Dice Napoleón, en sus acotaciones al Príncipe de Maquiavelo, que hay que conocer la Historia para no volver a cometer los mismos errores. Siendo cierto que la Historia en todos sus elementos no se repite, no es menos cierto que hay acontecimientos a los que se les puede sacar una analogía, en ocasiones hacia distintas direcciones.
Hoy vamos a hablar de un acontecimiento deportivo que acabó en revolución: la revuelta de Nika (νίκη, en griego), en la Grecia de Justiniano en el Imperio Romano Oriental.
A mediados del Siglo VI, Justiniano había recuperado para el Imperio oriental gran parte de los territorios que habían pertenecido a Occidente y habían caído en manos bárbaras. Así se hizo con el norte de África, Sicilia y casi la totalidad de la península itálica. Fue una conquista fugaz que, casi tan rápido como se logró, se perdió. Las razones de la pérdida se sitúan en el empuje de los persas contra el Imperio de oriente y el malestar interno que las guerras generaron.
La mayoría de los historiadores consideran que Justiniano tenía buenas intenciones, pero no resultó tan buen gobernante como se esperaba y las medidas que tomó para atender a sus proyectos se le volvieron en contra. Sus ambiciosos planes de conquista, las medidas de mejoras internas y la defensa frente a los persas requerían de fondos y para lograrlos sólo supo subir los impuestos y ahogar así la prosperidad de su pueblo. Por si fuera poco, al frente del control de cada medida puso a funcionarios que no fueron especialmente rigurosos con los amigos, pero sí muy rígidos con los que no pensaban como ellos. Esta situación creó tal sentimiento de rechazo en la sociedad que la población se levantó en un motín popular. Los cabecillas de las revueltas fueron capturados y condenados a muerte, lo que creó aún más disturbios, que fueron sofocados de manera brutal. Cuando iban a ser ejecutados los cabecillas, dos de ellos se escaparon. Estamos en la primera semana del año 532.
Para entender lo que pasó a continuación hay que hacer una pequeña digresión sobre uno de los entretenimientos más populares entre los ciudadanos bizantinos.
Diversos deportes y entretenimientos habían sido prohibidos por Justiniano que salvó de la supresión a las carreras de carros de caballos en el hipódromo. Allí se congregaban multitudes para ver estas carreras y animar a los suyos.
Los ciudadanos se dividían en colores en virtud de la facción de carros que apoyaran. Durante algún tiempo fueron cuatro los colores que marcaban los grupos de aficionados (rojos, blancos, azules y verdes). Sin embargo, con el paso del tiempo, las agrupaciones que permanecieron fueron la de los azules y la de los verdes. La división en el hipódromo se trasladó a la vida civil, de manera que cada facción luchaba contra sus adversarios… no respetando ni matrimonio ni parentesco, ni lazos de amistad.
Tradicionalmente, el emperador apoyaba a unos u a otros, y así evitaba que ambos se unieran contra él. Justiniano rompió con esta tradición y se mostró neutral.
La rivalidad en el hipódromo y en la vida se vio agravada por un trasfondo político y teológico, pues mientras que los Verdes estaban formados mayoritariamente por comerciantes y profesaban el monofisismo. Los Azules eran principalmente terratenientes o aristócratas y se mantenían en la ortodoxia cristiana, como Justiniano.
Políticamente, como hemos señalado el Imperio estaba siendo atacado por los persas y Justiniano emprendió diversas negociaciones con éstos para pagarles y que dejaran en paz las fronteras del Imperio. Esto de pagar al enemigo no gustó mucho a los bizantinos que, además del problema moral, detestaban que se les apretara el bolsillo porque el pago suponía incrementar aún más los impuestos.
En ese ambiente, los cabecillas de los motines fueron escondidos por verdes y azules, pues cada uno de los dos escapados eran miembros de una facción. La pretensión de ambos grupos era pedir clemencia al emperador durante la primera carrera que aconteciera en el hipódromo.
Allí, en el hipódromo, con pleno entusiasmo, la multitud lucía los colores de su facción, mitad verdes, mitad azules. Increpaban y se burlaban del contrario. Los ánimos se iban enardeciendo y los hombre, mujeres y niños levantaban sus banderolas de colores primario o secundario según pertenecieran a uno u otro grupo. Allí gritan, allí desahogan sus pasiones, allí eran los amos, allí se sentían poderosos al grito de ¡nika! ¡nika!- victoria, victoria-.
Poco a poco, el rumor se va extendiendo; poco a poco, se va conociendo que el Emperador no perdona; poco a poco, se van encendiendo aún más los ánimos; poco a poco, estalla la violencia.
Se inicia así una revuelta que a punto estuvo de acabar con Justiniano.
La turbamulta se traslada a la prisión y libera a los presos y prende fuego al edificio. En poco tiempo la ciudad se envuelve en llamas. El emperador intenta llegar a un acuerdo con los manifestantes, pero sus palabras no son escuchadas. Las dos facciones, por primera vez en la vida, luchan unidas contra el emperador, el cual sólo cuenta con un pequeño grupo de leales y el ejército.
Justiniano y los pocos leales se refugian en palacio. El emperador quiere huir, nunca había tenido que enfrentarse a una situación así, las multitudes le daban miedo, tenía miedo y quería esconderse. Nadie le quitaba esta idea, sin embargo, es la emperatriz Teodora, antigua actriz, la que le impide tal acción, con un discurso ardoroso en defensa del poder. Con gran tensión e irresistiblemente dramática, como recuerda el gran historiador bizantino Procopio de Cesarea en “Historia de las Guerras”, la emperatriz clamó:
“…La huida es ahora, más que nunca, inconveniente, aunque nos reporte la salvación. Pues lo mismo que el hombre que ha llegado a la luz de la vida le es imposible no morir, también al que ha sido emperador le es insoportable convertirse en un prófugo. Que nunca me vea yo sin esta púrpura, ni esté viva el día en que no me llamen soberana. Y lo cierto es que si tú, emperador, deseas salvarte, no hay problema: tenemos muchas riquezas, y allí está el mar y aquí los barcos. Considera, no obstante, si, una vez a salvo, no te va a resultar más grato cambiar la salvación por la muerte. Lo que es a mí, me satisface el antiguo dicho: “la púrpura imperial es una hermosa mortaja””.
Mientras esto pasaba en palacio, mientras el gobierno y Justiniano dudaban sobre qué hacer, la muchedumbre ya había decidido matar al emperador y buscarle sustituto en la persona de Hypatius, sobrino del difunto emperador Anastasio I. Hypatius era un hombre gris, un soldado obediente, sin una carrera militar destacada que se vio obligado bajo amenazas a aceptar la situación.
La masa, en el hipódromo ,clamó a favor de Hypatius y en contra de Justiniano. Cada vez más exaltados, decidieron dar rienda suelta a sus deseos de venganza y justicia por las calles de Constantinopla, rodearon el palacio. Cuando todo parecía desbocado y el peligro se cernía sobre Justiniano, éste decidió atender a los deseos de Teodora y encarga al ejercito fiel, a cuyo frente sitúa al general Belisario, que saliera a sofocar la revuelta.
El ejército se empleó afondo, la brutalidad fue extrema, el número de muertos entre hombre, mujeres y niños se estima que alcanzó una cifra entre 30.000 y 35.000, entre ellos Hypatius. Una auténtica masacre.
Acabada la revuelta, que sólo duró una semana, se cerró el hipódromo, los funcionarios crueles volvieron a sus puestos y la dureza del gobierno aumentó.
La revuelta nika había fracasado y, aunque Justiniano había sido llevado al borde de la destrucción, había vencido a sus enemigos y disfrutaría de un reinado largo, fructífero y cruel para los que no lograron derrocarlo. Siguió con sus conquistas exteriores, buscando en las victorias externas apaciguar el mal ambiente interno.
BIBLIOGRAFÍA
HEATHER, Peter. – “La restauración de Roma”. Ed. Crítica. 2013.
PROCOPIO DE CESAREA. – “Historia de las guerras”. Ed. Gredos. 2016.
MAQUIAVELO. -“El príncipe”(con comentarios de Napoleón). Ed. Espasa- Calpe. Colección Austral.