Mallorca, destinada a castigar la traición del rey de Mallorca en el momento del ataque francés.

A la muerte de Pedro III (1285), los territorios de la Corona de Aragón se repartieron entre sus hijos, Alfonso y Jaime; sobre el primero (Alfonso III de Aragón, 1285-1291, también conocido como Alfonso el liberal) recayeron los reinos peninsulares, mientras que al segundo (Jaime I de Sicilia, 1286-1296, y futuro Jaime II de Aragón el Justo, 1291-1327) le correspondió el de Sicilia. El nuevo Papa Honorio IV (1285-1287) y Carlos II el Cojo, de Nápoles, lanzaron una ofensiva conjunta sobre los dominios de Jaime I y de la reina Constanza, pero Alfonso III reaccionó enviando a Roger de Llúria para repeler el ataque: el ejército angevino-pontificio fue derrotado por el almirante aragonés frente a Nápoles (1287). A partir de ahí, Roger de Lauria se dedicó, con su sobrino Juan, a efectuar razias contra la costa de Berbería y de Túnez, en las que conseguía gran número de cautivos que vendía después en Sicilia, e intervino en las luchas internas de Túnez apoyando a uno de los pretendientes al trono.

Mientras tanto, se desarrollaban las negociaciones para llegar a la paz entre la Corona aragonesa y Sicilia, por una parte, y los Anjou, Francia y la Santa Sede, por la otra, bajo la mediación del rey de Inglaterra. Como parte de las condiciones para conseguir la paz, el rey Alfonso liberó en 1288 al príncipe de Salerno, Carlos de Anjou, quien inmediatamente se coronó rey de Sicilia. Con ese pretexto, algunas localidades de Calabria se rebelaron y el rey Jaime de Sicilia, junto con Roger, intentaron recuperarlas. En 1289, mientras Roger asediaba Gaeta, se firmó una tregua entre Carlos II de Nápoles y Jaime de Sicilia, que había de durar dos años. Por ello, Roger de Lauria volvió a Aragón con parte de la flota y parece que se instaló en sus tierras del reino de Valencia. En agradecimiento a sus buenos servicios, en 1289, el rey Alfonso III concedió a Roger el señorío de las ya mencionadas islas de Jerba y Kerkenah que se constituyeron en una especie de principado independiente. Estas islas, desde 1295, se convirtieron en feudo de la Santa Sede, a la que Roger de Lauria había de pagar una renta anual de 50 onzas de oro. Esa solución impedía que el rey de Sicilia pudiese exigir la entrega de esas islas, que Lauria había conquistado personalmente y que eran una excelente base naval desde donde se podía controlar el reino de Túnez y también el comercio con el oriente mediterráneo.

No tardó, sin embargo, en volver a Sicilia con el fin de acompañar de vuelta a Aragón al rey Jaime de Sicilia, que se había convertido en rey de Aragón, por fallecimiento sin descendencia de su hermano Alfonso, en 1291. Poco después, en 1292, volvía a Sicilia, por mandato de Jaime II, para contribuir a la defensa de la isla, a las órdenes de la reina Constanza y de su hermano pequeño, Federico ( al morir sin descendencia Alfonso III, legó los reinos peninsulares a Jaime con la condición de que renunciara al trono siciliano en favor del tercero de los hermanos, Federico, pero Jaime intentó reunir en su persona la herencia de su padre Pedro III y se limitó a nombrar a Federico lugarteniente general del reino de Sicilia, a cuyo servicio quedó Roger de Llúria). Pero por presiones internacionales y por ser difícil de mantener su posesión, poco después, en 1295, y por la Paz de Anagni, Jaime II cedió Sicilia al papado y a los Anjou napolitanos. Esto creó grave malestar en la isla, en su hermano Federico, en su madre e incluso en Roger de Llúria que se negaron a aceptar el tratado. Esta situación era muy incomoda para Roger, así cuando Jaime ofreció a Federico una entrevista para solventar sus problemas, el segundo se negó, lo que molestó al almirante que se retiró a sus posesiones. En 1297, Jaime solicita a Federico que deje salir haca Roma a su madre, a su hermana Violante, que se iba a casar en Roma y a Roger que acompañó a ámbas. Federico aceptó darles un salvoconducto de ida, lo que significaba la expulsión de todos ellos. En Roma, el Papa les levantó la excomunión. Tras ese episodio Roger y la reina volvieron a Aragón. De nuevo al mando de la flota, pero ahora como aliado del papado y los napolitanos atacó a Federico III de Sicilia por su negativa a acatar lo decidido en la Paz de Anagni. Después de ocupar diversas localidades en la costa de Patti, el ejército aliado fue derrotado y el sobrino de Roger, Juan de Lauria, hecho prisionero, junto con muchos otros. Esos reveses y la llegada del invierno aconsejaron la retirada. Jaime II pidió a su hermano la devolución de los prisioneros aragoneses, prometiendo no atacarle de nuevo, pero Federico no sólo se negó, sino que decapitó a Juan de Lauria. Esa decisión enojó tanto al Rey como al almirante, que atacaron Sicilia con su armada en 1299 y derrotaron completamente la flota siciliana en Capo d’Orlando. Sin embargo, Jaime II no quiso encarnizarse con su hermano y se retiró, alegando que sus aliados podían continuar solos la campaña contra su hermano. Roger de Lauria continuó la campaña junto con los angevinos y consiguió grandes éxitos, como por ejemplo la gran victoria naval en la isla de Ponza en el 1300. Cabe señalar que todas estas victorias navales se produjeron por la maestría del Almirante Llúria y por dotaciones marinas y galeras que eran cualitativamente superiores a la de sus rivales, pero sin olvidar que no menos formidables eran los especialistas embarcados para las misiones de combate: los ballesteros navales catalanes y los almogávares.

La guerra concluyó con la firma de la paz de Caltabellotta (1302), por la que Federico II era reconocido como monarca vitalicio de la isla (adoptando el título de rey de Trinacria), pero con la condición de que a su muerte Sicilia revertiría al reino angevino de Nápoles. Roger de Lauria participó en las negociaciones y consiguió introducir un capítulo que preveía la devolución de los bienes confiscados durante la guerra, lo que le permitió recuperar los suyos en Sicilia. Tras esto, se retiró a sus posesiones valencianas, pensando en que sus días de guerra habían terminado. Pero no fue así, las razias musulmanas en la Península le llevaron de nuevo a la acción, en este caso por la invasión del Reino de Granada a la ciudad de Alcoy; Roger participó en su defensa, y los nazaríes fueron expulsados.

Murió poco después, en 1305, y fue enterrado, como él mismo había dispuesto, en el Monasterio de Santa María de Santes Creus, en el suelo, a los pies de la tumba del rey Pedro III, el Grande.

De su vida privada se sabe que se casó dos veces y tuvo 7 hijos. Fue compensado por los diversos reyes a los que sirvió con distintas posesiones que le reportaron unas rentas importantes. Fue uno de los hombres más influyentes de su momento en la Corona de Aragón . No es para menos si comprendemos que sus batallas y victorias fueron decisivas para la defensa de Sicilia y para evitar la invasión francesa de Cataluña. Además, esas victorias fueron el punto de partida de la expansión mediterránea de la Corona de Aragón en el siglo XIII.

BIBLIOGRAFÍA

HINOJOSA MONTALVO, J.-  “Jaime II y el esplendor de la corona de Aragón”. Ed. Nerea, 2005,

Moxó y de Montoliu, Francisco de .- “La casa de Luna (1276-1348): factor político y lazos de sangre en la ascensión de un linaje aragonés”. Ed. Munich en 1990. Consultado en Dialnet

QUINTANA, Manuel José.- , “Vidas de españoles célebres”  Tomo II, Librería de B Cormon y Blanc, París. https://books.google.es/books?id=PoQDAAAAQAAJ&printsec=titlepage&source=gbs_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

Fondos del Museo naval de Madrid.

EL ANARQUISMO EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Para situar el contexto del anarquismo durante la Guerra Civil española primero analizaremos los antecedentes tanto ideológicos como históricos de manera muy sucinta.

El anarquismo es una filosofía política y social que llama a oponerse a todo elemento estatal, busca la abolición del Estado entendido como gobierno y, por extensión, de toda autoridad, jerarquía o control social que se imponga al individuo, por considerarlas indeseables, innecesarias y nocivas. También se oponen a la propiedad privada

Su activismo político se suscita a partir de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional fundada en Londres en 1864 que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses y a los republicanos italianos. Nace como un foro para abordar temas comunes, en el que colaboran Marx, Engels y Bakunin. Allí se pone de manifiesto la diferencia de criterio entre Marx, los partidarios del socialismo y del comunismo y Bakunin, partidario del anarquismo colectivista. Los primeros propugnaban la lucha de los partidos obreros por las conquistas sociales y laborales proponían la revolución social a través de la conquista del poder del Estado. Los anarquistas por su parte postulaban un modelo revolucionario basado en la organización asociativa-cooperativa que pregona el poder de decisión por medio del consenso. Si bien es cierto que el anarquismo, lógicamente por su propia concepción, no tuvo una línea de actuación única.

En 1872, el Consejo General de la AIT se traslada desde Londres, donde está situado desde sus inicios, a Nueva York, disolviéndose oficialmente el 1876. En 1922, aparece la Asociación Internacional de los Trabajadores, organización anarcosindicalista que pretende recoger el testigo del ala libertaria de la Internacional y que llega hasta la actualidad.

La Primera Internacional fue considerada como uno de los factores que condujeron a la creación de la Comuna de París en 1871. Si bien comunistas y anarquistas se disputaban la mayor o menor influencia en este movimiento.

Desde finales del siglo XIX las ideas de la I internacional fueron llegando a España. A partir de ese momento será cuando se comience a gestar una serie de grupos, diferenciados, como internacionalmente lo estaba el anarquismo y cuya distancia se fundamentaba en la mayor o menor violencia y radicalidad en la búsqueda de lograr sus objetivos.

Consecuencia de aquellas ideas de la I internacional fue la creación de la CNT (sindicato anarquista) y la UGT (sindicato socialista) ya entrados en el siglo XX .

El anarquismo evolucionó en España de manera oscura debido a su desorganización unida a una violencia extrema que llevó a ataques de corte terrorista y numerosos asesinatos, como el de Cánovas del Castillo el 8 de agosto de 1897 o los atentados contra Alfonso XII que tuvieron lugar en octubre de 1878, el primero, y en diciembre de 1879, el segundo.

En 1917, la CNT y la UGT confluyeron en sus esfuerzos para convocar la huelga de aquel año. Inmediatamente después separaron sus caminos siendo la CNT perseguida por todos los gobiernos por su alto nivel de intransigencia y de violencia (vuelven a cometer numerosos asesinatos de políticos y de miembros de la Iglesia).

Pero en 1931 empieza su etapa más importante. Los sindicatos anarquistas tanto la CNT como la Federación Anarquista Ibérica (FAI) tenían una amplia membresía y desempeñaban un papel destacado en las luchas obreras. En general, su participación fue muy activa en la vida política. Aunque dejaron la clandestinidad y el aislamiento, no perdieron un ápice de su violencia, a pesar de ello en 1936 fueron integrados en el gobierno de España, siendo los nombres más sobresalientes, Juan López, Federica Montseny y Peiró, los cuales estarían en el gabinete de Largo Caballero.

El anarquismo desempeñó un papel significativo en la Guerra Civil española.

Su fuerza fue especialmente importante en Cataluña donde lograron que el 20 de julio de 1936, las ciudades más populosas, menos Gerona, estuvieran bajo el control del comité de las milicias antifascistas, de corte anarquista. Especialmente destacado fue el enfrentamiento calle a calle entre el ejercito Nacional y los anarquistas en Barcelona. Los republicanos se hicieron con el control de la ciudad.

También, cabe destacar su presencia en los alrededores de Madrid. En la capital convocaron una huelga revolucionaria el 18 de julio, asaltaron los cuarteles de la Guardia Civil y repartieron las armas entre los milicianos. Esta forma de actuar también la llevaron a cabo en Valencia. En Madrid, lograron hacerse con el Cuartel de la Montaña, y el 21 de julio caía en sus manos Alcalá de Henares. En Valencia, lograron que, en zonas de menor implantación como Alicante, la huelga general convocada para el 20 de julio tuviera un seguimiento destacado.

Sin duda el sistema anarquista quería instaurar una serie de gobiernos independientes para conformar una nueva realidad en el País.

Tres son los hechos destacados de su presencia allí donde dominaban: primero, la creación de las milicias que se dedicaron desde un primer momento a vigilar a las personas ajenas a sus pensamientos llegando incluso a arrestarlas y ajusticiarlas. Tal fue el miedo desplegado en las zonas dominadas por los anarquistas, que los católicos de Cataluña y alrededores de Madrid se refugiaron en las iglesias, abandonando sus casas, creyendo que ahí estarían más seguros. No fue así, ni respetaron las iglesias ni a los sacerdotes ni a los feligreses. Segundo, su énfasis en la colectivización y la autogestión. En las zonas controladas por los anarquistas, muchas de ellas en Cataluña, Aragón y Valencia, se llevaron a cabo procesos de colectivización de la tierra y la industria. Las tierras y las fábricas fueron tomadas por los trabajadores y gestionadas de forma colectiva, eliminando la propiedad privada y estableciendo principios de autogobierno.

Su colectivización partía del hecho de que las personas que no quisieron adherirse a ellos se les obligaba a no contratar a terceras personas para labrar la tierra; debía hacerlo con ayuda de su familia y si las tierras no eran cultivadas, les eran arrebatadas y adheridas a la comunidad. De entre las comunidades anarquistas más conocidas destacan las de Alcorisa, Alcañiz, Calanda, Fraga o Valderrobes, todas ellas en Aragón.

Esto del “exprópiese” tan en boga en nuestros días no nace de hoy. Los anarquistas también expropiaron, aunque quizá fuera más correcto decir incautaron muchas viviendas que no fueron a parar a los más necesitados sino a los dirigentes de la CNT al igual que las riquezas que obtenían mediante robos, muy frecuentes en las zonas gestionadas por los anarquistas. En esta actividad colectivizadora se inventaron un sistema de vales para sustituir el dinero, lo que hacía que en la práctica los dirigentes anarquistas se quedaran con el dinero, la moneda de curso legal,  quitada a la población. Las tierras y las viviendas fueron devueltas a sus dueños tras la guerra, no sin grandes problemas porque el registro de la propiedad no era de gran fiabilidad, no hay que olvidar que el Registro de la Propiedad como lo conocemos se crea en 1934 y muchas propiedades anteriores no figuraban en él al estallar la guerra.

La consecuencia económica de la colectivización y las huelgas fue la paralización de la producción. En la colectivización nadie se sentía responsable último, todo era de todos y nada era de nadie. En resumen, la economía cayó en el más absoluto caos y el desplome económico fue general en las zonas republicanas. Además, el orden jurídico republicano desapareció allí donde dominaban los anarquistas.

El tercer elemento de la gestión anarquista fue la creación de una serie de Escuelas de Militantes Libertarios, que era donde se formaban los “cuerpos de defensa”. Pero a su sombra también se enseñó a leer y escribir a mucha gente.

A medida que avanzaba la guerra otro factor se introdujo en la zona republicana, una especie de guerra civil en la guerra civil por el enfrentamiento entre los anarquistas y los comunistas, y en ocasiones de todos contra todos en el bando republicano.

Estas trifulcas, en un primer momento, eran vistas desde la distancia por los socialistas, divididos en dos facciones históricas, la de Largo Caballero y la de Indalecio Prieto, que aguardaban para acabar de situarse en el bando ganador de la izquierda.

Los tres bandos-porque realmente eso eran-, socialistas, comunistas y anarquistas, querían ostentar el poder para introducir sus cambios respectivos sin ceder prácticamente ninguno de ellos a las exigencias del otro. Especialmente significativos fueron los acontecimientos del 3 al 8 de mayo de 1937 en Barcelona, iniciado por el control del edificio de telefónica. Hasta aquel momento en manos anarquistas que utilizaban la interceptación de conversaciones para “dar el paseíllo” a los ciudadanos que se manifestaban contra el gobierno o el bando republicano. Las tropas del gobierno, apoyadas por los comunistas, querían el edificio para interceptar las conversaciones del bando nacional, para una especie de “inteligencia” republicana que les permitiera adelantarse en el frente. Tras aquellos días, los anarquistas fueron desalojados de todo tipo de comunicaciones, de hecho, no obtuvieron el control ni de una imprenta, imprescindibles para el adoctrinamiento de la población. A partir de ese momento comunistas, por un lado, y anarquistas, por otro, se repartieron Barcelona y empezaron una guerra que causó más de mil muertos y en torno a 1.500 heridos. La situación era tan complicada que la 26 División Anarquista, anteriormente conocida como la Columna Durruti, se acuarteló en Barbastro para trasladarse a Barcelona a apoyar a sus correligionarios contra los comunistas. Finalmente, el día 7 de mayo, dos columnas de guardias de asalto formadas por 5.000 hombres llegan desde Madrid y Valencia a Barcelona. Sus órdenes son claras: desarmar a los anarquistas para restablecer el orden.

En su enfrentamiento, los comunistas organizaron a dieciocho mil comerciantes, artesanos y pequeños fabricantes en la Federación Catalana de Gremios y Entidades de Pequeños Comerciantes e Industriales (conocida como GEPCI) algunos de cuyos miembros eran, según frase de Solidaridad Obrera, órgano de la CNT «… patronos intransigentes, feroces antiobreristas…». Esencialmente, al igual que en el campo valenciano, en donde también se afiliaron millares de campesinos al PCE para evitar la colectivización, los comunistas aprovecharon el caos anarquista para situarse al frente de la gran masa, que había quedado huérfana de representación por parte de la izquierda republicana moderada.

La pérdida de poder de los anarquistas no fue sólo fruto de una mayor presencia de socialistas y comunistas sino de la mejor – o menos mala- organización de esos sectores. Los anarquistas dividían sus fuerzas en grupúsculos “anarquistas”, es decir,  sin un orden claro. Así es muy difícil ganar nada. Cuando los enfrentamientos pasaron de ser verbales a empuñar las armas entre ellos, el descontrol fue mayor. Pero las consecuencias fueron trascendentes para todo el bando republicano

Aquellos días de Barcelona fueron tan infernales que el propio Azaña consiguió salir in extremis de Barcelona, en donde quedó atrapado por aquella batalla campal entre anarquistas y comunistas, escoltado hasta el puerto por una compañía de guardias de asalto que habían llegado a tal efecto desde Valencia.

Aquel intercambio de tiros entre socialistas, comunistas y anarquistas, evidenciaba, las dificultades del proyecto de una coalición, la del Frente Popular,  encaminada al desastre. Realmente se ponía de manifiesto una revolución latente y desde siempre desleal con la propia República. Si en 1934, fue Largo Caballero al frente de la UGT y con la aquiescencia del PSOE, quien había intentado la revolución obrera rompiendo la legalidad de la II República; en julio del 36 el Frente Popular no había descabezado al ejército por temor a una insurrección armada de los anarquistas, y para mayo del 37, los anarquistas ya en el gobierno y dominando amplias regiones del país,  gestionaron sus territorios con la gran deslealtad a la República que todos habían previsto-  y con el apoyo de los nacionalistas catalanes, siempre dispuestos a la disolución del Estado español en Cataluña-. Esta revolución anarquista pasó por encima del mismo Largo Caballero, y sus consecuencias serían aún más profundas. Aquella confrontación política acabó, una semana después, con la dimisión forzada, -la sustitución- del presidente Francisco Largo Caballero, como fruto de una maniobra de los comunistas, que se aseguraron a partir de entonces el poder, aunque la cabeza visible del gobierno fuera el socialista Negrín.

No fue esta la única razón de la caída de Largo Caballero. Otro de los enfrentamientos con los comunistas se había producido poco antes de los enfrentamientos de mayo en Barcelona, pero esos acontecimientos se dieron esta vez en Madrid. Largo había planeado una operación estratégica en la zona centro que tenía que servir para romper en dos el territorio de los nacionales separando sur y norte a la altura de Extremadura, más una insurrección en el protectorado de Marruecos, controlado también por los nacionales desde el inicio de la guerra, en este segundo caso con el objeto de aislar Andalucía y al general Queipo de Llano. La operación fue diseñada por el coronel de Estado Mayor Segismundo Casado, que protagonizaría precisamente la última trifulca entre anarquistas y comunistas en marzo de 1939 justo antes de rendir Madrid al general Francisco Franco ( el 5 de marzo de 1939, un grupo de anarquistas y socialistas, con el coronel Casado al frente, se rebeló contra el Gobierno de Negrín, apoyado por los comunistas. Se creó un Consejo Nacional de Defensa, con la finalidad de negociar con los nacionales la inminente derrota republicana).

Largo Caballero se quejaba constantemente de que el general José Miaja se negaba a tomar las medidas necesarias para la preparación de la ofensiva, lo cual era cierto porque ya el deterioro del gobierno era patente y las conspiraciones de los comunistas y los socialistas de Prieto para socavarle estaban avanzadas. Miaja se había hecho comunista poco antes de la ofensiva nacional y había quedado como el héroe de Madrid, lo que aislaba aún más a Largo Caballero en sus pretensiones por sustituirlo al frente de los Ejércitos del Centro. Según la historiografía más común, los comunistas no querían ejecutar la ofensiva -que habría sido un golpe duro para los nacionales que comenzaban la campaña del norte- sencillamente porque habría resultado una gran victoria de Largo Caballero y un impedimento para poder quitárselo de encima. La política por encima de la guerra.

En resumen, podemos señalar, al igual que la mayor parte de la historiografía, que, en medio del caos, apareció una «solución» comunista: la contrarrevolución de un partido que en las elecciones de febrero de 1936 apenas había tenido representación y que se iba a convertir en el brazo fuerte de la resistencia republicana con un socialista al frente, Juan Negrín, en una forma de enmascarar sus verdaderas intenciones comunistas de hacerse con todo el poder. Aunque fue una solución que no logró su finalidad.

Los enfrentamientos y las purgas entre los componentes del bando republicano continuaron, sobre todo en Cataluña y Valencia, durante toda la Guerra Civil, prácticamente hasta el final de la contienda. Así no hacen falta enemigos para perder una guerra. Pero, además, el enemigo, es decir, el bando nacional se caracterizó por su correcta organización.

BIBLIOGRAFÍA

BOLLOTEN, Burnett.- “La Guerra Civil Española: Revolución y Contrarrevolución”. Alianza ed. 2015.

GUILLAMÓN, Agustín.- “Barricadas en Barcelona. La CNT de la victoria de julio de 1936 a la necesaria derrota de mayo de 1937”.Ediciones Espartaco Internacional, 2007.

JIMENEZ LOSANTOS, Federico.- “Historia del Comunismo. De Lenin a Podemos”. Ed. La esfera de los Libros. 2018.

EL CONFLICTO DE BEAGLE

El otro día en la entrada sobre la Guerra de las Malvinas, hacíamos mención a que Chile no apoyó a Argentina en la guerra por el conflicto que ambos países tenían en el canal de Beagle. https://algodehistoria.home.blog/2023/04/14/la-guerra-de-las-malvinas/

Veamos en qué consistió aquel conflicto.

Tras la detención de Fernando VII por las huestes napoleónicas en 1808 se producen las primeras juntas de gobierno en España y también en Hispanoamérica. Muchas de estas últimas en un acto de traición a su país, España, proceden a buscar la independencia de los diferentes territorios.

Lo que hoy son Chile y Argentina dependieron durante un tiempo del Virreinato del Perú. Posteriormente, al crearse el Virreinato del Rio de la Plata- de manera definitiva, el 27 de octubre de 1777, estableciendo su capital en la ciudad de Buenos Aires-, se separaron en su gobierno ambos territorios.

Su proceso de emancipación culmina, en el caso de Argentina, el 9 de julio de 1816 en el Congreso de Tucumán en el que las Provincias Unidas del Río de la Plata proclaman su independencia de España. En cuanto a Chile, la materialización de la independencia se produjo cuando las tropas independentistas refugiadas en la ciudad de Mendoza formaron junto con las de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fundamentalmente lo que hoy es Argentina, el ejército de los Andes, comandado por José San Martín. Tras la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, se inicia el periodo de Patria Nueva y la consiguiente independencia chilena.

Aquella armonía conjunta para lograr la independencia se vio truncada poco después por la falta de definición de la frontera sur de ambos países. Ahí es donde aparece en nuestra historia el canal Beagle. Este estrecho paso conecta el océano Atlántico y el océano Pacífico. Tiene unos 240 km de longitud al sur de Tierra de Fuego y al norte del cabo de Hornos. Por situarnos geográficamente, toda la zona occidental del canal está íntegra y totalmente dentro de Chile, mientras que la zona oriental es compartida por Chile y Argentina (al norte Argentina y al sur Chile) formando la frontera entre ambos países.

Este canal fue objeto de controversia desde 1811. El centro del litigio fue la soberanía de las islas de Lennox, Picton y Nueva, en función de la importancia económica de sus aguas y fondos marinos, y de la proyección continental hacia la Antártida. El conflicto del Beagle se enmarca en las numerosas disputas y tensiones que han existido entre Chile y Argentina desde que se convirtieron en Estados soberanos y trazaron sus fronteras. La relevancia geoestratégica de la región austral de la Patagonia es conocida y pretendida por ambos países: acceso a los dos océanos, a recursos marinos y a la plataforma continental de la Antártida. En esto se puede decir que bajo la Corona española vivían mejor.

El nombre original del canal era canal Onashaga, que en lengua nativa de la zona significaba “canal de los cazadores”. El nombre “Beagle” es heredado del nombre del famoso barco británico HMS Beagle, el cual realizó una expedición a principios de 1800 a cargo del Capitán Robert Fitz Roy, en el que navegaba el célebre naturalista inglés Charles Darwin.

En 1881 hubo un primer intento de llegar a una solución pactada y así Argentina y Chile firmaron el llamado Tratado de Límites, donde se hizo la siguiente repartición territorial: son argentinas todas las islas que “haya sobre el Atlántico, al oriente de la Tierra de Fuego y costas orientales al sur del canal de Beagle hasta el cabo de Hornos y las que haya al occidente de la Tierra de Fuego”.

Fue necesario formular un Protocolo Aclaratorio debido a lo inconcreta que resultaba esta descripción. Por lo tanto, en 1893, ambos países firmaron el documento adicional al de 1881, buscando unos términos más concretos. Pero no se consiguió y en 1896 se trató de resolver un conflicto mediante un tratado en el cual las partes sometían sus divergencias a un arbitraje internacional.

La disputa se centraba en si el Canal Beagle, y por lo tanto la frontera, corría al norte de las tres islas clave de Picton, Lennox y Nueva (lo que las convertiría en chilenas), o al sur de las islas (lo que las convertiría en argentinas).  En una mejor definición, la problemática se centraba en definir dónde empezaban las aguas del Atlántico y dónde las del Pacífico. En una división tácita, nunca expresa, Argentina se inclinaba a controlar el Atlántico y dejaba el Pacífico a Chile. Por lo tanto, el problema no eran las islas en sí mismas, que son frías y áridas, sino que la propiedad de ellas podría permitir a Chile reclamar la soberanía o establecer una zona económica exclusiva a 200 millas en el Atlántico Sur, inhibiendo la capacidad de Argentina para proyectar su influencia en esa región,  en sus islas clave (incluidas las Islas Malvinas) y en la Antártida.

Desde entonces los avatares de la disputa de ambos países fueron múltiples y prolongados en el tiempo hasta llegar a la decisión de buscar un arbitraje. La primera propuesta se remonta a 1902. En aquel año se firmaron los Pactos de Mayo donde se establecía que la Corona Británica ejercería de árbitro- Suiza también fue propuesta, pero rechazó la oferta-. Su decisión sería jurídicamente vinculante para ambos Estados. Pero nada más concreto se hizo y las discusiones continuaron con reclamaciones territoriales permanentes por parte de ambos países.

El 28 de noviembre de 1967, la marina argentina expulsó una cañonera chilena de Ushuaia, ciudad situada en el canal de Beagle. Unos días más tarde, Chile solicitó activar el arbitraje británico acordado en 1902.

El hecho de ser países vecinos llevó a los Estados a buscar, por medios diplomáticos, la solución del conflicto. Sin embargo, el fuerte nacionalismo mostrado por ambos gobiernos y pueblos, sumado a que la decisión marcaría la diferencia con respecto al acceso a ambos océanos y a la plataforma Antártica, hicieron subir la tensión en la frontera.

La firma del Acuerdo sobre Arbitraje se produjo en Londres el 22 de julio de 1971. El Acuerdo sobre Arbitraje era un compromiso que solicitaba la determinación de los límites argentino-chilenos en el canal Beagle y la adjudicación de las islas Picton, Nueva y Lennox e islotes adyacentes. Asimismo, aún designando al Gobierno de Su Majestad Británica como árbitro de la disputa limítrofe, no le correspondía a éste la resolución final, sino que debía nombrar un Tribunal Arbitral de cinco jueces de la Corte Internacional de Justicia.

Al día siguiente se reunirían los líderes de los dos Estados enfrentados, Allende y Lanusse.

Esta reunión fue considerada “histórica y esperanzadora” donde ambos superarían las diferencias que los procesos de integración regional les determinaban.

El fallo de la Corte Arbitral llegó seis años después a través del Laudo Arbitral de 1977. El mismo otorgaba a Chile las islas Lennox, Nueva y Picton, ubicadas en el canal Beagle, las islas e islotes adyacentes, así como las demás islas e islotes cuya superficie total terrestre se encuentre situada enteramente dentro de la región perteneciente a la República de Chile.

En 1977, en Chile gobernaba Pinochet que se apresuró a reconocer el fallo. No ocurrió lo mismo del lado argentino, donde la dictadura militar no podía aceptar lo que consideraban una incursión de Chile en sus aguas territoriales. El laudo le permitía a Chile la proyección en el Atlántico, tan temida por los sectores nacionalistas argentinos.

La protesta argentina fue expresada en virtud de las siguientes razones:

1.- Chile debía garantizar a Argentina un límite en el Atlántico Sur de manera que no pudieran los chilenos avanzar hacia el Este.

2.- El gobierno chileno debía reconocer que el frente marítimo del Atlántico Sur era argentino.

3.- Desde Santiago se debía efectuar una declaración que expresara que “sin prejuicio de sus legítimos derechos antárticos, Argentina termina en el cabo de Hornos y que éste constituye el punto divisorio entre las aguas del Atlántico y Pacífico”

En 1978, el gobierno argentino de Videla presentó una Declaración de Nulidad del arbitraje y, al tiempo, aprobó una serie de maniobras militares en la zona de conflicto. Chile comunicó que acudiría al Tribunal de la Haya, y, al igual que Argentina, desplegó a su marina por la zona.

En aquel momento, Chile tenía también conflictos en el Pacífico con Bolivia y Perú.

Esto convertía la zona en un polvorín.

Durante todo el año 1978, se buscó un acuerdo bilateral, pero no fue posible. Las posiciones de ambos países estaban demasiado polarizadas: Chile se beneficiaba del statu quo que le proporcionaba el laudo británico, y Argentina continuaba revindicando errores en el arbitraje y buscaba una revisión de lo establecido.

Esta tensión empeoraba la situación de las fronteras, tanto marítimas como terrestres, en las que se vivían momentos de auténtica zozobra, con amplios despliegues militares. El empleo de las armas se veía venir por instantes. La situación pasaba por encontrar un nuevo mediador o acabaría produciéndose una guerra. La administración Carter se ofreció a ejercer esa mediación, también se pensó en España y al final se puso encima de la mesa al Vaticano y al Papa Juan Pablo II, que fue el elegido.

El 23 de diciembre de 1978, el Vaticano designó al cardenal italiano Samoré como enviado personal del Papa para mediar en la disputa territorial. Durante el verano de 1980, se anunciaron grandes avances en las conversaciones. De hecho, el 12 de diciembre de 1980, el Papa Juan Pablo II entregó a ambos gobiernos una propuesta de paz. Argentina buscó demorar aquel acuerdo y seguir negociando. Las negociaciones se alargaron cuatro años. El peligro de conflicto se redujo conforme se fue abriendo paso el dialogo. Fueron varias las visitas de los lideres americanos a la Santa Sede durante este tiempo. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos dificultó la medicación, ya que esto sumaba relevancia geopolítica a las islas. Pero el vaticano consiguió que las negociaciones no naufragaran. Cuando el cardenal Samoré falleció, el 3 de febrero de 1983, antes de la firma del tratado final, continuó la mediación el Cardenal Agostino Casaroli, siempre con el apoyo y presencia del Papa Juan Pablo II. Los ministros de exteriores Dante Caputo por Argentina y Jaime del Valle Allende en nombre de Chile firmaron un tratado de amistad en Roma el día 23 de enero de 1984.

Aquella mediación de Juan Pablo II había frenado una inminente invasión militar argentina a territorio chileno. El fallo final fue aceptado por el país transandino, mientras que Argentina quedó disconforme y dejó avanzar los días. Sin embargo, el fin de la dictadura llegaba y el gobierno de Raúl Alfonsín retomó las negociaciones y aceptó la firma de un acuerdo que se celebró en el Vaticano el 18 de octubre de 1984.  Argentina quiso someter el acuerdo a referéndum, que se celebró el 25 de noviembre de aquel año. El texto del acuerdo fue aprobado por el pueblo argentino que lo avaló con el 82% de los votos.  Si bien la consulta no era vinculante, permitió acabar con el conflicto a pesar de la oposición de los peronistas.

El pacto consistía en tres partes. La primera se refería a la paz y amistad. La segunda a la delimitación marítima y la última a la cooperación económica y la integración física.

No se mencionó la controvertida división entre los océanos, sin embargo, se acepta que la delimitación del canal de Beagle era la establecida por el laudo británico . Asimismo, ambos Estados se consideran soberanos “sobre el mar, suelo y subsuelo”. Tampoco se hace mención a la plataforma continental y al espacio aéreo.

A pesar del laudo firmado, no se han eliminado las diferentes interpretaciones y disputas sobre la soberanía en los mares australes entre estos dos Estados, pero sí se logró la pacificación de la zona y el fin de las demostraciones de fuerza de unos y otros.

Si alguien se pregunta por qué Argentina aceptó ahora una solución semejante a la que habían señalado los británicos en 1977, la respuesta es que, en este segundo momento, 1984, los condicionantes era otros: la condición católica de ambos contendientes; el agotamiento económico de ambos países , especialmente en Argentina; los cambios políticos con el fin de las dictaduras; la guerra de las Malvinas…

Este no fue el primer caso de mediación papal en un conflicto internacional. Sin embargo, es uno de los más destacables del siglo XX, ya que la intervención del Vaticano evitó que estallara una guerra. «La guerra es siempre una derrota de la humanidad», en palabras de Juan Pablo II.

BIBLIOGRAFÍA

BENADAVA, Santiago.- Recuerdos de la Mediación Pontificia entre Chile y Argentina (1978-1985). Editorial Universitaria (Chile). 1999.

MARÍN MADRID, Alberto. El arbitraje del Beagle y la actitud argentina. Editorial Universitaria (Chile). 1978.

PASSARELLI, Bruno.- El delirio armado: Argentina-Chile la guerra que evitó el Papa. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 1998.

Tribunal Arbitral (1977). Beagle Channel Arbitration between the Republic of Argentina and the Republic of Chile, Report and Decision of the Court of Arbitration, 17 de febrero de 1977. Naciones Unidas. Beagle Channel Arbitration (en inglés).

Sabella, Bruno.- “Conflicto del Beagle: la guerra que no fue”. Diario Siglo XXI. 2022.

LA RECUPERACIÓN DE MENORCA Y LA PASCUA MILITAR.

A isla española de Menorca fue conquistada por una escuadra anglo-holandesa en 1708 durante la Guerra de Sucesión española, pasando a ser posesión de la Corona británica por el Tratado de Utrecht de 1713.

El 29 de junio de 1756, durante la Guerra de los Siete Años, la isla fue reconquistada por las tropas francesas del mariscal Richelieu (sobrino-nieto del cardenal del mismo nombre) después de que la escuadra francesa del almirante La Galissonière hubiese vencido a la inglesa del almirante Bing, la isla pasó a manos francesas. Aquella victoria francesa tuvo como consecuencias directas que, por un lado,  la Royal Navy hiciera responsable al almirante Bing de la derrota y, tras un sumario consejo de guerra, fue fusilado a bordo de su navío, ejecución que sigue siendo uno de los casos más polémicos de la Historia de Gran Bretaña. Y, en otro sentido, mucho más amable, la victoria valió para lograr un avance gastronómico: un cocinero del duque de Richelieu inventó una de las salsas más conocidas, la mahonesa o mayonesa, para conmemorar aquel triunfo francés.

La isla se mantuvo en manos francesas hasta el fin de la guerra, siendo devuelta a Gran Bretaña por el Tratado de París, firmado el 10 de febrero de 1763.

Los años 1781 y 1782 fueron gloriosos para las armas españolas contra los ingleses. Así, el día 9 de mayo de 1781, las tropas británicas del general Campbell se rendían al general español Bernardo de Gálvez, quedando consumada la capitulación de Pensacola ( ya hablamos de él aquí: https://algodehistoria.home.blog/2020/03/27/un-heroe-y-un-villano/ ). El 6 de mayo de 1782 se conquistan las Bahamas. Entre 1781 y 1782 una multitud de barcos británicos son apresados por la flota española con sus bodegas llenas de riquezas y armas que pasan a incrementar las arcas españolas. Fruto de todo ello el derrumbe de la Bolsa Real de Londres fue apoteósico, según expone el escritor y erudito británico Robert Graves. La importancia para España del apresamiento de estos barcos se tradujo no solamente en el botín incautado de buques, pertrechos, vestuarios, armamento y oro acuñado en lingotes, sino, y mucho más importante aún, en que las pérdidas del enemigo debilitaron seriamente sus fuerzas navales y terrestres en ultramar hasta tal punto que condicionaron sus operaciones ofensivas en los siguientes años. En este sentido es especialmente destacado el apresamiento, en 1781, de un convoy a la altura de las islas Sorlingas ( en el confín occidental del Canal de la Mancha).

Pero para comprender la necesidad de reconquistar Menorca por parte de España, más allá del hecho cierto de que era una isla española usurpada por los ingleses, hay que centrarse en un aspecto estratégico importante.

España había iniciado un bloqueo a Gibraltar en 1779, ya duraba por tanto unos años, sin grandes resultados puesto que el bloqueo era roto por mar la marina británica y por embarcaciones piratas enviados por los ingleses desde Menorca.

El rey Carlos III, a propuesta del conde de Floridablanca (Secretario del Despacho de Estado, cargo que ocupó hasta 1792, compaginándolo , además, entre 1782 y 1790, con el Despacho de Gracia y Justicia) decidió acabar con el abastecimiento que Menorca daba a Gibraltar y, de paso, eliminar la presencia británica en el Mediterráneo – a excepción de Gibraltar, con la que querían también acabar-. Para lo que necesitaba reconquistar la isla. Encargo que dio al duque de Crillón (de origen francés, pero teniente general del Ejército español). Este aceptó, pero le pidió a Floridablanca que el proyecto de invasión se llevase a cabo en el más absoluto secreto y exigió que solo lo conocieran el Rey, el Príncipe de Asturias, el propio ministro y el mismo Crillón. Nadie más, ni siquiera los ministros de Guerra y Marina o el embajador en París- conde de Aranda- Al cual se le informó de la situación cuando la costa menorquina estaba a mitad de camino de ser alcanzada por la expedición de reconquista.

Las razones no eran otras que encontrar al enemigo desprevenido, y evitar que incrementase la presencia militar británica en la isla, la cual se limitaba a una pequeña guarnición en el castillo de San Felipe.

Los preparativos se ocultaron ante los ministerios de Guerra y Marina, señalando que eran los adecuados para seguir con el bloqueo del Peñón. La expedición española se compuso de 78 buques que transportaban a las tropas del ejército en un número que ascendía a unos 7.900 hombres. La composición de la flota consistió en un convoy de buques mercantes y un grueso de buques de guerra que se presentaron como apoyo a la expedición. No salieron todos juntos desde Cádiz, donde se asentaba la mayor parte de la flota, sino que se fueron unieron desde Cartagena y otros puertos de Levante a fin de no despertar sospechas de los británicos sitos en Gibraltar. Para que el convoy saliese de Cádiz sin más sospechas se hizo correr el rumor de que iban a Buenos Aires a sofocar una revuelta surgida en la región del Plata.

Los primeros buques en salir de Cádiz lo hicieron el día 21 de julio de 1781. La flota completa tenía previsto alcanzar la costa menorquina y desembarcar la noche del 18 al 19 de agosto de 1781, pero se desencadenó una tormenta, por lo que hubo que actuar a la luz del día 19.

Se situaron los barcos rodeando los puertos de toda la isla, pero el grueso de la expedición se situó en dirección a Mahón llegando desde el Sur. Dejando tres fragatas bloqueando la salida o entrada de barcos en Ciudadela. Por allí desembarcaron 200 militares del cuerpo de Dragones. Mientras tanto, los navíos que rodeaban el castillo de San Felipe, situado a la orilla sur de la boca del puerto de Mahón, cañonearon la fortificación. Crillón mandó desembarcar al grueso de la infantería para someter a los británicos que no estaban dentro del castillo y apoderarse del arsenal inglés. Además, lograron acabar con las naves corsarias británicas que pretendían hostigar a los españoles.

El 24 de agosto, lograron las tropas españolas dominar la isla,  se preparó la logística para rodear el castillo e iniciar el sitio en torno al castillo, último reducto a someter.

Durante los meses posteriores al desembarco fueron llegando refuerzos de tropas españolas que aumentaron hasta un total de 10.411. El 18 de octubre arribó a la isla un contingente de 4.128 soldados franceses y alemanes —una brigada de cada nacionalidad—que agregados a los españoles sumaban 14.539 hombres. Los ingleses, al comenzar el asedio, contaban con una guarnición de unos 2.600 oficiales y soldados.

Se iniciaron una serie de preparativos que permitieran instalar cañones alrededor de la fortaleza y atacarla con la artillería pesada. El 6 de enero, se iniciaron los disparos desde las baterías. El castillo aguantó un mes.  El 6 de febrero de 1782, el teniente general británico James Murray entregaba el castillo de San Felipe, en Mahón, al teniente general del Ejército español duque de Crillón, pasando la isla de Menorca a formar parte de la Corona española.

El 25 de marzo del mismo año, la expedición española retornó a Algeciras.

Murray fue acusado de negligencia por su segundo, teniente general William Draper, por lo que fue sometido a un consejo de guerra en el que fue absuelto.

Con motivo de la victoria, el rey Carlos III ordenó que, en la fiesta de la Epifanía, los virreyes, capitanes generales, gobernadores militares y otros jefes de unidades reuniesen a las tropas bajo su mando y les transmitieran su felicitación. Se instauraba así la tradicional Pascua Militar, cuyos festejos continúa hasta nuestros días.

La reconquista de Menorca y la reposición a la soberanía española fue ratificada por el Tratado de París del 3 de septiembre de 1783.

Sin embargo, volvió a ser invadida por los británicos en 1798, durante las guerras contra la Francia republicana y napoleónica y devuelta a España por el Tratado de Amiens, firmado el 25 de marzo de 1802, en virtud del cual Gran Bretaña devolvió Menorca a España, a cambio de quedarse con Trinidad en el Caribe.

De todo este trasiego de conquistadores y corsarios; de presencia francesa (apenas 7 años), y de conquista británica durante 71, quedan en la isla importantes vestigios.

Así de los franceses queda la ciudad de San Luis y una aceptable red viaria. Pero los 71 años de presencia inglesa han dejado diversas obras públicas, la ciudad de Georgetown -hoy Villacarlos, el monumento erigido a la memoria del gobernador Sir Richard Kane, cerca de Mahón, uno de los mejores administradores británicos que tuvo la isla menorquina. También en la arquitectura, mobiliario e, incluso, en las bebidas, hoy día, se percibe la influencia inglesa en Menorca. Varios de sus antiguos edificios reflejan el llamado estilo georgiano del siglo XVIII inglés, y la misma tendencia se percibe en muchos otros rasgos de la estética y las costumbres de la isla.

BIBLIOGRAFÍA

BARRO ORDOVÁS, Antonio.- “EL DESEMBARCO ESPAÑOL EN MENORCA, 1781”. Ministerio de defensa. Archivo de la Armada. 2019.

GELLA ITURRIAGA, José.- “El convoy y el desembarco español de 1781 en Menorca”. Revista de Historia Naval, 1983.

Fondos del Museo Naval de Madrid.

La Guerra de las Malvinas

Las Islas Malvinas (Falkland Islands, para los ingleses) se sitúan en el Atlántico Sur a una distancia de 341 Km de la Patagonia.

Las islas Malvinas fueron descubiertas en 1520 por Esteban Gómez, un marino español que formaba parte de la expedición liderada por Fernando de Magallanes. A partir de 1542 las islas quedaron dentro de la jurisdicción del Virreinato del Perú.

Se piensa que piratas británicos las avistaron en torno a 1592. Aunque parece ser que no pisaron sus costas hasta el siglo XVII, al igual que los piratas franceses. La presencia fue más habitual durante el siglo XVIII, de hecho, la diplomacia española protestó por estos desembarcos y logró, con ayuda de algún despliegue naval, que en 1767 Francia reconociera la soberanía española sobre el archipiélago y que los británicos abandonaran las islas en 1774.

Al crearse el Virreinato del Rio de la Plata (creado, primero, de forma provisional, el 1 de agosto de 1776, y, de manera definitiva, el 27 de octubre de 1777 por una Pragmática de Carlos III, estableciendo su capital en la ciudad de Buenos Aires), las islas Malvinas se situaron bajo su jurisdicción.

Cuando el 9 de julio de 1816, en el Congreso de Tucumán, las Provincias Unidas del Río de la Plata proclaman su independencia de España, les faltó tiempo para ocupar las Malvinas y establecer allí una guarnición militar. Allí se construyeron fuertes, se edificó, se pobló con algunas familias de ganaderos, de extendió la ganadería ovina y se prohibió la caza de focas.

Fue esta prohibición lo que hizo que Argentina tuviera el primer incidente diplomático con Estados Unidos. El incidente fue aprovechado por Gran Bretaña, que tenía puestos sus ojos en las islas como escala fundamental para sostener su comercio por el Pacífico, asegurando a los norteamericanos que las islas no eran argentinas, que eran británicas – haciendo valer su presencia, antes de que los españoles los echaran, al afirmar que ellos, los ingleses, nunca habían renunciado a su soberanía en las islas (los británicos nunca han renunciado del todo a su condición de piratas)-. Washington que, por favorecer sus intereses, estaba dispuesto a creer cualquier cosa, reconoce la soberanía británica a cambio del otorgamiento de derechos de libre pesca en las aguas inmediatas. En agosto de 1832, el primer ministro británico, Lord Palmerston ordenó al contraalmirante Thomas Baker que retomara el control de la corona sobre el archipiélago.

En 1833, los británicos desembarcaron en Malvinas y ocuparon las islas. La resistencia argentina no fue suficiente, ni militar ni diplomáticamente.  Gran Bretaña fortificó las islas y estableció allí a cientos de colonos ingleses, galeses y escoceses.

El mayor éxito de la diplomacia argentina se dio en 1945 al lograr que la ONU convocara a ambas partes a negociar. Paralelamente se establecieron vuelos comerciales entre las islas y el continente americano y se atendieron a varios isleños en hospitales argentinos. Esta política de acercamiento empezaba a dar frutos positivos cuando la dictadura militar se hizo con el gobierno de Argentina. A partir de 1976, la tensión aumentó, y en 1982 el general Leopoldo Galtieri decidió utilizar la fuerza para recuperar las Malvinas, dando inicio a una guerra que concluyó el 14 de junio con la victoria británica.

La decisión de invadir fue principalmente política: la junta militar argentina, que estaba siendo criticada por mala gestión económica y por sus innumerables abusos contra los derechos humanos, creía que la “recuperación” de las islas uniría a los argentinos detrás del gobierno en un fervor patriótico. Una fuerza de invasión de élite se entrenó en secreto para el asalto a las islas, pero su calendario se acortó cuando el 19 de marzo estalló una disputa en una de las islas cercanas al archipiélago, Georgia del Sur, controlada por los británicos, donde los trabajadores de salvamento argentinos habían izado la bandera argentina. Las fuerzas navales argentinas se movilizaron rápidamente.

Uniendo aquel conflicto con lo que creían una oportunidad de recuperar el archipiélago de las Malvinas, las tropas argentinas invadieron las Malvinas el 2 de abril, derrotando, en el marco de la Operación Rosario, a la pequeña guarnición de infantes de marina británicos en la capital Stanley (Port Stanley para los británicos, o Puerto Argentino, para los argentinos); obedecieron las órdenes de no infligir bajas británicas, a pesar de las pérdidas de sus propias unidades. Al día siguiente, los infantes de marina argentinos se apoderaron de la isla de Georgia del Sur. A finales de abril, Argentina había enviado más de 10.000 soldados a las Malvinas, aunque la gran mayoría de estos eran reclutas mal entrenados que no recibieron comida, ropa y refugio adecuados para el invierno que se acercaba.

Como era de esperar, la población argentina reaccionó favorablemente, reuniendo grandes multitudes en la Plaza de Mayo (frente al palacio presidencial) para demostrar su apoyo a la iniciativa militar. En respuesta a la invasión, el gobierno británico bajo el gobierno de Margaret Thatcher declaró una zona de guerra de 200 millas (320 km) alrededor de las Malvinas. El gobierno británico reunió rápidamente una flota con dos portaaviones, el HMS Hermes de 30 años y el nuevo portaaviones ligero HMS Invencible, y dos cruceros que entraron en servicio como transporte de tropas, el Queen Elizabeth 2 y el Canberra. Los portaaviones zarparon de Portsmouth el 5 de abril y a ellos se unieron otra serie de navíos por el camino. La rapidez se debió a que el primer Lord del Almirantazgo se había preparado para un posible conflicto desde que los argentinos llegaran a la isla de Georgia del Sur, y, sobre todo, porque no estaba de acuerdo con la política de reducción de la flota que había emprendido tiempo antes el Gobierno y deseaba hacer ver la importancia y la necesidad de mantener la Armada en todo su esplendor.

La mayoría de las potencias europeas expresaron su apoyo a Gran Bretaña y los asesores militares europeos fueron retirados de las bases argentinas. La situación más delicada la tenía España. La posición oficial en nuestro país respecto al conflicto se hizo pública en una nota oficial emitida el mismo día de la invasión, el 2 de abril de 1982. En la nota se condenaba el uso de la fuerza y el colonialismo. Esta condena al colonialismo fue interpretada como una muestra de apoyo moral a Argentina, en parte por la similitud con el tema de Gibraltar. España pareció dar pinceladas de apoyo a uno y otro bando, dejando ver una posición ambigua. España con esta nota logró no posicionarse claramente de manera oficial por ningún bando. Sin embargo, la opinión pública estaba claramente a favor de los argentinos, no sólo la prensa, sino que en las múltiples manifestaciones que se celebraron el lema seguido por los participantes era: Malvinas, argentinas; Gibraltar, español. La mayoría de los gobiernos latinoamericanos simpatizaron con Argentina. Una notable excepción fue Chile, que mantuvo un estado de alerta frente a su vecino por una disputa sobre islas en el Canal Beagle. La amenaza percibida de Chile llevó a Argentina a mantener la mayoría de sus tropas de élite en el continente, lejos del teatro de las Malvinas. Además, los planificadores militares argentinos habían confiado en que Estados Unidos se mantendría neutral en el conflicto y así lo intentó Reagan. De hecho, fue la propia Thatcher la que solicitó al presidente norteamericano que intercediera en busca de una solución pacífica, y Reagan lo intentó en distintas ocasiones, pero Galtieri no le escucho. Reagan que, por un lado, quería mantener su influencia en el sur del continente y, por otro, sabía del apoyo que en otros aspectos del orden mundial le ofrecía Gran bretaña, unido a la amistad ente Reagan y Thatcher, y tras todos aquellos intentos fallidos de mediación, ofreció pleno apoyo a Gran Bretaña. Esta postura norteamericana permitió que Gran Bretaña usara sus misiles aire-aire, sus equipos de comunicaciones, consiguiera combustible para la aviación y otras existencias militares que los americanos depositaron en la Isla Ascensión bajo control británico, además de cooperar con la inteligencia militar británica.

El 25 de abril, mientras el grueso de la fuerza naval británica navegaba los casi 13.000 km que distancian del Reino Unido de la zona de guerra, una fuerza británica más pequeña retomó la isla Georgia del Sur, capturando uno de los antiguos submarinos diesel-eléctricos de fabricación estadounidense de Argentina. El 2 de mayo, el obsoleto crucero argentino General Belgrano (comprado a los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial) fue hundido fuera de la zona de guerra por un submarino británico de propulsión nuclear, en este acto de guerra fallecieron 323 marinos argentinos.

Después de este suceso, la mayoría de los demás barcos argentinos se mantuvieron en el puerto, y la contribución de la armada argentina se limitó a su fuerza aérea naval y a las acciones de uno de sus submarinos diesel-eléctricos de fabricación alemana más nuevos. Este último representó una amenaza mayor para la flota británica de lo que se esperaba, lanzando ataques con torpedos que fallaron por poco.

Mientras tanto, la fuerza naval británica y las fuerzas aéreas argentinas con base en tierra libraron batallas campales. Los aviones argentinos consistían principalmente en varias docenas de antiguos cazabombarderos estadounidenses y franceses armados solo con bombas convencionales de alto explosivo y sin contramedidas electrónicas o de radar para controlar los objetivos. Sin embargo, la pericia y motivación de los pilotos argentinos lograron que aquellos viejos aparatos fueran realmente efectivos. Además, la armada argentina había recibido recientemente algunos nuevos aviones de fabricación francesa armados con los misiles antibuque; aunque solo un puñado en número, estos resultaron particularmente mortales. Debido a que las Malvinas estaban en el borde extremo del radio de combate de los aviones argentinos, dificultaba tanto su acción que los barcos británicos permanecieron fuera de su alcance, excepto cuando se acercaban para atacar las posiciones argentinas.

Para los británicos, el problema era su dependencia de dos portaaviones, ya que la pérdida de uno seguramente habría forzado la retirada. La cobertura aérea se limitó a unos 20 reactores navales Sea Harrier de corto alcance armados con misiles aire-aire. Para compensar la falta de cobertura aérea de largo alcance, se colocó una fuerza de detección de destructores y fragatas delante de la flota para que sirvieran como piquetes de radar. Sin embargo, no todos estaban armados con sistemas antiaéreos completos o armas cercanas para derribar misiles entrantes. Esto dejó a los barcos británicos vulnerables al ataque, y el 4 de mayo los argentinos hundieron al destructor HMS Sheffield. Mientras tanto, los argentinos perdieron entre el 20 y el 30 por ciento de sus aviones.

Así debilitados, los argentinos no pudieron evitar que los británicos hicieran un desembarco anfibio en las islas.

Aparentemente esperando un asalto británico directo, el comandante de las fuerzas terrestres argentinas, el general Mario Menéndez, centralizó sus fuerzas alrededor de la capital de Puerto Argentino para proteger su pista de aterrizaje. En cambio, el comandante de la fuerza naval británica, el contralmirante John Woodward, y el comandante de la fuerza terrestre, el general de división Jeremy Moore, decidieron hacer su aterrizaje inicial cerca de Puerto San Carlos, en la costa noreste de las Malvinas, y desde allí atacar por tierra Puerto Argentino. Calcularon que esto evitaría bajas entre la población civil británica y las fuerzas británicas.

Después de varios días de duros combates, algunos de ellos cuerpo a cuerpo, contra las valientes tropas argentinas atrincheradas a lo largo de varias cordilleras, los británicos lograron rodear y bloquear la capital y el puerto. A Menéndez no le quedó otra opción que la rendición el 14 de junio, poniendo fin al conflicto. Las fuerzas británicas retiraron una pequeña guarnición argentina de una de las Islas Sandwich del Sur, a unos 800 km al sureste de Georgia del Sur, el 20 de junio.

Los británicos capturaron a unos 11.400 prisioneros argentinos durante la guerra, todos los cuales fueron liberados después. Argentina anunció que se habían perdido alrededor de 650 vidas, aproximadamente la mitad de ellas en el hundimiento del General Belgrano, mientras que Gran Bretaña perdió a 255 personas.

La guerra tuvo serías consecuencias.

Para Argentina:

  • Galtieri fue destituido del poder y apresado junto con 9 militares más por Raúl Alfonsín 3 días después de la rendición.
  • La derrota fue el principio del fin de la Dictadura militar. El gobierno militar de Argentina quedó severamente desacreditado por su incapacidad para preparar y apoyar a sus propias fuerzas militares en la invasión que había ordenado. Fue el fin de las aspiraciones políticas de los miembros de la Junta al dejarlos expuestos ante numerosas pugnas internas y un enorme descontento popular. En diciembre de 1982, el gobierno del Proceso de Reorganización Nacional anunciaría, finalmente, la convocatoria de elecciones el 30 de octubre de 1983, poniendo así fin a la dictadura militar y estableciendo el retorno de la democracia a Argentina.
  • Los argentinos prometieron que no usarían la fuerza para reclamar las Malvinas en el futuro, pero lo harían diplomáticamente. Sin embargo, antes del conflicto los argentinos tenían muchas opciones de recuperar el archipiélago, pues Gran Bretaña consideraba a las Malvinas como un problema para extender su comercio por Hispanoamérica, y estaba dispuesta a cederlas conservando el arriendo por 99 años, algo semejante a lo hecho con Hong Kong. Quería una fórmula que no perjudicase a los habitantes británicos de las islas. pero la Junta se lo impidió. Aquellas posibilidades de recuperación se perdieron con la torpeza de lanzar el conflicto.

Para Gran Bretaña

  • La primera ministra británica Margaret Thatcher convirtió el apoyo patriótico generalizado en una victoria aplastante de su Partido Conservador en las elecciones parlamentarias de 1983. Se reforzó el liderazgo, influencia y poder de Margaret Thatcher. Aupado por una ola de nacionalismo y renovado sentido de patriotismo.
  • La economía británica entró en las fases de recuperación, dando lugar al período de crecimiento y prosperidad.
  • La relación entre Gran Bretaña y EE. UU. mejoró de tal manera que su manera de entender el mundo se impuso con la sonora derrota del bloque del éste europeo.

Para las Malvinas

  • La población aumentó debido a que los británicos mantuvieron una alta presencia militar en las islas, un soldado por cada dos civiles.
  • Los isleños se beneficiaron de la zona de exclusión en sus aguas, lo que les dio control sobre la pesca rentable allí.
  • La nueva industria creció en las islas debido a la rápida industrialización.
  • Los movimientos de diferentes naciones aumentaron la sensación de seguridad de los habitantes de las Malvinas.

Otras consecuencias

  • La ruptura de las relaciones diplomáticas entre la Argentina y el Reino Unido, que no se reanudaron hasta 1990.
  • La influencia de EE. UU. en América Latina disminuyó porque EE. UU. rompió el Tratado de Río
  • La autoridad de la ONU fue desafiada por el breve pero violento conflicto.
  • Los soldados de ambos bandos sufrieron considerables consecuencias físicas y anímicas.

BIBLIOGRAFÍA

LARRAQUY, Marcelo. “La guerra invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana, 2020.

LUNA, Félix. –“Breve historia de los argentinos” Ed, Planeta. 1993.

O ‘SULLIVAN, John. – “El Presidente, el Papa y la Primera Ministra. Un trío que cambio el mundo”. Ed Fundación FAES. 2006.

¿POR QUÉ ESPAÑA ES ESPAÑA?

El otro día, el sobrino de 7 años de una amiga me preguntó: ¿por qué España es España?

El niño se refería al origen del nombre, pero su pregunta formulada de aquella manera da mucho más de sí.

El nombre de España deriva del de Hispania que era como los romanos denominaron a aquellas tierras que se encontraban al sur de los Pirineos, a las que ellos llegaron por mar y se asentaron en Ampurias- como ya vinos en:  https://algodehistoria.home.blog/2021/10/01/ampurias-218-antes-de-cristo/

Por tanto, la primera zona conocida por Hispania fue la costa gerundense y desde allí permitió extender el nombre hacía el interior a medida que se producía la romanización de aquel territorio que los griegos denominaron Iberia.

Pero los romanos no bautizaron Hispania a aquella zona por azar, sino que el nombre estaba asentado desde los fenicios que llamaban al lugar con la denominación de i-spn-ya, cuyo significado era tierra de conejos, pero no referida al animal que conocemos sino a unos pequeños animalejos designados como conejos de costa, que ni siquiera procede de la familia biológica de los conejos. Un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas. Aclaremos que el ugarítico fue una lengua semítica que se hablaba en una zona de Siria desde el 2000 a. C. Se conoce gracias a la gran cantidad de restos encontrados en 1928, con tablillas de signos cuneiformes (pictogramas casi siempre utilizados para fines comerciales en su origen). No olvidemos que los fenicios ocupaban un territorio en la costa sur mediterránea a la altura de Chipre y que hoy se corresponde con territorios de Israel, Palestina, Siria y Líbano. Los fenicios constituyeron la primera civilización no íbera que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó, entre otras, Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental.

Fueron los romanos los que interpretaron la expresión fenicia como tierra de conejos, el animal, ya sí, que identificamos todos como tal. Un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Cátulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada con un conejo a sus pies), en referencia al tiempo que vivió en Hispania.

No es la única interpretación lingüística que se hace del término i-spn-ya, pero este no es un blog lingüístico sino histórico, así que fuera tierra de conejos o tierra de metales, o tierra del norte, como señalan otros académicos aduciendo que los fenicios habían descubierto la costa de i-spn-ya bordeando la costa africana, y ésta les quedaba al norte, o tierra de occidente al decir de Nebrija en su interpretación del término Hispalis, no altera el hecho histórico de que desde los romanos el término fenicio se extendió para denominar las zonas romanizadas con la denominación de Hispania, en ocasiones, durante la época romana, más allá de lo que hoy es la península ibérica.

La generalización del término Hispania o España referida exclusivamente a la Península Ibérica se lo debemos a los visigodos. Y con ellos el nombre pasó de ser una mera expresión lingüística, con trasfondo histórico local, para convertirse en una formulación política consecuencia de la mezcla entre el ideario germánico sobre la comunidad política y la estructura imperial romana a la que los godos, inicialmente, quedaron incorporados y cuya confluencia con una creencia religiosa cristiana como elemento de unidad y distinción dispusieron el nacimiento estatal de España.  El rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España peninsular a fines del s. VI, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de Suintila en la primera mitad del s. VII y se habla de la madre España. En su obra Historia Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de “Totius Spaniae”. El prólogo de la misma obra es el conocido De laude Spaniae (Acerca de la alabanza a España). https://algodehistoria.home.blog/2022/10/14/el-estado-visigodo/

La llegada de la invasión musulmana hace que se vuelva a hablar de reinos: Aragón, Castilla, Navarra… pero subyace en todos ellos la idea de reconquista de un ideal previo, imperial por asimilación visigoda del Imperio romano y católica en la manifestación de unidad moral frente al invasor; ideal llamado España, que crece bajo el pegamento de la Corona. La batalla de las Navas de Tolosa en 1212 es la culminación de aquella idea de unidad, cuya cúspide se alcanza con los Reyes Católicos. Aquella unidad bajo la Corona generada por la magnífica reina que fue Isabel I y convertida en referencia política por el camaleónico, astuto y gran diplomático que fue su marido, Fernando.

Tras ellos, los Austrias lograron que aquellos reinos, extendidos por todo el orbe tuvieran instituciones políticas y jurídicas propias pero gobernadas desde la cúspide Real. España se convirtió así en una realidad internacional, en la manifestación física mundial de un Imperio, en aquel Imperio que ya se manifestaba desde los visigodos, imperio recogido y mostrado por los reyes astures al inicio de la reconquista o por Alfonso X el Sabio y el “fecho del imperio”. Aquel imperio físico mundial se gobernó con la autonomía que daban sus Virreinatos al otro lado del Atlántico y del Mediterráneo, centralizados mediante Consejos y con una decisión única del Monarca. Los territorios insertos en una estructura colosal estaban coordinados y seguían un plan y destino común que convertía a los Austrias en una convergencia con un alto y sofisticado nivel de organización. Ese orden trascendió lo político y llegó a la ciencia con especial relevancia en la escuela de Salamanca o a las artes como demuestra el siglo de Oro. Esta masa de tierra gobernada con tanta elasticidad, tuvo una vida muy longeva.

La centralidad borbónica sin la flexibilidad que daba la estructura de los Austrias, tampoco fue un mal sistema, que nos dio algunos de los mejores reyes y mandatarios de nuestra Historia. Si el culmen de los Austrias fue un Felipe II que logró un imperio en el que no se ponía el Sol, un imperio global bajo su único y gran gobierno, de rey laborioso donde los haya, salvador de la cristiandad en Lepanto; el desarrollo del siglo XVIII, alcanzó su cima bajo el gobierno de dos de los mejores reyes que ha tenido esta castigada tierra española: Fernando VI y Carlos III, a veces tan olvidados. Con ambos se modernizó España hasta lograr ponerla a la altura de Europa sin olvidar la exitosa organización nacida de la influencia francesa de su padre Felipe V. Es más, es el siglo XVIII cuando nuestra economía sufrió menos vaivenes, se estabilizó y con ella el grado de avance técnico y social fue más evidente.

Esa continuidad en el tiempo de la idea de España, de nuestro Estado, de nuestra Monarquía y religión fraguó la idea de Nación que se manifestó en 1808 con el levantamiento popular contra el invasor, las Juntas como órganos de gobierno en representación del rey ausente y la constatación generalizada de la idea nacional en la constitución liberal de Cádiz de 1812.

Sólo las felonías, empezando por las de Fernando VII, los sinsabores de gobernantes mediocres de los que el Siglo XIX tiene muestras sobradas, las grandes traiciones conocidas a un lado y otro del Atlántico, la locura nacionalista, dejaron maltrecho aquel gran país, España, cuyo nombre nació con la llegada de los fenicios en el siglo IX a de C.

El siglo XX y lo que llevamos del XXI sólo han reafirmado, salvo alguna honrosa excepción de la que la Transición, por ejemplo, es un excelente ejemplo, la mediocridad en que se vive en nuestro país, tanto política como social y económicamente desde 1812. No podemos caer en la indiferencia sobre ello.

Ya decía Bismarck que «España es el país más fuerte del mundo; los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido«. Pues a ver si durante una temporada larga revertimos el proceso y volvemos a ser la gran Nación y el gran Estado que nunca debimos dejar de ser.

BIBLIOGRFIA

ALTAMIRA Y CREVEA, Rafael. – Historia de España y de la civilización española. –  Sociedad Geográfica de Lisboa y del Instituto de Coímbra. Tomo I. 1900.

JIMÉNEZ, Julián Rubén. –  Diccionario de los pueblos de Hispania. Ed. Verbum. 2020.

URBIETO ARTETA, Antonio. – Historia ilustrada de España. Volumen II. Editorial Debate. 1994.

LA CRISIS DE SUEZ Y EL FIN DEL IMPERIO BRITÁNICO

Hoy nos situamos ante uno de los acontecimientos que determinaron el fin de una Era. Tan es así que la historiografía contemporánea se divide de manera diferente en USA , en Gran Bretaña o en el resto de Europa en función de la las guerras mundiales, del proceso descolonizador y sus consecuencias.   Pero en todas ellas, el acontecimiento que veremos hoy marca un antes y un después, un hito que modificó el curso de la situación geopolítica del mundo, hablo de la Crisis de Suez en 1956.

Antes de adentrarnos en la crisis debemos analizar sucintamente los antecedentes. La situación del Mundo antes de 1956.

El Imperio británico se había formado en las siguientes fases a decir de la historiografía dominante: 1) Durante los siglos XVII y XVIII cuando estableció las bases del Imperio centrado en América del Norte, la India y la práctica de un comercio, esencialmente triangular que necesitó de otra serie de puestos comerciales, no colonias de asentamiento o de población, que facilitaran esa actividad mercantil. 2) Tras la pérdida de las colonias norteamericanas, la actividad se centra en Asia y áfrica, lo que favorece la diversidad económico-comercial. 3) Entre 1870 y 1914 discurre la época del gran imperialismo británico, pero al tiempo se conceden constituciones a las colonias de poblamiento: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica. 4) Entre 1919 y 1939 se da el paso definitivo y jurídico para pasar del Imperio a la Comunidad Británica (Commonwealth), al promulgarse en 1931 el Estatuto de Westminster. 5) Gran Bretaña dispone de un modelo de descolonización que irá aplicando de manera sucesiva a sus colonias en Asia y África que se van transformando en Estados Independientes dentro de la Comunidad Británica. Este proceso se interrumpe por la II Guerra Mundial (IIGM), pero se precipita rápidamente tras el fin del conflicto.

Parte del Imperio Británico se había visto acrecentado de manera indirecta cuando la Sociedad de Naciones, al término de la Primera Guerra Mundial, se ocupó de regular la situación de los territorios dependientes de las potencias derrotadas (Alemania y Turquía). Tras la IIGM fue la ONU quien asumió esa herencia. La fórmula aplicada fue la de “mandatos o fideicomisos” internacionales. Se supone que bajo tales fórmulas se deberían administrar, proteger y preparar a las antiguas colonias para su independencia.  En el caso que nos ocupa, los antiguos territorios del Imperio Otomano se dividen en diversos mandatos. Los mandatos orientales (territorios árabes) tras el Tratado de San Remo y el Convenio de París, ambos de 1920, quedan bajo la tutela de Gran Bretaña y Francia.

El contexto internacional en el que se desarrolla el nacimiento de los países afroasiáticos como estados independientes es el de la guerra fría, con dos bloques enfrentados. Con una vinculación natural de los nuevos países hacia el mundo occidental del que dependían hasta ese momento y un mundo comunista que se pone a su lado con la intención de posicionarlos haca su lado del poder. Con USA que no fue nunca potencia colonizadora ni descolonizadora, apoyando también la independencia para demostrar quien había ganado la IIGM y para inclinar a esos países hacia su órbita en aplicación de la doctrina Truman.

A partir de 1945, con la constitución de la Liga de los Estados Árabes y con la independencia de Irak, se inicia una sucesión de movimientos en el mismo sentido: en 1946 se independizan Siria y Líbano; en 1948, Israel, y en 1949 nace el Reino de Jordania.

En África por su parte, en las zonas de civilización islámico-árabe bajo mandato británico se asientan: Egipto, Sudán y Líbia.

De entre ellos el que marca el primer hecho revolucionario hacia la independencia es Egipto, si bien, el País del Nilo había experimentado una evolución desde protectorado británico de 1882 a 1922, dotándolo en esta última fecha de cierta autonomía  bajo la autoridad de la monarquía pro británica. Durante la IIGM, Egipto quedó bajo el control militar británico. En la postguerra, tras crearse el Estado de Israel y producirse la primera guerra árabe-israelí (1948), Egipto, perdedor en el conflicto, manifiesta una serie de movimientos internos de descontentos con la monarquía probritánica. Expresión de los disconformes es el grupo de los “hermanos musulmanes y el de los “Oficiales libres”, dirigido por el comandante Nasser. Tal fue la presión sobre la monarquía que ésta se vio en la obligación de denunciar algunos acuerdos con los británicos. No contentos con eso, las fuerzas revolucionarias, en 1952, derrocaron mediante un golpe militar el rey Faruk de Egipto, emergiendo como hombre fuerte el ya coronel Gamal Abdel Nasser que fundó un estado autoritario basado una ideología pseudo socialista y panárabe que le sirvió para liderar los sentimientos antioccidentales del mundo árabe. Sin ser afín al bloque soviético, no dudó en utilizar esta baza para sacar rédito, lo que levantó desde el principio suspicacias en EE.UU. La negativa americana a apoyar con recursos económicos y armamento a Egipto le empujó a una deriva anticolonialista reflejada pocos años después en la conferencia de Bandung (Indonesia, 1955). Bangung dio lugar a una política de exaltación de los nacionalismos y un movimiento internacional de solidaridad entre las antiguas colonias que fueron expresión de una serie de conferencias internacionales de análogo carácter en lo que se conoció como el “Espíritu de Bandung”, que cambió el rumbo de la historia en Oriente Medio,  y cuya consecuencia fue el nacimiento del movimiento de los no alineados, siendo Nasser uno de los promotores del mismo.

El Canal de Suez era vital para la economía mundial dada su ubicación en las grandes rutas de transporte, siendo una pieza importante en el juego geopolítico de la Guerra Fría. La administración Eisenhower había mantenido un delicado equilibrio entre el apoyo a sus socios europeos con intereses en la zona (Reino Unido y Francia), la defensa del Estado de Israel y su política de contención del comunismo en el Mediterráneo, al tiempo que intentaba no ofender a las nuevas naciones árabes surgidas tras la IIGM. En ese contexto, occidente se niega a financiar la construcción de la presa de Assuán, obra emblemática del proyecto desarrollista de Nasser. Ante tal situación, el dirigente egipcio procedió a la nacionalización, a finales de julio de 1956, de la empresa titular de los derechos de explotación del canal de Suez. La Compañía era una empresa británica-francesa conjunta, que había sido propietaria y operadora del Canal de Suez desde su construcción en 1869.

No sólo era una cuestión económica, Suez supondría una fuente ingente de fondos para la maltrecha economía egipcia, sino una forma de reafirmación nacional frente al colonialismo.

La primera reacción de los occidentales fue convocar a una conferencia internacional en Londres, entre el 16 y 23 de agosto de 1956, para intentar coordinar una respuesta contra los díscolos egipcios. A ella fue invitada España, fue la primera conferencia multilateral a la que fue invitada España desde la II República. Los egipcios reclamaron el apoyo español y lo obtuvieron (España siempre con la mente en Gibraltar y el colonialismo británico de nuestro peñón). España se desmarcó de las potencias occidentales y no se adhirió a la declaración final que consideraba un atentado contra la independencia de Egipto. España reclamaba que Las Naciones Unidas se hicieran cargo de la situación. Aquella postura española y la amistad que se fraguó entre Franco y Nasser, llevó al egipcio a regalar a España el Templo de Debod, que hoy podemos contemplar en Madrid.

Sin embargo, la conferencia no doblegó a los egipcios y así, a espaldas de EE.UU., que le había manifestado a Nasser que no permitirían una aventura militar “colonial”, Gran Bretaña respondió ordenando la “Operación Mosquetero”, una operación coordinada con Francia e Israel para recuperar la Zona del Canal. Las acciones se iniciaron el 29 de octubre de 1956 cuando los israelíes atacaron las posiciones egipcias, con Londres y París presionando a Nasser para que se retirara del Canal. A lo que el egipcio se negó. En noviembre de 1956, después de vencer a la Fuerza Aérea Egipcia, las fuerzas británicas y francesas ocuparon Port Said y otros puntos estratégicos en el extremo norte del canal. En una campaña, que vio uno de los últimos lanzamientos operativos en paracaídas de las fuerzas aerotransportadas británicas y el primer uso de helicópteros para transportar tropas de asalto, se estableció una fuerte presencia militar anglo-francesa. Mientras tanto, las fuerzas israelíes ocuparon el Sinaí, una región desértica escasamente poblada en Egipto, deteniendo su avance a solo 10 millas del lado este del canal. Sin embargo, en todo el mundo los desembarcos fueron vistos como un acto de agresión por parte de las antiguas potencias coloniales.

El 4 de noviembre, las Naciones Unidas amenazaron a Gran Bretaña con sanciones si había bajas civiles por los bombardeos aéreos británicos de objetivos en Egipto. Esto condujo al pánico económico en la primera semana de noviembre de 1956 y la pérdida de decenas de millones de libras de las reservas del país. Gran Bretaña se enfrentó a tener que devaluar su moneda. Muy molesto porque las operaciones militares habían comenzado sin su conocimiento, el presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, presionó al Fondo Monetario Internacional para que negara a Gran Bretaña cualquier asistencia financiera. Con pocas opciones, el primer ministro británico Anthony Eden aceptó a regañadientes un alto el fuego propuesto por la ONU. En virtud de la Resolución 1001 del 7 de noviembre de 1956, las Naciones Unidas desplegaron una fuerza de emergencia (UNEF) de personal de mantenimiento de la paz en Egipto para detener el conflicto. En poquísimos días Gran Bretaña, y Eden personalmente, habían quedado humillados.

Las Naciones Unidas concedieron a Egipto la propiedad y la soberanía del Canal de Suez y en abril de 1957 se volvió a abrir a la navegación.

El resultado del conflicto destacó el estado en declive de Gran Bretaña y confirmó su situación como una potencia mundial de «segundo nivel». Internamente, causó una enorme repercusión política y una crisis económica en Gran Bretaña. Internacionalmente, complicó aún más la política de Oriente Medio, amenazando las relaciones diplomáticas de Gran Bretaña con las naciones de la Commonwealth; sólo Australia apoyó a la antigua metrópoli y Pakistán amenazó con abandonar la Comunidad.

Así mismo, afectó a la buena sintonía tradicional entre USA y Reino Unido. Eisenhower consideró a Suez como una distracción innecesaria de la brutal represión que los soviéticos estaban llevando a cabo, el mismo año, de la revolución en Hungría. El líder soviético Kruschov se dirigió al “imperialismo británico”, amenazando con atacar Londres con cohetes, además de enviar tropas a Egipto, lo que podría haber arrastrado a la OTAN al conflicto.

Mientras tanto, los israelíes cambiaban de bando. Se ponían al lado de los norteamericanos.

El egipcio Nasser se convertía en el héroe del mundo árabe y figura esencial para esos movimientos que hemos señalado de los no alineados y del panarabismo

Como había temido Eisenhower, la crisis de Suez aumentó la influencia soviética sobre Egipto. Colocó a la Unión Soviética como el amigo natural de las naciones árabes. Envalentonó a los nacionalistas árabes e incitó al presidente egipcio Nasser a ayudar a los grupos rebeldes que buscaban la independencia en los territorios británicos de Oriente Medio.

Aquel acontecimiento, en definitiva, marcó el fin del Imperio Británico, la incipiente entrada de España en el concierto internacional, marcó otros movimientos descolonizadores y la expansión de la guerra fría, y la posición de EE.UU como gran potencia e Imperio occidental. Es decir, cambió el mundo.

BIBLIOGRAFIA

Grimal, Henry. – “Historia de las descolonizaciones del Siglo XX”. Ed IEPALA. 1989

MARTÍNEZ CARRERAS, José Urbano. – “África Joven”. Ed Planeta. 1975.

MIEGE. J.L.- “Expansión Europea y descolonización de 1870 a nuestros días”. Ed Labor. 1975

OLIVER, R. y ATMORE, A.- “África desde 1800”. Ed Aguirre. 1977.