MULADÍES Y MOZÁRABES

Siempre que hemos tratado el tema de la Reconquista, lo hemos hecho desde el punto de vista de la España cristiana. Lo cual no debe dejar en el olvido la tarea que mudéjares y muladíes hicieron en el territorio hispano ocupado por el invasor musulmán.

La llegada de los musulmanes a España no fue un paseo militar por la resistencia de la cornisa cantábrica y parte de Galicia. Tras la oposición en las montañas astures, los invasores se atrevieron con alguna razia o aceifa esporádica en la España norteña, la más conocida fue la que realizaron contra Santiago de Compostela en el 997. Desde entonces, tras ser expulsados del reino de Asturias ( que abarcaba de oeste a este desde Galicia a lo que hoy es el País Vasco) la política musulmana consistió, de un lado, allí donde no gobernaban, en establecer el terror: matando, quemando iglesias, o haciendo esclavos. De otro, aplicaron una política en apariencia más “conciliadora” dentro del territorio que ya dominaban, con un cierto respeto a los seguidores de las religiones de libro: cristianos y judíos. A éstos se les denominaba dhimmi o protegidos. Esta tolerancia no se debía a la bondad del incursor sino a la necesidad de aprovechar el trabajo y destreza de estos conquistados, pues el invasor no tenía gente suficiente para sostener las armas, conquistar, guerrear y atender las poblaciones que dejaba en la retaguardia tras su avance. Esto fue así hasta la llegada de Almohades y Almorávides.

Aquella tolerancia determinó una sociedad invadida compuesta entre los musulmanes por árabes, sirios, yemeníes, bereberes y muladíes (cristianos conversos al islam); y, entre los cristianos, por los llamados mozárabes, que podían ser de origen godo o hispanorromano ( hispanos que se mantenían como cristianos), los judíos y los eslavos.

Hoy nos vamos a ocupar de mozárabes y muladíes

El término mozárabe no aparece hasta que un documento leonés los cita con ese nombre en 1024. En las crónicas árabes apenas se mencionan.

Aunque, los mozárabes estaban protegidos por la dhimma, el trato recibido, incluso en los mejores momentos- con los Omeyas- no dejó de ser el dispensado a un ser inferior al que se aplastaba a impuestos. Especialmente, dos: uno sobre la tierra y otro personal a cambio de que la comunidad islámica le perdonase la vida. Su cantidad fiscalmente obligatoria variaba, y su pago se hacía en público y bajo humillaciones; en el reinado de Abderramán III se abonaba cuatro veces al año. Especialmente sangrante fue la época de Almanzor.

Además de tener menos protección judicial que los musulmanes de origen, los cristianos tenían que aguantar que los emires y califas nombraran no sólo a los condes (jefes de la comunidad cristiana) y a los recaudadores de impuestos, sino, también a los obispos. Asimismo, tenían prohibido construir nuevas iglesias o tocar las campanas.

Bat Ye’or afirma que el estatus del dhimmi fue peor que el del esclavo, porque éste, aunque privado de libertad, «no sufría una humillación obligatoria y constante prescrita por la religión».

A pesar de la segregación y de la violencia que padecían, de la que podían librarse en parte abjurando de su fe, los cristianos resistieron la absorción durante siglos. Es más, hasta el siglo XI no se logró que el 80% de la población residente en la España musulmana, profesara esa religión.

Fueron las élites sociales, como luego veremos, las que con mayor fruición se convirtieron al islamismo. Pero la mayoría de la población popular cristiana se mantuvo fiel a la fe en Cristo, a pesar de la presión que sufrían para su conversión.

Entre el maltrato y la presión que soportaban, los mozárabes protagonizaron abundantes rebeliones y protestas mientras fueron la mayoría.

Levantamientos en Medina Sidonia y en Carmona; revueltas como la de Mérida, donde resistieron durante meses, o levantamientos tras el paso del grueso del ejército invasor hacia el norte, como ocurrió en Sevilla en el 713. En otros lugares, los musulmanes se vieron obligados a pactar con la población autóctona, caso de Murcia, dominada por una única familia de cristianos que, aunque perdió Cartagena bajo el dominio musulmán y los invasores construyeron la que hoy es la capital de Murcia, mantuvieron una autonomía de gestión considerable hasta el 831 en el que el califa los acusó de conspirar con Carlomagno. El miedo a los francos carolingios se fraguó tras la derrota de Poitiers en el 732, sobre todo, porque muchos cristianos de la antigua Tarraconensis ante la llegada musulmana se habían refugiado en los Pirineos o en lo que será Francia y desde allí, armados y apoyándose en las tropas carolingias, avanzaron, ayudando a expulsar a los musulmanes de las regiones del nordeste de España, no sólo como parte de la conquista a campo abierto, sino por medio de sublevaciones en las ciudades. Si bien esta ayuda creó una zona de protección, una zona de nadie- zona franca-en el valle alto del río Aragón: Ribagorza, Vic, Cardona, que constituyo la llamada Marca Hispánica, que algún problema posterior nos dio. También los reyes astures crearon una zona de nadie entre su territorio y el río Duero, pero los astures eran españoles y aquella zona intermedia no perjudicó sino, al contrario, permitió un mejor avance de la Reconquista.

A finales del siglo VIII y principios del IX se sublevó Zaragoza y Toledo. Toledo era, sin dura, la ciudad que significaba el arraigo mayor del imperio visigodo. Tras procesos de sumisión y aceptación de la convivencia con los invasores, más ficticios que reales, Toledo se sublevó en el en numerosas ocasiones, en estos casos los mozárabes se vieron respaldados por los muladíes toledanos. Mientras en Córdoba se producía el movimiento martirial  (850-859), en el que varias docenas de cristianos, de los que el más conocido es San Eulogio,  se presentaban ante las autoridades para confesar que no creían en Mahoma y someterse a la pena de muerte, en Toledo seguían en pie de guerra. Tal era su predisposición al levantamiento que Abderramán III se vio en la obligación de acudir a someter a la ciudad imperial con todas sus fuerzas. Durante el reinado de Abderramán, Toledo se mantuvo en cierta calma. No sólo Toledo, también el resto de la España ocupada, pues el rey omeya consiguió gobernar y dominar su califato.

La desmembración del imperio tras la muerte de Almanzor (1002) determinó el nacimiento de los reinos de taifas y la mejora en la organización de los mozárabes y muladíes toledanos que, de revuelta en revuelta, fueron esenciales para la toma definitiva de la ciudad por Alfonso VI el 6 de mayo de 1085. Aunque tan seguro estaba de su victoria el rey castellano que, algunos años antes, durante el sitio al que sometió a la ciudad, negoció con el Papa el restablecimiento del arzobispado de Toledo.

Cuando la posición árabe se hizo más ultramontana con la invasión de los almohades y almorávides, muchos mozárabes huyeron hacia el norte. Igualmente, en el siglo XI empezó la emigración de comunidades judías (aljamas) a tierras cristianas.

Los almorávides deportaron a miles de mozárabes a Marruecos en las primeras décadas del siglo XII. Alfonso I de Aragón, que penetró las zonas ocupadas en 1125, regresó a sus tierras con no menos de 10.000 mozárabes. En 1147, la entrada de los almohades en Sevilla, con la captura y violación de mujeres judías y cristianas persuadió a muchas de las ya reducidas comunidades mozárabes para huir al norte.

Sin embargo, los mozárabes de los siglos XI y XII no fueron recibidos siempre con los brazos abiertos por los cristianos libres. Muchos tenían nombres árabes y hablaban en árabe, lo que producía rechazo en las áreas españolas no arabizadas. La comunidad mozárabe de Lisboa fue esquilmada por sus propios “hermanos de fe”.

A pesar de lo cual, la presencia mozárabe fue esencial para las zonas cristianas. Con ellos llegaron, además de su fuerza personal y militar en favor de la Reconquista, sus costumbres y sus ritos religiosos. Éstos se habían desprendido de neogoticismo, insuflado por el clero mozárabe que había emigrado a Oviedo y León desde el siglo VIII.

Los reyes de León, Navarra, Castilla y Aragón habían aceptado sustituir el rito litúrgico nacional, que seguían practicando los mozárabes, por el romano. Pero, el arraigo de este rito mozárabe o español estaba tan férreamente utilizado por los mozárabes que en el Toledo reconquistado se produjo un conflicto tan profundo que el papa concedió el privilegio de su mantenimiento en varias iglesias parroquiales.

Hasta el siglo XI sus levantamientos fueron esenciales para la Reconquista de los territorios caídos bajo poder musulmán, y a partir de entonces su presencia en las filas cristianas coadyuvó a victorias cristianas esenciales al contribuir enormemente a comprender la cultura y costumbres de los invasores y, con ello,  ayudar a derrotarlos.

Hemos señalado al principio que existió otro importante grupo de españoles a los que tocó vivir en zona musulmana que prefirieron no resistir e integrarse entre los conquistadores. Son los llamados muladíes.

Las vías de integración que utilizaron fueron diversas: los enlaces matrimoniales con los árabes, la wala, o, simplemente, la conversión al islam y la adopción del árabe. Las dos primeras vías fueron más limitadas, primero, porque no siempre era posible emparentar con una familia árabe y, segundo, porque la wala era un mecanismo restringido.

Muchas de las élites optaron por dar este paso. De hecho, la historiografía coincide en afirmar que la invasión no hubiera sido posible sin la colaboración de estos hispanos. Primero por los enfrentamientos entre los diversos clanes sucesorios que llamaron en su ayuda a los bereberes del norte de áfrica. Una vez en territorio español, un sector de la aristocracia indígena optó fusionándose con los linajes árabes. Está bien documentado el proceso a través del cual los miembros de la aristocracia se afiliaban en las estructuras “tribales” árabes a través de los matrimonios mixtos. Este mismo sistema siguieron los sectores más populares, pues emparentar con la élite árabe era un medio de ascensión social y de integración en los grupos de poder. Este fenómeno alcanzó tal magnitud que el Papa Adriano I, condenó esta práctica en una carta emitida entorno al 790.

Otra vía de integración era la wala. Se trataba de un tipo de vínculo personal que unía a un individuo, llamado cliente, con un señor de origen árabe. Era una relación de dependencia: el cliente estaba obligado a prestar determinados servicios a su señor a cambio de la protección que este le brindaba. La wala beneficiaba a ambas partes. Por un lado, permitía a los miembros de la aristocracia árabe rodearse de clientelas propias, que aumentaban su prestigio y su poder. Por otro, beneficiaba a los clientes, que recibían algo más que protección de sus señores, ya que adoptaban al mismo tiempo su apelativo tribal, su “apellido” . Los clientes se convertían en “auténticos” árabes en un par de generaciones porque el vínculo se transmitía dentro de la familia de padres a hijos. El grado de integración que alcanzaron con el tiempo esas personas y sus descendientes era tan alto que llegaron a confundirse con los árabes.

La última vía de integración, sin duda la más generalizada, fue la conversión al islam y la arabización lingüística. Hay que entender la islamización de los hispanos en zonas ocupadas no era sólo un proceso religioso sino una conversión de todo orden, costumbres, cultura…[1]

Sin embargo, los posibles beneficios- jurídicos, fiscales- que acompañaban a los que se convertían al islam, no eran tan positivos como en principio podría aventurarse. La diferenciación de la raza pudo más que la unidad de la fe.

Incluso se llegó a afirmar que mozárabes y muladíes “hermanados por su odio contra la dominación extranjera” hicieron causa común y “coincidieron en los mismos pensamientos de independencia y restauración”[2].

En su obra “ La España del Cid”, Menéndez Pidal desarrolló la misma idea: “Al Andalus, independizado tan pronto del Oriente, había hispanizado su islamismo: los escasos elementos raciales asiáticos y africanos se habían casi absorbido en el elemento indígena, de modo que la gran mayoría de los musulmanes españoles eran simplemente ibero-romanos o godos, reformados por la cultura muslímica, y podían entenderse bastante bien con sus hermanos del Norte que habían permanecido fieles a la cultura cristiana. Así, cuando el Norte inició su preponderancia militar, al-Andalus se inclinaba fácilmente a la sumisión, falto como se hallaba de un espíritu nacional y religioso[3].

La mayor sublevación de los muladíes se dio durante los gobiernos de los tres últimos emires. Siendo especialmente destacadas las rebeliones en Toledo y Aragón ( descollando el levantamiento de Tudela). Aunque una de las que tuvo más renombre fue la del eje Mérida-Badajoz donde el conocido como Ibn al-Chilliqí – traducido: el hijo del gallego – se declaró independiente en el 868. Tras no pocos enfrentamientos con los árabes y contando con el apoyo del rey asturiano Alfonso III, logró vivir independiente en Badajoz hasta su muerte en el 929.

Pero la más espectacular de cuantas rebeldías conoció la España musulmana y muladí fue sin duda la que protagonizó Omar ibn Hafsún en Córdoba. En un territorio dentro de la Córdoba mora que ocupaba una zona entre Córdoba y el Mediterráneo, con capital en Bobastro. Al poder omeya le costó casi cincuenta años  (880-929) aplastar la sublevación de este arabizado que se volvió a convertir al cristianismo bajo el nombre de Samuel.

Después de la toma de la fortaleza de Bobastro (1064) los ulemas y los emires de las taifas endurecieron su posición frente a los españoles, incrementando la persecución.

Todos esos ejemplos de levantamientos cristianos demuestran la incapacidad de los musulmanes para construir una sociedad en la que hubiera una unidad y un respeto mínimos entre sus elementos. Por el contrario, el espíritu español y cristiano sí estaba presente en la población autóctona, en mayor o menor medida, lo que permitió algunos rasgos de cohesión en la España cristiana que contribuyeron poderosamente al éxito de la Reconquista.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

(Director) AVILÉS FERNÁNDEZ, Miguel. “ La España Musulmana. El Emirato. Colección Nueva Hª de España. Ed EDAF. 1980

BAT YE’OR (pseudónimo de Giselle Orebi) . “Islam and Dhimmitude: Where Civilizations Collide”, Fairleigh Dickinson University Press, 2001.

MENÉNDEZ PIDAL, Ramón.- “ La España del Cid” en Ramón MENÉNDEZ PIDAL. Obras completas, Espasa Calpe, 1969.

SHABAN. M.A. “Historia del Islam”. Ed Guadarrama ( colección Punto omega). 1976

SIMONET, Francisco Javier.-  “Historia de los mozárabes de España deducida de los mejores y más auténticos testimonios de los escritores cristianos y árabes”. Madrid, RAH, 1897-1903.(Facsímil- 2005)

YULIYA RADOSLAVOVA MITEVA. Identidades fronterizas en el contexto andalusí: los muladíes. Universidad de Veliko Tarnovo Stos Cirilo y Metodio. 2017

 

[1] Yuliya Radoslavova Miteva. Identidades fronterizas en el contexto andalusí: los muladíes. Universidad de Veliko Tarnovo Stos Cirilo y Metodio. 2017

[2]  Francisco Javier SIMONET, Historia de los mozárabes de España deducida de los mejores y más auténticos testimonios de los escritores cristianos y árabes, Madrid, RAH, 1897-1903, vol. 1.

[3]  Ramón MENÉNDEZ PIDAL, La España del Cid, en Ramón MENÉNDEZ PIDAL, Obras completas, Madrid, Espasa Calpe, 1969, vol. 1.

2 comentarios sobre “MULADÍES Y MOZÁRABES

  1. Un post genial que describe constantes históricas del carácter español para el que quiera encontrarlas
    España debe ser inmortal , como decía Bismark porque , con todos los que han llegado a nuestro país a quedarse , España no se ha creado ni destruido , solo transformado y les ha transformado .
    Relacionado con este post , en plan divertimento, el libro El Tesoro abencerraje

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