¿Cuándo y por qué España se convirtió al cristianismo?

En más de una entrada de este blog hemos señalado que el primer estado español que se establece es el de los visigodos, y como, a partir de él y a pesar de su caída en el 711, pervivieron algunos elementos esenciales: la monarquía, el catolicismo y la propia idea de España como Ente diferenciado y diferenciador. Los visigodos no consiguieron esa unidad estatal ni institucional plena hasta que no abandonaron el arrianismo para convertirse al catolicismo.

Leovigildo había formado una idea estatal asumiendo el derecho romano y sintiéndose continuador de la idea imperial romana. Los visigodos no pretendían ser godos sino romanos, y lograron su propósito a través de la tarea legislativa, institucional, territorial, jurídica… de Leovigildo. Leovigildo reinó entre el año 568 ó 569 y el 586, y en todos esos años sólo tuvo uno de paz.

Aquel enfrentamiento permanente tuvo muchas causas, pero una y no menor, nace del empreño del rey en extender su religión, la herejía cristiana del arrianismo por todo el territorio español. Pero los hispanos eran en un número mayoritario y abundante cristianos tradicionales (a los que llamaremos católicos para facilitar la comprensión) y no estaban dispuestos a someterse al arrianismo.

Esa fuerte tradición católica se había formado poco a poco y desde hacía tiempo. Los españoles habían dado muestras de no ser fácilmente doblegables desde el inicio de la conquista romana.

Roma tenía su propia religión y sus propios dioses, pero no hacían oposición a las religiones de los pueblos que iban conquistando, así el cristianismo imperante en sectores de judea se extendió por todo el Imperio romano. Sin embargo, a medida que se incrementaba el número de creyentes, las persecuciones se dieron con más frecuencia. Uno de los momentos más duros contra los cristianos se produjo durante el gobierno de Diocleciano (emperador de Roma en solitario entre noviembre de 284 y abril de 286, y entre el abril de 286 a mayo de 305 como emperador de Oriente y Maximiano como emperador de Occidente). Esas persecuciones continuaron durante el gobierno de su sucesor, Galerio.  Diocleciano acabó con cierta tolerancia en todos los órdenes. Es verdad que el Imperio había atravesado una época de anarquía y caos y, dispuesto como estaba a que Roma recuperase el orden y esplendor perdido, Diocleciano inició una serie de reformas. Las reformas afectaron a los campos administrativo, económico, social o militar, todas ellas complementadas entre sí. Su fin era sanear los ingresos estatales, el mantenimiento de la integridad territorial del Imperio y la continuidad de la propia civilización romana, incluidos extremos religiosos, lo que dio lugar a persecuciones contra los cristianos. La idea de un Dios todopoderoso que se oponía al poder temporal del emperador hizo nacer resquemores en Roma (no era la primera vez, acordémonos de Nerón, entre otros), pero en este momento Diocleciano se encontró con una fuerte resistencia en una Hispania ya en buena parte cristianizada.

Aunque, historiográficamente, el inicio del cristianismo en nuestro territorio presenta numerosas lagunas, se suele datar en torno a finales del siglo II e inicios del siglo III. A la historiografía se unen numerosas leyendas sobre la evangelización en España; la mayoría sobre la visita de los apóstoles Pedro y Pablo y posteriormente la llegada desde Jerusalén de Santiago el Mayor hasta Santiago de Compostela.

Aquella comunidad incipientemente cristianizada se fortaleció por un cambio esencial en la sociedad española provocado por las dificultades de comunicación que se dieron durante la anarquía previa a Diocleciano: el crecimiento de las relaciones internas con mínimas influencias del exterior desarrolló una élite cultural propia, con características locales, y eso en Hispania en aquel momento ya significaba raíces cristianas. Con el transcurrir del tiempo, la importancia de los clanes hispanos en el imperio se había manifestado de manera poderosa, a veces por la influencia de intelectuales como el poeta Marcial o el filósofo Séneca, a veces desde posiciones políticas que les permitieron ser determinantes en el nombramiento y desarrollo de los gobiernos de los hispanos Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio. Los tres primeros emperadores señalados protagonizaron el Siglo de Oro del Imperio. La dinastía de Teodosio el Grande fue la última en gobernar unido todo el Imperio romano. Pero mientras Marcial, Seneca o Lucano eran escritores romanos nacidos en Hispania, a partir de finales del siglo II tendremos a hispanos defendiendo su idiosincrasia y a sus naturales, incluso, para ocupar puestos en Roma ( en terminología moderna diríamos que hacían Lobby).

A diferencia de otras religiones, el cristianismo no era una fe exclusivamente propia de las élites, o de determinados grupos. La nueva fe no hacía excepciones, era la fe de todos y para todos. Pregonaba la venida histórica de Dios en la figura de Jesús. Señalaba la universalidad de su mensaje de amor e igualdad. Practicaba el socorro a los pobres y desvalidos. Incluso se empezaron a fundar hospitales e instituciones de caridad. Se pregonaba en público, pero también en las casas particulares en las que se daba hospedaje a los viajeros. Posiblemente, la extensión del cristianismo en la península proviniera del ejemplo de la Legión VII Gemina, destacada en el norte de África, donde el cristianismo había prendido con fuerza. Tuvieron sus propios mártires como San Marcelo, centurión de la mencionada legión y originario de Tánger. La influencia de la región africana, tan romanizada como España, es innegable por los fuertes lazos comerciales y de intercambio cultural entre las dos orillas del Mediterráneo. El cristianismo se extendió desde la región romana de la Mauritania Tingitana por el Sur y el Levante peninsular, y desde allí hasta el Norte, al igual que ocurrió con la romanización.

También se considera que otro de los notables difusores del cristianismo en la Península fuera la predicación de San Cipriano. Cipriano fue obispo de Cartago y mártir de la iglesia, nacido en el año 200 d.C. Su obra más conocida son sus “Cartas”. San Cipriano vivió en un momento convulso y prueba de ellos es que habla de la situación de las comunidades de León-Astorga y Mérida que acudieron a la iglesia africana (Cartago) por los problemas internos de la Iglesia en aquellas regiones.

Este origen sureño permite no extrañarse de que frente al paganismo romano los cristianos hispanos opusieron su visión de la Fe en el Concilio de Elvira (cerca de Granada), primer concilio celebrado en Hispania por la iglesia para restaurar el orden interno, siendo el preludio del Edicto de Milán en la Península y ejemplo de una comunidad religiosamente muy activa.

El concilio de Elvira tiene una datación incierta, unos lo sitúan entre el 300 y el 324, es decir, anterior a la persecución de Diocleciano, en el caso de la primera fecha, y, en el caso de la segunda, posterior al Edicto de Milán de Constantino (por la que se decreta la libertad religiosa en el Imperio Romano). Sin embargo, mayoritariamente, y no sólo por la historiografía española sino también por la francesa, se suele situar el Concilio entre en 300 y el 303, antes de la persecución de Diocleciano y antes, también, del concilio de Arlés (314- primer concilio de la Iglesia Francesa-) y antes del concilio de Nicea ( primer concilio de la Iglesia Universal en el 325).

Entre los cristianos de Hispania destacaban: Gregorio, Obispo de Elvira, autor de diversos libros, especialmente importantes los dedicados a la exégesis y la predicación; Egeria, rica gallega, cercana al emperador Teodosio, que viajó a Tierra Santa y redactó una especie de guía o de diario, denominado “Itinerarios”, en el que cuenta de manera sencilla los lugares por los que pasó y lo que visitó en cada uno de ellos; Juvenco, un poeta que resaltó en tono épico la vida de Jesús a partir de los Evangelios; Prudencio, nacido en Calahorra, autor de unos himnos a los mártires cristianos perseguidos por Diocleciano y por el gobernador de la Lusitania, Daciano: como Lorenzo (San Lorenzo) en Huesca, o Engracia (Santa Engracia) y sus dieciocho compañeros muertos en Zaragoza. También el arresto y martirio de San Vicente, datos historiográficos certifican la pasión sobre su muerte.

El personaje de Daciano quedó como prototipo de cruel perseguidor y así aparece relacionado con las muertes de famosos mártires cristianos como: San Cucufate, Eulalia y Severo en Barcelona; o los niños Justo y Pastor en Alcalá de Henares; Santa Leocadia en Toledo; Santas Sabina y Cristeta en Ávila; o Santa Eulalia de Mérida. San Bonoso y San Maximiano en Arjona, además de los zaragozanos nombrados en el párrafo anterior.

En aquellos tiempos, pregonar el Evangelio era jugarse la vida y la fe debía de ser muy fuerte para arriesgarse a tanto. Esa fuerte fe no se pierde fácilmente. También hubo casos de apostasía, pero fueron los menos.

Además, la alternancia de emperadores hizo que las persecuciones fueran mayores o menores, según los momentos.

Posteriormente,  el Emperador Teodosio (nacido en Hispania) restableció la fe cristiana en Roma, por el Edicto de Tesalónica. Estableció el credo niceno ( el propio concilio de Nicea fue presidido por Osio, un sacerdote español) como la ortodoxia del cristianismo. Entre el 389 y el 391 quedaron prohibidas las prácticas paganas. Pero, Hispana se había adelantado y podemos datar en el 383 la cristianización casi total de nuestro territorio. No sin problemas, ni interpretaciones diferentes o posiciones más o menos ascéticas, más espirituales o menos prácticas, como la presidida por Prisciliano y otros. Pero esto no fue obstáculo para que los españoles que habían abrazado el cristianismo unieran de manera esencial a su religión con una nueva entidad política y cultural.

Cuando los visigodos llegan a España en el 415, la antigua unidad cultural y administrativa romana se había visto destruida por las oleadas bárbaras de principios de aquel siglo: suevos, alanos… y por el enfrentamiento entre los diferentes pueblos bárbaros entre sí, que sólo habían traído hambrunas, enfermedades, anarquía…

Los visigodos , desde su jefe Ulfilas ( 310-388), que también era obispo y había mandado traducir la biblia, eran cristianos, pero en su versión herética arriana.

Su llegada a España primero con las incursiones de Alarico, pero, sobre todo, con Ataúlfo que instala la capital en Barcelona, permite que se asiente un ideal de unidad especial, geográfica, institucional, heredera de Roma, concibiendo con primera visión de unidad estatal- de ahí que a Ataúlfo se le haya considerado durante mucho tiempo el primer Rey de España-. Pero esa idea de unidad tropezaba con los bizantinos instalados en la costa levantina, los suevos en Galicia o los alanos en la antigua provincia romana de la Lusitania. A ello se unían las sublevaciones católicas de Sevilla y Córdoba por no querer someterse al arrianismo.

El primer rey que logra una unificación estatal homologable fue Leovigildo, sometió al resto de pueblos bárbaros, pero se le resistía la unidad religiosa. En aquellos tiempos no se entendía la unidad institucional sin unidad en la fe.

Leovigildo fue un gran rey, pero fracasó como padre. Leovigildo tenía dos hijos, Hermenegildo y Recaredo. En el año 581 se enfrentó a una revuelta familiar en lo que San Isidoro de Sevilla calificó como una guerra “más que civil”. Leovigildo asoció al trono a sus dos vástagos, rompiendo así con la costumbre visigoda de una monarquía electiva y no hereditaria. Hermenegildo fue enviado por su padre al Sur y allí su mujer y Leandro, obispo de Sevilla, le convencieron para que se convirtiera al catolicismo. Por si fuera poco, se asoció con las fuerzas de la sociedad andaluza y la jerarquía de la iglesia para hacer frente a su padre. Leovigildo envió a su segundo hijo, Recaredo, a sofocar la revuelta provocada por su hermano. En córdoba Hermenegildo se rindió. Acudió a Toledo y logró el perdón de su padre. Leovigildo, incluso habiéndole perdonado, lo desterró a Tarragona, donde poco después fue muerto por un sicario.

En los relatos visigodos, censurados por Recaredo la figura de Hermenegildo está desdibujada. Fue Felipe II quién mando abrir su causa a fin de lograr su canonización. San Hermenegildo es considerado un mártir que antepuso la Fe y la defensa de los intereses de España al trono. Junto con San Fernando son los santos patrones de la Monarquía española.

Tras la muerte de Hermenegildo el problema religioso persistía. Se calcula que a finales del reinado de Leovigildo había en torno a tres millones de españoles católicos frente a doscientos mil arrianos. El problema no era sólo despejar la herejía arriana, cosa de la que ya se había ocupado el Concilio de Nicea. Ahora el problema espiritual lo era también material, temporal e institucional. A la caída del Imperio romano, sólo la Iglesia se mantuvo fuerte, su poder en la sociedad del siglo V era tal que no podía pensarse en constituir una legalidad política sin tener el respaldo eclesiástico. La Iglesia necesitaba a los visogodos para restablecer el orden civil, pero los visigodos necesitaban tanto o más a la Iglesia para ser respetados.

Los obispos habían tenido en la figura de Hermenegildo al que consideraban la solución de estos problemas. Pero fue Recaredo el que lo cambió todo. Inició una política religiosa diferente a la de su padre, con la misma finalidad de lograr el refuerzo y respaldo social a su entramado institucional, legislativo y territorial. Para ello convocó un concilio- III Concilio de Toledo (589)- en el que invitó a los obispos arrianos y solicitó su conversión al catolicismo igual que él se había convertido, además les pidió que lograran la conversión de la población arriana. El conductor del concilio fue el obispo Leandro- el que había logrado la conversión de Hermenegildo-. En el Concilio, no sólo se trató de la conversión a la Fe sino de la escenificación del pacto entre la Monarquía y la Iglesia y la filiación divina de la Corona, anunciando Recaredo que, a partir de ahí, su reino sería, como él, católico.

Algunos arrianos se sublevaron, pero de poco les valió.

Tras la vinculación con la Iglesia, el resto de las unificaciones previstas por Leovigildo y seguidas por Recaredo, se sucedieron de manera fácil.

Sin embargo, aquel proceso de unidad total, provoco que otras comunidades religiosas, sobre todo la judía, que hasta entonces no habían tenido ningún problema, empezaran a tener una vida un poco más complicada. Mucho más por los poderes reales que por los eclesiásticos; los obispos católicos fueron más comprensivos con ellos que el rey.  Lo mismo ocurrió con los paganos del Norte de España a los que se comenzó a cristianizar.

En el ámbito de la Iglesia los grandes artífices de la conversión de arrianos y paganos y de la extensión de la evangelización por toda la Península fueron el obispo Leandro (San Leandro ) y su hermano Isidoro ( San Isidoro de Sevilla). Ambos eruditos, ambos Padres de la Iglesia. Leandro tenía mayor visión política y su empeño fue salvar la tradición católica de España y la formación del clero. Isidoro siguió la obra de su hermano, pero alejado de la política, más volcado a la transmisión intelectual de sus conocimientos y la protección del legado clásico, pero sin abandonar la actividad práctica. A ellos se unirá otro intelectual, el obispo de Zaragoza, Braulio, San Braulio. Encargado de poner orden y salvaguarda en la gran obra de Isidoro. Sin olvidar la tarea evangelizadora de San Millán o la de los arzobispos de Toledo Ildefonso y Julián ( San Ildefonso y San Julián).

Por tanto, San Isidoro no fue una figura intelectual aislada, sino que hubo un ambiente propenso a la cultura, el estudio y la transmisión del conocimiento; con ellos se supo dar forma a un sentimiento de pertenencia a España. Una síntesis exitosa entre la política que nace de los godos y el territorio peninsular, más la cultura, la historia y la religión católica. Aquella España que, recogiendo el legado clásico romano, ya no está subordinada a otros, sino que se eleva como una entidad propia.

Isidoro ideó también la unción de los reyes godos. Una consagración mística de la Corona a cargo del poder eclesiástico, lo que además hacía vincular, el ilustre Santo, con el respeto a la Ley. Este tipo de unciones tuvieron más éxito fuera de España, especialmente entre los francos, que en España donde decayeron pronto, quizá por el propio declinar de la monarquía visigoda que, tras el hijo de Recaredo, volvió a sus antiguos enfrentamientos. Pero el caos godo que, en última instancia, fue lo que permitió la llegada de los musulmanes en el 711, no pudo borrar la Fe que la población tenía arraigada y una idea de unidad bajo la misma monarquía que a la postre fueron el basamento político-espiritual que inundó la Reconquista, y, por ende, toda la Historia de España.

BIBLIOGRAFÍA

FERNÁNDEZ UBIÑA, José: “Los orígenes del cristianismo hispano. Algunas claves sociológicas”, Hispania Sacra. 2007

LORENTE MUÑOZ, Mario.- “El cristianismo en la Hispania romana: origen, sociedad e institucionalización”. Ed Fundación ARTHIS. 2019

MARCO, José María.- “ Una Historia Patriótica de España”. Ed Planeta. 2011.

SOTOMAYOR, Manuel: “Cristianismo primitivo y paganismo romano en Hispania”. Memorias de Historia Antigua. Ed Univ de Granada, 1981.

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