María de Molina

María de Molina está considerada una de las reinas más relevantes y determinantes en la historia medieval española. 

Fue reina consorte, pero decidiendo al mismo nivel que el rey Sancho IV, su marido. Posteriormente, fue la reina regente en la minoría de edad de su hijo, futuro Fernando IV, y también durante la minoría de edad de su nieto, el futuro rey Alfonso IX. De ahí que se diga de ella que fue tres veces reina.

Aunque no se sabe con exactitud ni dónde ni cuándo nació, la mayor parte de los autores datan su nacimiento en torno a 1258 – lo que supone que tenía una edad muy similar a la de Sancho IV- y, debido a que había la costumbre de nacer en el hogar materno, se considera que debió hacerlo en Tierra de Campos.

Era hija del infante Alfonso de Molina y nieta de Alfonso IX de León, por lo tanto, prima de Sancho.

Antes de continuar debemos realizar dos aclaraciones.

  1. Sancho antes de casarse con María estaba prometido en matrimonio, desde 1270 (por voluntad de su padre, Alfonso X el Sabio, y en contra de la opinión del propio Sancho), con Guillerma de Moncada, descrita por los cronistas de la época como “rica, fea y brava”. Era hija del vizconde de Bearne, importante prohombre de la corte, rico, con muchos contactos políticos, que se hallaba emparentado con los señores de Vizcaya. El hecho de la promesa matrimonial conllevaba efectos jurídicos y canónicos, lo que supuso un problema de notable envergadura, cuando, en junio de 1282, se llevase a cabo el matrimonio en Toledo entre María y el infante Sancho, en pleno proceso de distanciamiento entre éste y el Rey, su padre, Alfonso X.
  2. Los problemas de Sancho con su padre habían nacido, esencialmente, tras el fallecimiento del hijo mayor del rey Sabio y hermano de Sancho, Fernando de la Cerda. A su muerte, el príncipe Fernando dejó dos hijos varones menores de edad: Alfonso y Fernando de la Cerda.

Alfonso X el Sabio, en Las Siete Partidas, había determinado la forma de sucesión al trono: pasaría de padres a hijos varones primogénitos o a los descendientes varones primogénitos de aquellos hijos llamados a heredar y premuertos.

En aplicación de Las Siete Partidas, el heredero a la corona de Castilla, a la muerte del príncipe Fernando, debería haber sido su hijo, Alfonso de la Cerda, y así lo estableció Alfonso X en su testamento.

En ese contexto, contrajeron matrimonio María y Sancho, sin la preceptiva dispensa canónica al ser primos los contrayentes.

La reacción del Papa al conocer la noticia de las nupcias fue fulminante en contra de la legitimidad de esta boda, tanto por el compromiso de matrimonio previo de Sancho como por la relación de parentesco de los nuevos esposos. El Papa calificó el matrimonio como incestuoso y de infamia pública.

Al problema con el Papa se sumó el enfrentamiento con el padre de su antigua prometida, Gastón de Bèarm, decidido a tomarse la venganza por la afrenta recibida.

A ello hay que unir que, el 4 de abril de 1284, muere Alfonso X sin haberse reconciliado con su hijo Sancho. Sancho se proclama rey, y junto con María fueron coronados en Toledo. Esta coronación provocó el inicio de un enfrentamiento civil entre Sancho y los partidarios de su sobrino Alfonso de la Cerda, el cual contaba con la ayuda no sólo de sus partidarios castellanos sino también del rey de Aragón.

A partir del mismo momento de la boda, María quedó incorporada al grupo de los consejeros íntimos del infante y luego rey, Sancho IV. El matrimonio tuvo siete hijos que tuvieron que esperar hasta la muerte de su padre para lograr la legitimidad.

María ejerció un papel decisivo en algunos momentos de este reinado dotando a la postre de estabilidad a la Castilla desnortada en la que reinó. Este papel esencial se produce entre otras razones por la gran diferencia de carácter con su esposo. María era una mujer formada, con conocimientos políticos, inteligente, hábil, diplomática, conciliadora y de carácter pacífico. Por su parte Sancho IV, que había recibido una formación parecida y fue un buen promotor de la cultura (escribe libros- “Castigos y documentos del rey don Sancho”-, promueve las traducciones y en algunas de ellas escribe el prólogo, elaboró una versión propia de la “Historia de España” de su padre… En 1293 promulgó los Estudios Generales de Alcalá de Henares – dónde había trasladado la Corte- en un claro antecedente de la Universidad de Alcalá). Físicamente era una persona de gran estatura y fortaleza, gran aficionado a las armas, a las que tuvo que dedicarse, por otro lado, para defender su reino. Fue un gran guerrero, y muy perseverante y ardiente defensor en sus posiciones, lo que le valió el sobrenombre de “el Bravo”.

Su reinado se inicia en un completo caos, lo que obliga a los monarcas a dos tareas esenciales: una, lograr la dispensa papal sobre su matrimonio y, segunda, acercarse al rey francés, Felipe III el Atrevido, para poder tener un aliado que los respaldase. Facilitó esta segunda labor que el rey de Aragón estuviera enfrentado al francés y tampoco tuviera muy buenas relaciones con el Papa.

A su vez, en pos de la pacificación de Castilla, buscaron ganarse a la parte de la nobleza que era partidaria de los infantes de la Cerda y de su padre Alfonso X. Para ello, en ocasiones, Sancho IV utilizaba cargos de gobierno a fin de asegurarse la fidelidad de los nombrados, asimismo premiaba a los que le habían seguido en la carrera militar. Pero, esa tarea no fue suficiente y debió enfrentarse duramente contra los rebeldes.

El 6 de diciembre de 1285, la reina dio a luz a su segundo hijo, primer varón. Recibió el nombre de Fernando. En 1288, fallecieron el papa, el rey de Aragón y el rey de Francia, lo que facilitó la estabilidad del reino. 

Ocupó la cátedra de San Pedro, el Papa, de procedencia franciscana, Nicolás IV, que consolidó una buena relación con Sancho y María, y se abrió a revisar la causa de su matrimonio, pero tropezó con tantas dificultades, que no se decidió a dar la dispensa. Este seguía siendo el aspecto más débil de su matrimonio, de la herencia de sus hijos y del futuro del trono de Castilla.

Desde 1291, la participación directa de la Reina en los asuntos políticos de la Corte se hizo especialmente intensa. Así intervino personalmente en la preparación de la campaña para la conquista de Tarifa en 1292. En septiembre de aquel año se tomó la plaza.

Fue a partir de 1293 cuando cabe referirse con propiedad a María de Molina por ser entonces cuando recibió dicho señorío.

En 1294, la salud del rey se deterioró rápidamente. Durante los meses finales del reinado el protagonismo de la reina en la Corte aumentó. Así, en ausencia del rey, proyectó la campaña que, mediante la toma de Algeciras, asegurase plenamente la reciente conquista de Tarifa y garantizase definitivamente el control del estrecho de Gibraltar por los castellanos.

Sancho muere en Toledo, no sin antes dictar su testamento en presencia de toda la Corte, con el arzobispo de Toledo al frente. En él se encargaba a María la tutoría del futuro Rey.

La situación a la que había de hacer frente María tras la muerte de su marido no podía ser más delicada. Debía tutelar a su hijo, de sólo nueve años, tratando de garantizarle el trono, en un contexto que parecía de lo más propicio para que los partidarios de los De la Cerda reivindicasen sus derechos al trono con el apoyo de un importante conjunto de la nobleza castellana. Mientras tanto, la falta de legalización del enlace matrimonial con Sancho seguía utilizándose para restar legitimidad a Fernando.

María, para reforzarse, tomó la decisión de apoyarse en los concejos y hermandades como bastión frente a la nobleza. Para ello confirmó sus fueros y privilegios concejiles y redujo o suprimió algunos impuestos, a la vez que tomaba la iniciativa de convocar Cortes, que tuvieron lugar en el mismo año de 1295 en Valladolid. A estas acciones unió su capacidad negociadora con algunos de los personajes más influyentes de la nobleza.

Ante esta delicada situación, sus enemigos declararon la guerra a Castilla: Portugal, Aragón y Francia. Hasta que tuvo lugar el reconocimiento de la mayoría de edad de Fernando, María debió hacer frente a una continua confrontación bélica con todos los partidarios de impedir la llegada de su hijo al trono.

No se amilanaba ante la posibilidad de una guerra ( por ejemplo, la que tuvo contra Aragón en territorio murciano, perteneciente a Castilla desde Alfonso X), pero su habilidad se demuestra, en su capacidad negociadora, estableciendo alianzas entre sus hijos y los hijos de los reyes de Portugal y Aragón para pacificar, en lo posible, la situación. Ejemplo de ello fue el Tratado de Alcañices en 1297 en el que quedaron fijadas, entre otros puntos, las fronteras entre Castilla y León y Portugal, que recibió una serie de plazas fuertes y villas a cambio de romper sus acuerdos con Jaime II de Aragón y demás partidarios de Alfonso de la Cerda. Al mismo tiempo, en el tratado de Alcañices fue confirmado el enlace entre Fernando IV de Castilla y la infanta Constanza de Portugal. También llegó a acuerdos eclesiásticos como el que se produjo entre las Iglesias de Castilla y Portugal para la defensa de sus derechos y libertades.

Aquellas alianzas eclesiásticas y el fuerte apoyo de la Iglesia castellana a su reina, dieron su más destacado fruto en 1301, logrando la bula pontificia de Bonifacio VIII que legitimó el matrimonio entre María y Sancho y, por ende, la descendencia habida de aquel matrimonio. Además, el Papa manifestó su voluntad de mediar en la reconciliación entre el primogénito de María, Fernando y Alfonso de la Cerda, nombrando como mediadores al obispo de Sigüenza y al arzobispo de Toledo. Todo ello llegaba justo a tiempo, cuando la terminación de la tutoría era inminente ante el reconocimiento de la mayoría de edad del Rey el 6 de diciembre de 1301.

El reinado de su hijo no fue fácil para María, los nobles se posicionaron en favor del nuevo rey, pero con la intención de sepáralo de su madre a la que obligaron a entregar las joyas recibidas del rey Sancho. El hijo, débil de carácter y desagradecido, no defendió a su madre, la cual, dando muestras de su extraordinaria abnegación y generosidad, buscó una postura conciliadora entre los nuevos partidarios de su hijo y los propios de ella, convocando Costes en Medina del Campo y mostrándose proclive a apartarse del poder. Sin embargo, en 1304, su presencia se hizo de nuevo necesaria para mediar entre Castilla, Aragón y Portugal, en aras de evitar otro conflicto.

En 1312, fallece el rey Fernando IV a los veintisiete años; dejaba un reino fraccionado y comprometido, y como heredero a un niño de un año de edad. En 1313 muere también su mujer, la reina Constanza. La orfandad del menor determinó que se nombraron tutores del rey niño, futuro Alfonso XI. Entre ellos fue elegida María de Molina. Su tarea fue de nuevo intentar pacificar y resolver los conflictos surgidos entre los propios regentes, entre los partidarios de unos y otros, y preservar el trono para su nieto. Tras el convenio de Palazuelos en 1314, María quedó como principal regente y tutora; afianzada en 1319 por la muerte de alguno de los otros tutores. Pero la buena reina falleció en 1321.

A su muerte, Castilla se dividió entre los nuevos regentes hasta que, en 1325, Alfonso XI, con 14 años de edad, asumió el trono. El nuevo rey logró reunificar y fortalecer su reino,  y recuperar las plazas que sus últimos tutores habían perdido en manos de los musulmanes. Dirigió con prudencia, astucia, inteligencia, capacidad diplomática, suavidad en las formas y mano de hierro en el fondo. Fue el fiel reflejo del legado de su abuela, mujer de moral inquebrantable, fidelidad a la corona, valentía, carácter conciliador y pacificador.

Esta última accidentada regencia de María de Molina es el tema de una de las obras maestras de Tirso de Molina, “La prudencia en la mujer”. El personaje literario de María de Molina, según el director teatral González Vergel «el más emblemático e importante personaje femenino de todo nuestro Siglo de Oro», en cuyo transcurso averigua, desbarata y castiga tres conjuras contra su nieto, el futuro Alfonso XI de Castilla. ​

Además de su labor política, María de Molina llevó a cabo una interesante labor de patronazgo religioso protegiendo y dotando diversas instituciones conventuales. Entre las que destaca la fundación del monasterio de Santa María de las Huelgas en Valladolid, donde está enterrada.

 

BIBLIOGRAFÍA

ARTEAGA Y DEL ALCÁZAR, A. “María de Molina. Tres coronas medievales”. Ed. Martínez Roca, 2004.

CARMONA RUÍZ, M.A. “María de Molina”. Plaza y Janés. 2005.

FUENTE, M. J.“¿Reina la reina? Mujeres en la cúspide del poder en los reinos hispánicos de la edad media (siglos VI-XIII)”. UNED. 2003.

ARIAS GUILLÉN, Fernando; REGLERO DE LA FUENTE, Carlos Manuel (coordinadores). “María de Molina: gobernar en tiempos de crisis (1264-1321)”. Dykinson, 2022.

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